sábado, 6 de julio de 2019

Seis de julio

Como hace tanto calor esta mañana fuimos a dar nuestro paseo junto al canal a las siete y media de la mañana. A las ocho sorprendimos a un jabalí dándose un baño que, al vernos, salió corriendo y se escondió en la espesura. Estaba allí, a dos metros, y pensé en todas las veces que he visto huellas de jabalí en el barro de los charcos del invierno, y pensé que si estaba viendo a uno es porque hay cien, y los hay, y más de cien, tal vez miles, porque me lo dicen los agricultores, sobre todo los que cultivan maíz. "Si una piara se adueña de un campo cuando vayas a cosechar tendrás un montón de círculos sin una mazorca en condiciones". Porque son muy listos y van cambiando de ubicación. Listos y duros. Una mañana en el trabajo otro agricultor me decía: "Y no sabes lo duros que son, pueden comer todo, hasta veneno, y no les pasa nada. Hasta zapatos viejos tirados por ahí se comen, se lo comen todo y no les pasa nada. No hay animal más duro y resistente que el jabalí", decía.

Ha sido una experiencia bonita. Yo no soy cazador ni tengo una opinión especialmente favorable hacia la caza, aunque reconozco que al no existir depredadores naturales especies como el jabalí se están convirtiendo en una plaga, al menos en este territorio. Pero ha sido bonito ver a un animal verdaderamente salvaje en plenitud de facultades, no muerto, no atropellado, no enfermo, nadando en el canal y saliendo a toda velocidad de él al vernos. No era un ejemplar grande, parecía joven. Tal vez por eso se dejó llevar y siguió actuando a la luz del sol, sin esconderse al amanecer como hacen todos.

Siempre que vamos a caminar por el campo lo hago con los ojos bien abiertos. Normalmente sólo hay aves. Una zona de abejarucos, otra de aviones comunes como los que anidaban en el alero de nuestra casa en Binéfar. Y verderoles, jilgueros (cardelinas las llamamos en Navarra y Aragón), pequeños gorriones moros en pequeñas bandadas jugando con nosotros volando de arbusto en arbusto al ritmo de nuestro paso. Y me gustan mucho los pájaros, sobre todo los pequeños y alegres cuyo canto siempre es superior a su aspecto, pero me ha gustado ver a un gran mamífero. Una vez vimos un zorro que se detuvo, se nos quedó mirando y después siguió su camino al trote, sin correr ni nada.

Este mundo no es nuestro. Lo compartimos. Sólo, como el resto de especies que nos rodean, desde los insectos a las ballenas azules, podemos vivir aquí de modo natural. Respirar el venenoso oxígeno que nos oxida. Soportar los rayos ultravioleta del sol. La gravedad que ha conformado nuestras columnas vertebrales y la presión arterial de la sangre en nuestras venas. Tal vez deberíamos ser conscientes de algo tan simple: cada animal y cada planta, desde el más pequeño a la más grande, son nuestros hermanos. Nosotros somos caníbales y ellos también. Pero somos hermanos. Pertenecemos a este pequeño lugar del universo y, por ahora, sólo aquí podemos vivir y morir en condiciones naturales.

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