lunes, 5 de agosto de 2019

Cinco de agosto

Trato de concentrarme durante unos segundos en las olas que rompen en la playa y se van para dar paso a las siguientes. Es difícil porque estoy en la playa de Palamós, rodeado de centenares de personas, familias, niños pequeños, Maite y Paula detrás de mí esperando, gaviotas de dos o tres especies distintas aparentemente dispuestas a descuartizarnos a todos si cerramos los ojos durante más de veinte segundos.

Corre marinada pero la humedad de la costa hace que los treinta grados de temperatura sean para mí un infierno que me empapa de la cabeza a los pies. Afortunadamente el apartamento que hemos alquilado tiene aire acondicionado, pero es el primer día y estoy muy cansado. El Jesús Miramón que devoraba kilómetros como si no hubiese un mañana ya no existe, fue tragado por un agujero negro hace mucho tiempo y sigue siendo tragado por ese mismo agujero negro ahora mismo, en esta vivienda de Ana y Carlos, una encantadora pareja de Gerona.

Hoy apenas nos hemos mojado los pies caminando por la orilla, pero mañana espero poder bañarme de verdad. Nada como sentir la fuerza del mar levantando y bajando un elefante marino flotante como yo; nada como deslizarme sobre su superficie en una cala de rocas contemplando el fondo respirando a través del tubo de plástico, asombrado de este mundo absolutamente insólito.

domingo, 4 de agosto de 2019

Cuatro de agosto

Hoy, literalmente, no he hecho nada. Nada de nada, absolutamente nada. He madrugado porque últimamente madrugo mucho, cosas de hacerme más mayor, he desayunado y después no he hecho nada. Ni siquiera, horas más tarde, comida, porque teníamos judías verdes con patatas que trajimos de Barbastro y, con un tomate rosa, unas anchoas y unos huevos duros las he convertido en una ensalada fría. He visto la carrera de Fórmula Uno, una de mis pasiones desde siempre, y nada más. No he leído, no he escrito. Cuando ha terminado la carrera de coches he dormido una larga siesta en el sofá, eso sí. Pero nada más. Hace un rato he metido mi ropa en una maleta para el viaje de mañana y ya está. Es raro no hacer nada y, a la vez, me doy cuenta de que está bien. Tras las emociones de ayer me hacía falta no hacer nada hoy. Si no hubiese hecho tanto calor me hubiera ido a pasear con Maite, pero cuando ha vuelto me ha dicho que había hecho muy bien quedándome en casa, y ella me conoce mejor que nadie.

Es importante saber no hacer nada. No es fácil. Y, ojo, no hacer nada no es aburrirse, yo jamás me aburro porque, como todo el mundo, siempre estoy pensando. Pienso mucho, tal vez demasiado. Debería aprender a no pensar en nada. He intentado no pensar en nada muchas veces pero todavía no lo he conseguido, me dijeron que hacían falta maestros que me enseñaran y yo no quiero maestros, yo soy Robinson Crusoe.

No hacer nada, dejar pasar el tiempo tranquilamente, disfrutar de una carrera de coches, de un documental o sencillamente navegar por internet sin un destino definido, mariposeando aquí y allá, es maravilloso. Debería hacerlo más a menudo. Estoy de vacaciones.

sábado, 3 de agosto de 2019

Tres de agosto

Hoy hemos tenido una comida familiar muy especial. Mi madre cumplió recientemente ochenta años y hoy nos hemos reunido absolutamente toda la familia: ellos, sus hijos y parejas, sus nietos y las parejas de sus nietos. Veintidós personas aparecidas y unidas entre sí en este mundo como consecuencia de que los jóvenes, casi niños, que fueron se enamoraran y decidieran emprender juntos esta aventura tan extraña y en ocasiones absurda.

Ahora mi madre no está bien. Tiene problemas de salud y mi padre la cuida. Ella cumplió, como digo, ochenta años y él tiene ochenta y tres. Les hemos regalado una fotografía milagrosa en la que aparecen bailando hace sesenta y cinco, cuando empezaron a salir ella con quince y él con dieciséis. La fotografía, en blanco y negro, la enviamos a imprimir en un ancho bloque de madera y, como no se la esperaban, les ha gustado mucho. Mi padre, al ver a su compañera con quince años, se ha roto un poco; mi madre, víctima de su enfermedad, no ha reaccionado demasiado, se sentía un poco confundida, pero luego ha pasado a darnos un beso a cada uno para agradecernos que estuviésemos allí con ellos.

La comida, como siempre en el restaurante El lechugero de Cascante, Navarra, maravillosa: ensalada de escarola con anchoas y foie, canelones de bogavante, zamburiñas, y de segundo espalda de ternasco al horno o chuletón o rodaballo o merluza rellena de chipirones en su tinta. Hemos comido bien, hemos bebido bien, nos hemos reído, hemos llorado un poco con la entrega de la fotografía, y ahora, ya en nuestro apartamento de Zaragoza, puedo decir que creo en el amor duradero. En mi familia más cercana lo tengo a mi alrededor, y cuando nos reunimos me doy cuenta de la suerte que hemos tenido todos nosotros. No es frecuente. Yo estoy con Maite desde los dieciocho o diecinueve años y tengo -tenemos los dos- cincuenta y seis, y la quiero muchísimo; mis hermanos lo mismo, ¡pero si hasta mi hijo, con veintidós, lleva con su chica tres años o más y están la mar de bien por ahora! Por cierto, ella ha conocido en esta comida por primera vez a la familia Miramón al completo, algo que me gusta mucho porque ya la sentía como parte de nuestra pequeña familia y ahora, desde hoy, también de la grande.

