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jueves, 18 de abril de 2019

Dieciocho de abril

El segundo mesías vino a la tierra en Siria, no muy lejos de donde lo había hecho su antecesor dos mil años antes.  Tenía seis años cuando un avión de guerra bombardeó el edificio donde vivía convirtiéndolo en escombros y matando a todos sus habitantes. Él, naturalmente, resucitó a los tres días, pero eran tantas las toneladas de cemento y hierro que presionaban su pequeño cuerpo destrozado cerca del de sus padres y sus hermanas y hermanos, que no pudo hacer otra cosa sino esperar. Al cabo de unas semanas, después de sufrir el proceso de corrupción de los cuerpos de su familia, alguien abrió una grieta de luz en los escombros que lo sepultaban. Cuando vieron su estado aparentemente vivo cerró los ojos y se hizo el muerto. Como mesías era capaz, sin siquiera saber cómo, de hacer muchas cosas: no sentir hambre, no sentir sed, detener los latidos de su corazón.  Lo enterraron en una fosa común junto a los suyos. Allí yace en la verdadera muerte eterna, inocente como un cordero, sin saber que había venido al mundo a salvarnos por segunda vez.

jueves, 25 de enero de 2018

Emprendo el descenso

A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en un planeta como Marte, árido, seco, casi sin atmósfera, y muero al instante.

A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en un planeta de cielo azul y bosques perfectos y campos de cultivo. Los seres humanos que encuentro, en un inglés muy contaminado de otras lenguas pero comprensible en su contexto, me cuentan que nuestra especie hace siglos que se dio cuenta de que debía frenar su crecimiento demográfico y limitar al máximo el consumo de animales. Con la llegada de la revolución de las células madre las empresas que mataban terneros, cerdos y corderos pasaron a crear carne con su mismo sabor y propiedades, y así el veganismo triunfó en el mundo. Pruebo un entrecot. No sabe igual que el que me comí con unos pimientos de piquillo confitados el día anterior a mi viaje, pero reconozco sus ventajas ecológicas. Qué bien, el planeta supo cambiar su trayectoria hacia el precipicio, existe esperanza, pienso. Entonces pido amablemente que me muestren una imagen del mundo y descubro que África y grandes zonas de Asia son campos de cultivo sin presencia de población humana. Pregunto: "¿Qué pasó allí?" Me contestan: "Hace siglos tuvimos que frenar el crecimiento demográfico mundial y actuamos en sus nidos fundamentales, que eran África y Asia". Digo: "¿Actuaron? ¿Qué quiere decir eso?". "Lo que le estoy diciendo, debería saberlo, se estudia en los colegios, ¿de qué planeta se ha caído?". Y comprendo.

A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en medio de un bosque de hayas y robles y, por más que busco vestigios de presencia humana, no los encuentro. Un jabalí enorme aparece en un claro entre los árboles, me mira con sus ojos tan parecidos a los de los humanos e, ignorándome sin ninguna preocupación, continúa hozando en el húmedo suelo a pocos metros de mí. Camino a través de la espesura subiendo hacia el lugar más alto a mi alcance. Llego a un repecho rocoso y contemplo el horizonte. Muy lejos el mar brilla bajo la luz del sol. Entre el mar y el lugar donde yo estoy veo los restos de una gran ciudad transformada en escombros apenas perceptibles bajo siglos de vegetación y naturaleza incontenible. No atisbo signo alguno de presencia humana, pero emprendo el descenso.

lunes, 22 de enero de 2018

Viajes en el tiempo

A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el pasado, y a menudo aparezco en medio de un bosque de hayas y robles y, por más que busco algún vestigio de presencia humana para adivinar la época, el siglo, no lo encuentro, así que me limito a caminar entre antiguas arboledas vírgenes de troncos cubiertos de musgo y un silencio absoluto ajeno a sonido humano alguno. Ninguna campana lejana. Ningún relincho de caballos. El bosque y nada más, como si hubiese viajado al comienzo de todo para nada.

sábado, 20 de enero de 2018

Rinocerontes lanudos

Me doy cuenta de que mi generación está asistiendo en directo, como pasa siempre con la realidad, a un cambio climático de consecuencias que preferiría no imaginar y sin embargo no hago sino imaginar una y otra vez con todo lujo de detalles.

