sábado, 30 de noviembre de 2019

Treinta de noviembre

Sábado de recados. He ido a comprar a tres supermercados distintos, además de la panadería y la farmacia. Y antes de esos recados he cumplido disciplinadamente con mi sesión terapéutica de rayos UVA, diez minutos un día sí y otro no. De por medio he pillado capazos con varias personas, alguno de considerable duración. El cielo estaba nublado, casi turbio, y desde el actual Alcampo de la carretera, antes Sabeco, no se veían las montañas nevadas, sólo los edificios de la ciudad y la torre de la Catedral emergiendo en el centro. Como otras veces, he sentido con fuerza lo profundamente extraño que era estar allí de pie junto a la vieja Picasso observando mi pequeño mundo. Qué misterio es este.

viernes, 29 de noviembre de 2019

Veintinueve de noviembre

Finalmente este otoño ha terminado teniendo su tiempo para durar y satisfacerme. Es, de las cinco, mi estación favorita, y no deja de sorprenderme su belleza melancólica e insensible. Porque a la naturaleza no le importa nuestra sensibilidad o ausencia de ella, no le importan las fotografías tan previsibles que suelo hacer, no le importa nada. Si acaso, y lo escribo sabiendo que es mentira, la lenta retirada de la savia, la progresiva muerte de la fotosíntesis que termina con las hojas cayendo delicadamente al suelo. A veces me resulta agradable pensar y escribir mentiras así. Me parece que es como un tratamiento personal ante la dificultad de aceptar que nada tiene importancia. Por ejemplo: los árboles comienzan a dormir hasta la próxima primavera, desnudándose y dejando al descubierto los nidos vacíos. ¿En qué sueñan? Por ejemplo.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Veintiocho de noviembre

Los días fluyen cada vez a más velocidad. Es algo imperceptible pero lo noto, lo siento a mi alrededor. Duermo, despierto, duermo, despierto. Y en medio la vida visible, la que huele y está poblada de otros cuerpos y otras mentes con las que interactúo. Duermo, despierto, y en medio las jornadas cada vez más rápidas precipitándose sin remedio hacia el futuro.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

Veintisiete de noviembre

Esa mañana he tramitado la paternidad de un joven senegalés. El hecho no tendría nada de extraordinario porque prácticamente cada día hago paternidades y maternidades entre otras muchas cosas, pero este chico fue el protagonista, hace años, de un conmovedor acontecimiento en nuestra pequeña agencia comarcal. En aquellos tiempos los trabajadores del campo pagaban unas cuotas mensuales a la Seguridad Social, y S., apenas un chaval, extranjero con pocos rudimentos del idioma español, se había olvidado de pagar dos o tres recibos. La consecuencia de ese olvido era que en Extranjería no le renovaban la tarjeta de residencia y trabajo si en un plazo de unos pocos días no hacía frente a la deuda. Por aquella época él no tenía dinero y vivía en un piso junto a varios compañeros que le daban de comer y le ofrecían un colchón donde dormir. En un momento dado, presa de la desesperación de quedarse sin permiso de trabajo, se echó a llorar. Mi compañera le dio ánimos, le dijo que hablara con Cáritas, con los Servicios Sociales. Él se limpió el rostro con un pañuelo de tela y después salió a la calle.

Y aquí empieza la historia de esperanza en nuestra especie. Sentada en la zona de espera había una señora mayor, viuda desde no hacía mucho tiempo. Yo la conocía bien y sabía que su pensión no era ninguna fortuna, más bien lo contrario, pero al ser llamada a la misma mesa de la cual se había levantado el chico senegalés, le preguntó a la funcionaria si podía decirle el motivo de que aquel joven se hubiese ido llorando de la oficina. Mi compañera se lo explicó por encima, sin entrar en detalles, y la señora dijo: “Entonces, si no le he entendido mal, pagando esa deuda el chico podría seguir viviendo y trabajando en España, ¿verdad?”. “Sí, así es”. Fue en ese momento cuando la señora preguntó el importe, creo recordar que algo menos de trescientos euros, y nos pidió el recibo para poder pagarle la deuda a un joven extranjero a quien no conocía de nada. “Eso sí”, nos dijo, “les pido por favor que no le digan quién lo ha hecho, por favor, no quiero que se sienta en deuda conmigo ni con nadie”. Se lo prometimos, la señora fue al banco más cercano y nos trajo el resguardo del pago que nosotros, a su vez, enviamos a la Tesorería para que ésta emitiera un certificado de estar al corriente.

