El domingo discurre tranquilamente bajo esa distorsión de la luz sobre las carreteras y los edificios que genera el calor extremo. Aunque en mi cubículo contaminador con el aire acondicionado a veintitrés grados me siento como un astronauta a salvo mientras exista energía en la nave.
Por la mañana muy temprano, la única hora en la que se puede salir a caminar seis kilómetros, Maite y yo fuimos a pasear. Hoy no vimos ningún animal salvo las aves que siempre están ahí. Durante unos minutos pensé que volveríamos a ver otro jabalí en el agua huyendo hacia la vegetación de nuestra presencia, una repetición no prevista, un fallo de Matrix, pero no sucedió. Tal vez nuestras vidas son realmente improvisadas.
Ayer por la noche regresó mi hijo Carlos Miramón del campamento más allá de los Llanos del Hospital, en Benasque, una experiencia de montaña organizada desde hace muchísimo tiempo por un hombre extraordinario de Binéfar, Faustino Rami; unos campamentos a los que comenzó acudiendo de niño y ahora, con veintidós años, va para echar una mano si no trabaja. Me gusta que mi hijo ame la montaña y la naturaleza. Me gusta también que los niños y niñas que acuden a esos campamentos le quieran mientras camina montaña arriba con cinco o seis mochilas colgadas de su cuerpo.
El hecho es que anoche regresó de la montaña y quería comer mi comida. Ya sabemos lo que sucede en esos sitios donde comen niños, adolescentes y adultos: comida de rancho, que guste más o menos a todos y que tampoco sea muy cara: salchichas de frankfurt, arroz a la cubana, macarrones con tomate, pollo rebozado, etcétera (creo que por cualquiera de esta comidas moriría ahora mismo, pero ya me comprendéis). Así que hoy ha comido una crema de puerros fría que hice el otro día y un bacalao desalado a la vizcaína con su carne de pimiento choricero y su tomate y sus pimientos y su canesú que estaba para, como ha sucedido, fundirnos media barra de pan. En esta casa nos gusta comer comida de yaya, que decimos. Yo soy un experto cocinero de comida de yayas.
¿Que por qué he hablado de mi hijo y de lo que hemos comido? Porque ha formado parte de este domingo que, sí, lo sé, lo he repetido mil millones de veces y lo haré otra vez: no se repetirá nunca. A menos que exista un repetición extraña, un déjà vu, un fallo del software que rige toda esta experiencia maravillosa y extraña al mismo tiempo. Mañana es lunes. Me gusta tanto mi trabajo que no siento ninguna pena por eso. Pero lo que está sucediendo en el Mediterráneo sí, mucha. Y también indignación.
domingo, 7 de julio de 2019
Siete de julio
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2 comentarios:
Veo que has habilitado de nuevo los comentarios. Yo, al menos, el otro día no los veía.
Aunque no suela decir mucho, me alegro, para poder hacerlo.
Un abrazo.
Y además no tenéis que utilizar el captcha. Lo desactivé y, aunque sigue apareciendo porque mi plantilla está muy tuneado por mí mismo, basta con darle a publicar y ya está.
Un abrazo.
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