Cuando logro detener a duras penas mi imaginación, nutrida desde la adolescencia con centenares de lecturas que van desde Julio Verne a Frank Herbert pasando por Asimov, Ray Bradbury y Philip K. Dick, pienso: "Espera, no te precipites a guardar en el trastero latas de comida de tamaño familiar y escopetas de caza y cajas de cartuchos".

Porque esto ha sucedido siempre. No acaso con una intervención tan directa de nuestra especie ni con tal velocidad temporal, pero los cambios climáticos forman parte de la historia de nuestro planeta, y nosotros formamos parte de él para bien y para mal, no somos marcianos llegados aquí para destruirlo, somos uno de sus problemas o, tal vez, uno de los factores de un cambio que es posible que acabe precisamente con la extinción de todos nosotros (en defensa propia).

Lo raro es asistir a ello en directo, pero imagino que eso mismo debió sucederles a nuestros antepasados que asistían estación tras estación al avance del frío y los glaciares, por no hablar del último Neandertal sentado en la entrada de su cueva en Gibraltar, cuando los mamuts y los rinocerontes lanudos formaban parte de la leyenda ya lejana de su tribu, empujada cada vez más hacia el Sur y la caza de conejos y pequeños animales indignos de los cazadores que habían sido pocas generaciones antes.

Esta mañana he visto huellas de jabalí mezcladas con las de perros. Caminábamos a paso ligero y me he quitado la ropa de abrigo. La temperatura era de quince grados según mi teléfono inteligente. He mirado al final del horizonte, a las cumbres nevadas, y por un momento me ha parecido visualizar cómo la capa blanca se desvanecía a toda velocidad, aunque no era verdad, sólo otro fruto de mi infantil imaginación.

Me ha tocado vivir a edad adulta tiempos distópicos, apocalípticos, zombis; y es verdad que las cosas están cambiando a una velocidad que nadie esperaba, es verdad que los osos polares ya están condenados, que la banquisa de la Antártida se está rompiendo en bloques de hielo tan grandes como islas enormes, que en el Sur de Inglaterra están comenzando a plantar viñas, que los árboles suben poco a poco hacia las cumbres de las montañas huyendo del calor. Yo estoy aquí, en este preciso momento de la historia de mi galaxia, y pienso describirlo lo mejor que pueda. Y al acabar escupiré pintura sobre mi mano abierta en la pared.

martes, 19 de septiembre de 2017

O de hojas

Me voy a la cama a morir durante seis o siete horas. Estoy muy cansado y además este acto es necesario para que alguien despierte en otro lugar del universo, algo tal vez poseedor de ocho o doce o mil miembros inferiores, alguien hecho tal vez de gas o de hojas o de escamas duras como el diamante. En cuanto yo me duerma ello despertará con el vago recuerdo de un sueño extraño, olvidado enseguida, y emprenderá la experiencia cotidiana de una vida que sucederá exactamente durante el tiempo en el que la mía reposa.

viernes, 6 de enero de 2017

Reyes magos

Los reyes magos atravesaron el desierto sobre sus camellos hasta llegar a la orilla del mar. Era de noche y en la arena de la playa no les esperaba nadie: ninguna taza de leche, ninguna galleta, ningún árbol de navidad en kilómetros a la redonda. Sin cambiarse de ropa descabalgaron y caminaron hacia las olas que golpeaban la orilla, adentrándose paso a paso bajo las aguas del mar y así avanzar kilómetro a kilómetro a través de valles y llanuras submarinas pisando sin querer miles de cadáveres de adultos y pequeños, todo ese terrible cementerio.

domingo, 7 de junio de 2015

Interestelar

De regreso a Barbastro contemplo las lejanas y oscuras tormentas que descargan en las montañas. El termómetro exterior del coche señala treinta y dos grados mientras el aire acondicionado hace su trabajo. En algunos tramos atravieso velozmente las nubes de polvo que levantan las cosechadoras.

