miércoles, 31 de julio de 2019

Treinta y uno de julio

Último día antes de las vacaciones. Somos una región enorme pero poco poblada, una provincia con muy pocos habitantes y, después de tantos años, el amplio territorio que mi agencia comarcal abarca no impide que haya atendido siquiera una vez a casi todos los usuarios que vienen a preguntarme e informarse. Esto es algo que me encanta, porque así como mi memoria es atroz para casi todo, no lo es para las personas. Es como si, tras tanto tiempo atendiendo al público, mis neuronas espejo se hubieran especializado y me fuese imposible olvidar que el hijo de aquel ganadero era forestal o aquella señora de tal pueblo se cayó de la banqueta descolgando una cortina. Y siempre les sorprende que lo recuerde y, también me doy cuenta, lo agradecen mucho. Imagino que a mí también me sucedería: sentir que no soy un número nada más. Pero no lo hago a propósito, es un "superpoder" adquirido por el uso de ese aspecto concreto de la memoria en mi trabajo diario.

Mañana comienzan mis vacaciones y no estoy exaltado, no salto de felicidad. Estoy tranquilo. La semana que viene la pasaremos en la playa, y el resto entre Barbastro y Zaragoza. Me hace ilusión bucear con mi tubo y mis aletas, más aún si es junto a mi hija que vive tan lejos todo el año; y comprar unas gambas de Palamós en la lonja del puerto, y comer un arroz negro cerca del mar; y dormir mucho, y leer, y escribir este diario, y hacer fotografías y desconectar de la información de la Seguridad Social que cada día ocupa mi cerebro para transmitirla a los demás. Pero no es estrictamente una liberación porque me gusta mucho mi trabajo. Y es ahora, en los albores o pre-albores de mi vida profesional, aunque todavía me quedan algunos años, cuando me doy cuenta de la suerte que tengo. Ni tomar vacaciones es la alegría mayor de mi vida ni regresar será una condena a los infiernos. Soy un ser humano muy afortunado, y no sólo por lo que he contado en esta página de hoy. Lo soy porque me gusta mi trabajo y, sobre todo, porque me siento querido, amado en este mundo que a veces no comprendo del todo, este mundo que exploraré hasta el último momento de mi vida consciente. Ser amado es lo mejor que me ha pasado, me pasa y me pasará jamás, y no encuentro palabras para expresar tanto agradecimiento, tanta felicidad.

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