viernes, 25 de enero de 2008

Paisaje

Entra un hombrecillo pequeño, de no más de metro y medio de estatura, y se acerca titubeante a mi mesa. Habla de un modo tan extraño que apenas logro comprender lo que quiere decir: algo referente a la injusticia social y la tuberculosis. Sobre su rostro arrugado tiemblan ligeramente unos rizos engominados.

Llega una señora elegante que camina apoyándose en un bastón. Tiene sesenta y cinco años y es de una belleza imposible de ignorar. Tras la consulta se aleja dejando tras de sí un tenue aroma a perfume bueno.

Se acerca un hombretón de casi metro noventa, jersey de lana y pantalón de tergal un poco corto. Habla gritando y cuando le pido por favor que baje un poco la voz me dice que le disculpe, que no se da cuenta de que habla fuerte porque lleva viviendo toda la vida con su madre sorda, que murió hace pocos días. Me cuenta que mientras sus hermanos se casaban y se iban a Barcelona y Zaragoza él se quedó en el pueblo a cargo de la madre, las tierras y el ganado. El cuello de su camisa de franela está tan rozado que ha perdido el color.

Entra una joven negra con tres niños pequeños. Es muy guapa, viste ropa de dibujos brillantes y huele a mantequilla de canela. Mientras hablamos no puedo evitar fijarme disimuladamente en sus dedos largos y estilizados, a pesar de que sus hijos no me quitan los blanquísimos ojos de encima.

Viene un hombre que padece obesidad mórbida. Se sienta jadeando en la silla y me mira con ojos sufrientes y diminutos. Vive de subsidios sociales y está enfermo del corazón. En una pulcra carpeta azul de cartón trae su historial médico, compuesto por unas setenta o noventa páginas, que procede a mostrarme.

Se acercan dos adolescentes de larga melena, rostros resplandecientes y mirada atolondrada. Vienen porque van a presentar sus datos en la oferta de trabajo del próximo supermercado Mercadona que van a abrir en Barbastro. Ríen y hacen comentarios mientras les facilito sus números de la Seguridad Social. La frescura que inconscientemente transmiten hace que el aire continúe vibrando incluso cuando se han ido.

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