La vida pasa ante mí cada mañana al otro lado de la mesa de trabajo. Los padres recientes con sus bebés, aquellos casi tan tiernos como esos pequeños gusanitos que se convertirán en magníficas mujeres y hombres habitantes de un mundo futuro que no podemos siquiera imaginar; trabajadores que tras muchos años de horarios y despertador vienen a jubilarse, algunos olvidando que se trata de un acontecimiento de júbilo y de dicha y no de una condena judicial; las personas, casi siempre muy mayores pero a veces también jóvenes, que solicitan pensiones de viudedad y orfandad, víctimas casi siempre de la vejez pero también, en ocasiones trágicas, de enfermedades inesperadas y accidentes; ciudadanos que van a viajar a un país europeo y prudentemente vienen a solicitar la tarjeta sanitaria europea; adolescentes que necesitan su número de la Seguridad Social porque van a comenzar a trabajar por primera vez en su vida; trabajadores cuya enfermedad les impide seguir trabajando y vienen para preguntar qué será de ellos e informarse sobre las pensiones de Invalidez; familias casi sin recursos que necesitan ayuda y finalmente debo derivar a los Servicios Sociales de la Comarca; trabajadores que han sufrido un accidente de trabajo y las Mutuas intentan quitarse de encima transfiriéndolos al sistema público de salud; altas y bajas de autónomos; deudas; certificados de pensionistas y no pensionistas para ir a nadar a la piscina municipal y beneficiarse de un pequeño descuento del ayuntamiento; ciudadanos extranjeros que vienen a tramitar prestaciones internaciones de los reglamentos comunitarios europeos y los convenios bilaterales que España tiene concertados con distintos países de todo el mundo, etcétera.
Desde el certificado de nacimiento hasta el certificado de defunción, pasando por casi todas las vicisitudes de una vida, centenares y miles de seres humanos han estado al otro lado de mi mesa y, tras tantos años desarrollándolo, es un trabajo que me sigue fascinando todavía más que el primer día, porque si algo he aprendido es que cada ser humano es distinto, cada vida una experiencia diferente a cualquier otra, cada existencia el brillo de una estrella entre miles de millones. Qué privilegio.
sábado, 16 de septiembre de 2017
Entre miles de millones
Anotado por Jesús Miramón a las 00:09 | Diario , Vida laboral
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2 comentarios:
Sí.
Somos especiales. También somos bastante tontos. En fin.
Un abrazo.
Ay, Porto, claro que somos tontos, pero también somos listos. De hecho saber que somos bastante tontos nos convierte en listos. Y especiales. Únicos. No existe nadie en todo el planeta exactamente como tú o como yo; ni siquiera ha existido antes ni existirá hasta que nos extingamos o colonicemos otros planetas (sí, soy muy tonto).
Un abrazo.
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