El día termina y estoy cansado. Los problemas de salud de mi madre me preocupan, pero hace tiempo que los sufre y eso hace que, de algún modo, vayamos aceptándolos. Afectan a su capacidad cognitiva y, aunque hay días que está mejor, otros no tanto. Mi padre lo sabe bien. El joven de la fotografía que baila con ella la cuida sesenta y cinco años después (y veinte personas más) con un amor tranquilo e inmenso, como es él.





viernes, 2 de agosto de 2019

Dos de agosto

A las once y media iremos a buscar a Paula a la estación de Delicias, en Zaragoza. Es precioso que un barrio -y una estación de tren y autobuses- se llame Delicias. El lenguaje y las palabras son preciosos, tesoros pequeños que utilizamos constantemente sin darnos cuenta de su potencia, de su poder.

Atardece lentamente en el privilegiado horizonte urbano frente a nuestro piso, libre de edificios. No sé si mi hija vendrá cenada, pero voy a hacer a una pizza casera de atún y champiñones. Y también ha quedado algo de las alcachofas con guisantes y jamón que comimos al mediodía. Y tenemos tomates rosa de Barbastro, y mozarella de búfala, y albahaca, y paté, y fuet, y jamón bueno. En mi familia la comida es una religión.

Pero hace calor. Escribo estas letras al auxilio de un ventilador (en Zaragoza no tenemos aire acondicionado, algo que tendremos que resolver más temprano que tarde). Me ha gustado mucho escribir: "escribo estas letras al auxilio de ". Me ha hecho sentir, durante unos segundos, heredero de una larga tradición de náufragos. Aunque, ¿quién no es un náufrago si se mira en el espejo? Hoy en Tuiter leí algo que me gustó mucho: "Tú eres tu problema". Por supuesto que sí. Mírate en el espejo ahora mismo y dite a ti mismo que no eres ni tu problema ni un náufrago. Luego recuerda el sabor de la comida, la alegría del amor, el sexo, los sueños.

jueves, 1 de agosto de 2019

Uno de agosto

El primer día de vacaciones siempre estoy nervioso. No sé por qué. He pagado el impuesto de circulación de la vieja Picasso, le he pasado la revisión de la ITV, he comprado dos panes integrales con cereales en la panadería de Mohamed, y toda la mañana estaba nervioso. Me cuesta acostumbrarme a estar de vacaciones. Siempre me pasa. Soy un hombre, como ya os habréis dado cuenta, de rutinas, de hábitos (no todos buenos). He pasado por la oficina para recoger una cosa y he atendido a dos personas de paso. Luego me ha llamado una gestoría a mi móvil y les he resuelto la duda y les he enviado por mi correo un formulario que necesitaban y yo sabía dónde buscar. Y así.

Ahora estoy en Zaragoza. En Barbastro ha quedado Carlos, que está trabajando en una bodega para sacarse unos euros mientras piensa en su futuro como bombero forestal. Le hemos pedido que cuide del apartamento durante estos días, pero yo, que también tuve veintidós años, sé perfectamente en lo que está pensando. No pasa nada.

Sopla el cierzo de pared a pared en nuestro piso de Zaragoza. Es un gustazo. En el barranqué, que es como le llamamos a Barbastro los que vivimos allí, no suele haber viento porque precisamente es el fondo del río Vero, una hondonada en el terreno. Pero aquí, en Monsalud en Zaragoza, un poco más altos que el el resto de la ciudad, el cierzo corre que da gusto y me refresca mientras escribo estas líneas. En invierno es terrible, pero en verano es un consuelo cuando llega la noche.

Mi primer día de vacaciones y mi primer mes entero de vacaciones en muchos muchos años. Este verano ha coincidido que ni mi compañera ni mi compañero querían tomarse un día en agosto, así que he aprovechado. ¿Recordaré algo cuando regrese dentro de un mes (si no ha pasado algo que me haya hecho regresar antes)?