Llamamos por teléfono a S. y le dijimos que todo estaba resuelto, que una persona anónima había pagado su deuda para que pudiera seguir viviendo y trabajando entre nosotros, que pasase por la oficina para recoger el certificado y presentarlo en Huesca. Cuando vino intentó sacarnos información sobre el ángel que le había ayudado, pero nosotros cumplimos nuestra promesa y no se lo dijimos.

Después vi a esta señora algunas veces por Barbastro, una mujer como cualquier otra, una viuda de autónomo como cualquier otra, y siempre le sonreí, todavía lo hago. Si vuelvo a encontrármela acaso me atreva a decirle que gracias a su gesto este chico pudo quedarse en España y prosperar y casarse y tener una niña preciosa que se llama Mariama Siré, una niña que podrá ir al colegio, al instituto y, si le gusta estudiar y tiene vocación, podrá ser médico, arquitecta, lo que ella quiera.

Los actos siempre tienen consecuencias a largo plazo, y a veces, sobre todo cuando provienen como en este caso de la bondad más pura, son maravillosas.

martes, 26 de noviembre de 2019

Veintiséis de noviembre

Después de tantos años trabajando en Barbastro en contacto con la gente, conozco a decenas, a cientos de personas de la ciudad y también de las comarcas. Los veo caminar por la calle, nos saludamos, y no puedo evitar recordar sus historias, sus vicisitudes, las cosas que me contaron. Es algo que convierte a Zaragoza en un lugar extraño para mí, ya estoy acostumbrado a conocer a una de cada diez personas con las que me cruzo, y en la gran ciudad ese mar de rostros anónimos me desconcierta mucho. Jamás lo hubiera pensado.

lunes, 25 de noviembre de 2019

domingo, 24 de noviembre de 2019

Veinticuatro de noviembre

Si ni siquiera fuesen todavía las nueve me iría a dormir ahora mismo, pero no puedo hacerlo porque sé que a las tres de la madrugada me despertaría como si fuesen las siete de la mañana. Así que aquí estoy, haciendo hora para acostarme y sin saber muy bien por qué estoy tan cansado. He cocinado mucho, para dos o tres días, pero eso es algo que hago casi todos los domingos. ¡Y he dormido casi una hora de siesta después de comer!

Otro domingo que se apaga suavemente en este planeta.  Tras las lluvias de estos días el río Vero fluye con fuerza y buen caudal de agua hacia el lejano mar.  Creo que voy a ducharme y así no tendré que hacerlo mañana por la mañana. Y me voy a arreglar un poco la barba, que ya le toca. Primero barba y luego ducha, ese es el orden correcto. Ojalá tuviera tan claro el orden correcto de casi todo lo demás.

sábado, 23 de noviembre de 2019

Veintitrés de noviembre

Mi hermano J. nos recuerda en el grupo de WhatsApp que, como cada año, hay que recoger las olivas de mis padres para llevarlas a la almazara. Por un lado sí, es un día en el que nos juntamos todos con nuestras varas y trabajamos a destajo, y es bonito ver caer las olivas sobre las mantas, limpiarlas de ramas y hojas y luego cargar los sacos en el coche; por otro lado: oh, misericordia.

viernes, 22 de noviembre de 2019

Veintidós de noviembre

Días de lotería. La de mi empresa, la del Salud de Aragón, las compañeras de enfrente; la del club de futbol donde juega María, la del Alzheimer, la de la Asociación Española contra el Cáncer, la de la Cruz Roja. Como cada año, juego lo mínimo que puedo, pero al final siempre me veo con un buen puñado de boletos.

Por otro lado a veces me gusta imaginar cómo sería hacerme millonario sin ningún merecimiento, señalado únicamente por el aleatorio dedo de la fortuna. Qué dinero más absurdo. ¿Qué debe sentirse más allá del primer estupor y las primeras celebraciones? ¿Por qué yo y no otro? ¿Cómo puede ser?

jueves, 21 de noviembre de 2019

Veintiuno de noviembre

He ido a mi segunda sesión de rayos UVA y, al salir del coche, el aire olía como el de un pueblo mucho más pequeño que Barbastro: una mezcla de castañas asadas, leña en el fuego, humo de estufa antigua. Me ha sorprendido y gustado mucho al mismo tiempo. Aromas primitivos antes de entrar casi desnudo en una cabina espacial de luz radiante.