El viernes por la tarde emprendo un viaje relámpago de ida y vuelta a Zaragoza. Los campos verdes ahora son dorados. La periferia de la gran ciudad es deprimente: paisajes posnucleares, apocalípticos. Recojo a Paula y sus amigas en la residencia y vuelvo a la carretera. Ellas duermen, agotadas tras su semana de inmersión en la facultad de ciencias. Las despierto al llegar a Binéfar, dejo en sus respectivas casas a A. y L. y al cruzar el umbral de la mía me doy cuenta de lo agotado que estoy. Me tenderé en la cama con la intención de descansar un poco y me dormiré en el acto. Cuando despierte será demasiado tarde para acudir al ensayo con el coro, noche cerrada en la claraboya del techo, los horarios echados a perder.
sábado, 19 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Bueno, mañana será otro día.
Después de un tiempo y tras haberte perdio y vuelto a encontrar, regreso a tu claraboya.
Un beso, Jesus
Y yo estoy encantado de verte por aquí, Añil. Tienes razón, hoy ya es mañana, otro día, ¡y festivo para mí!, lo que hará más fácil que los horarios trastocados vuelvan a su sitio. Un beso.
Publicar un comentario