Esta noche intentaré dormir bien. En Zaragoza suelo dormir mejor que en Barbastro. Escribir escribo igual. Creo que podría escribir en cualquier parte del mundo con las mismas carencias y los mismos posibles y diminutos hallazgos. Miro a mi alrededor y doy testimonio de la casi nada. De lo casi invisible. Ese es mi proyecto.

miércoles, 31 de julio de 2019

Treinta y uno de julio

Último día antes de las vacaciones. Somos una región enorme pero poco poblada, una provincia con muy pocos habitantes y, después de tantos años, el amplio territorio que mi agencia comarcal abarca no impide que haya atendido siquiera una vez a casi todos los usuarios que vienen a preguntarme e informarse. Esto es algo que me encanta, porque así como mi memoria es atroz para casi todo, no lo es para las personas. Es como si, tras tanto tiempo atendiendo al público, mis neuronas espejo se hubieran especializado y me fuese imposible olvidar que el hijo de aquel ganadero era forestal o aquella señora de tal pueblo se cayó de la banqueta descolgando una cortina. Y siempre les sorprende que lo recuerde y, también me doy cuenta, lo agradecen mucho. Imagino que a mí también me sucedería: sentir que no soy un número nada más. Pero no lo hago a propósito, es un "superpoder" adquirido por el uso de ese aspecto concreto de la memoria en mi trabajo diario.

Mañana comienzan mis vacaciones y no estoy exaltado, no salto de felicidad. Estoy tranquilo. La semana que viene la pasaremos en la playa, y el resto entre Barbastro y Zaragoza. Me hace ilusión bucear con mi tubo y mis aletas, más aún si es junto a mi hija que vive tan lejos todo el año; y comprar unas gambas de Palamós en la lonja del puerto, y comer un arroz negro cerca del mar; y dormir mucho, y leer, y escribir este diario, y hacer fotografías y desconectar de la información de la Seguridad Social que cada día ocupa mi cerebro para transmitirla a los demás. Pero no es estrictamente una liberación porque me gusta mucho mi trabajo. Y es ahora, en los albores o pre-albores de mi vida profesional, aunque todavía me quedan algunos años, cuando me doy cuenta de la suerte que tengo. Ni tomar vacaciones es la alegría mayor de mi vida ni regresar será una condena a los infiernos. Soy un ser humano muy afortunado, y no sólo por lo que he contado en esta página de hoy. Lo soy porque me gusta mi trabajo y, sobre todo, porque me siento querido, amado en este mundo que a veces no comprendo del todo, este mundo que exploraré hasta el último momento de mi vida consciente. Ser amado es lo mejor que me ha pasado, me pasa y me pasará jamás, y no encuentro palabras para expresar tanto agradecimiento, tanta felicidad.

martes, 30 de julio de 2019

Treinta de julio

Cinco y veinte de la madrugada.  Estoy despierto desde las tres y media.  No me preocupa más allá de que mañana lo notaré un poco en el trabajo porque no suelo tener insomnio, pero me doy cuenta de lo larga que es la noche. La noche, en su centro, parece interminable.

lunes, 29 de julio de 2019

Veintinueve de julio

He llamado a mi madre porque hoy cumplía ochenta años y, sobre todo, porque la amo. Estaba muy contenta a pesar de su precario estado de salud. Ayer mismo, sin ir más lejos, estuvo en urgencias por un dolor intestinal agudo. Le dijo al médico de urgencias que mañana, por hoy, cumplía ochenta años, y que esperaba cumplirlos. El médico, mucho más joven que sus hijos, se rió. Y ella, a quien con una inyección ya le habían borrado el dolor de la tripa, se rió también. Las cosas, desde el día en el que amanecemos al mundo, comienzan a precipitarse sin remedio hacia su final.

Mientras hablaba con ella su voz vibraba de un modo especial. Estaba tan contenta. Ochenta años. El próximo sábado nos reuniremos todos para celebrarlo en mi pueblo de nacimiento, en Navarra, el pueblo de mis padres y sus padres y los padres de sus padres.

Estaba tan contenta. Hemos conversado un buen rato. Mi madre dice que ya puede morirse tranquila, y, como la conozco, sé que lo dice en serio. Pero ninguno de sus hijos queremos que se muera tal y como está ahora. Y sé lo que acabo de pronunciar en voz alta, soy perfectamente consciente de ello. Todos deberíamos serlo.

Es momento de celebración. Ayer estaba en urgencias y hoy era feliz recibiendo tantas llamadas de teléfono y tantas felicitaciones. Mis padres son una de las mejores cosas que me han sucedido en la vida, bueno: ellos me trajeron a esta realidad maravillosa y dura a la vez.

De mi padre he intentado heredar, no siempre con éxito, la honestidad extrema, sin titubeos ni dudas, la paciencia, la bondad, la generosidad, saber callar cuando hablar no aporta nada a una discusión, etcétera; de mi madre no he podido evitar el genio inesperado, la rebeldía, el no saber callar cuando las palabras brotan de tu garganta sin filtros, tal vez cierta maravillosa inteligencia de origen puramente natural y una curiosidad abierta a todo, sin prejuicios.

Son, Jesús Miramón y Nati Arcos, tal para cual, complementarios. Y yo soy su hijo, y con los años voy identificando perfectamente su herencia en mí. En mí y en quienes me rodean diariamente. Puedo sentir su herencia en mis hijos, en mis hermanos, incluso en mis sobrinos y sobrinas. Qué milagro.

sábado, 27 de julio de 2019

Veintisiete de julio

No he dormido bien la siesta y lo noto. Me siento cansado pero con ese cansancio placentero, de dejarse ir, de importarme todo una mierda. A veces va bien. Mañana es domingo: orgía.