El niño es pequeño y tiene tres años y medio. Su madre tiene cuarenta y cuatro. Se quedó embarazada de uno de sus secuestradores y dio a luz en un campamento en medio de la selva. No se ven desde que el bebé tenía ocho meses, cuando los guerrilleros se lo llevaron para impedir que muriese a causa de las condiciones deplorables en las que vivían. Ella, la mujer flaca de pelo oscuro, podría haber muerto durante su cautiverio, víctima de enfermedades infecciosas o en una escaramuza con el ejército. De haber sucedido eso el niño nunca hubiera podido abrazar a su madre, a quien no recuerda, ni tener la posibilidad de crecer arropado por una familia. Pero por una vez la historia acaba bien. La mujer que para sobrevivir se agarró durante años a la esperanza de volver a estar con su hijo finalmente ha sobrevivido, y el niño que hubiera podido perderse en el océano de los orfanatos fue encontrado. Ya están juntos. Ella lo envuelve entre sus delgados brazos y el pequeño, esa figurita repeinada, se deja abrazar dándose cuenta de lo mucho que también su mamá le necesitaba a él.
martes, 15 de enero de 2008
Un final feliz
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3 comentarios:
Esto es todo inimaginable.
Un abrazo, Jesús.
Me conmovió mucho esta fotografía. No sé si te pasará a ti, Portorosa, pero desde que tengo hijos los niños pequeños me tocan enseguida el corazón. Un abrazo.
Me lo tocan, claro. Y sólo pensar en algunas cosas me lo machaca tanto que tengo que parar.
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