El pasado domingo aparqué frente a la panadería y crucé la calle para comprar pan antes de ir a caminar por el campo. M. se quedó en el coche. Compré la barra de pan, salí a la calle, monté en la Picasso, le di el pan a mi compañera y reemprendí la marcha. Al cabo de unos segundos ella me dijo que me había observado yendo a la panadería y después, a través del escaparate de ésta y, de un modo distinto, se había sentido muy enamorada de mí; que le había parecido un hombre atractivo, guapo, mirándome como si fuese un extraño y no su marido. Me gustó mucho oír sus palabras, aunque no tanto como ella.
martes, 14 de febrero de 2017
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4 comentarios:
¿Ves qué bien y qué sencillo, verdad?
A veces sí. Ojalá lo fuese siempre.
Hoy no nos hemos regalado nada. Nunca lo hacemos. Somos de esos aguafiestas que están en contra de las fiestas programadas, etc. Aunque tampoco criticamos nada: nos limitamos a ser coherentes y ya está.
Ella me hace regalos casi cada día.
Un abrazo.
Afortunados.
A mí me ha pasado lo que le pasó a ella muchas veces. Recuerdo una tarde en la que fui a buscarla a la estación de autobuses de Tamarite, un pueblo a pocos kilómetros de Binéfar. La vi bajar del vehículo y buscarme con la mirada y sentí lo mismo que ella sintió el otro día.
¿Afortunados? Sí. Carpe diem.
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