martes, 23 de diciembre de 2014

Un cuento de Navidad

Al principio no habían querido escuchar a los vecinos y amigos que cargaban sus pertenencias en coches y carros de mulas y abandonaban la ciudad. Ellos, la familia de este cuento, siempre habían vivido allí, igual que sus padres y los padres de sus padres y los padres de los padres de sus padres. Su religión era muy antigua, más antigua que todas las que les rodeaban, y siempre, durante siglos y siglos, había sobrevivido, ¿por qué habría de ser diferente ahora? Además la esposa estaba encinta de ocho meses y no consideraban conveniente someterla a un viaje sin destino.

Cuando las primeras rancheras Toyota cargadas de milicianos enfilaron la avenida principal seguidas por los carros de combate tomados al ejército gubernamental, nuestros protagonistas se quedaron en casa, quietos, discretos, silenciosos. Aquellas banderas negras y las consignas y disparos al aire no tenían nada que ver con ellos, sólo había que aguantar las primeras semanas, pensaban, y esperar que las aguas se calmaran.

Pero pronto comenzó el terror: todos los policías y soldados que se habían rendido pretendiendo ser respetados como prisioneros fueron ejecutados tumbados unos junto a otros en sus propias fosas comunes, y cualquier comentario descuidado podía ser considerado apóstata y condenar al desgraciado a la crucifixión o la decapitación en la plaza pública. La policía moral comenzó a patrullar todos los barrios para imponer su visión de la fe y prohibir el consumo de alcohol, la libre indumentaria de las mujeres, la música occidental, las fotografías alegres, cualquier atisbo de libertad mental, y cuando, ya fuera por azar o por la denuncia de vecinos malintencionados, encontraban a miembros de otras religiones, les exigían, además de sumisión e invisibilidad, el pago de un impuesto para librarse de la muerte.

Fue a principios de diciembre cuando el padre vio con claridad que se habían equivocado quedándose. Supo de buena fuente que durante la noche grupos de asesinos compuestos por invasores y ciudadanos criminales entraban en las casas de los que ellos llamaban infieles para asesinar a los hombres, saquear todo lo que podían encontrar y esclavizar a mujeres y niños sin importarles impuestos ni humanidad alguna. Para no asustar prematuramente a su mujer embarazada planificó en secreto, ayudado por su hijo mayor, el acopio de provisiones y gasolina que les permitiera llegar a la frontera. No olvidó el dinero que sería necesario para los sobornos, ni tampoco los atuendos y pañuelos que vestirían su esposa e hijas para superar los controles de carretera.

Salieron de la ciudad una mañana fría, poco después del amanecer, pues era mejor pasar los controles a la luz del día que en la oscuridad de la noche, cuando todo resultaba sospechoso. Les ordenaron detenerse en tres ocasiones y en todas ellas los milicianos echaron un vistazo a los ocupantes del coche, tres de las cuales viajaban totalmente cubiertas por el hábito negro que sólo dejaba asomar los ojos asustados, y les dejaron pasar. Cuando hubieron dejado atrás la periferia de la ciudad donde sus antepasados habían vivido durante siglos abandonaron la autopista principal y tomaron vías alternativas que amigos ya a salvo les habían enviado por whatsapp. Las carreteras secundarias, cada vez en peor estado y con más curvas, subían y subían hacia las montañas a través de un majestuoso paisaje de bosques de cedros y cimas cubiertas de nieve, y a medida que ascendían, más y más lejos parecían quedar las plazas públicas de cabezas empaladas, las mutilaciones ejemplarizantes, las lapidaciones, las crucifixiones, toda aquella demencia casi irreal, como de otro mundo.

El puesto fronterizo se hallaba situado en la cumbre de la cordillera, y por el brillo en la mirada de los soldados el padre supo que había hecho bien reuniendo dinero en pequeños fajos de billetes. Se quedaron también la televisión de plasma y los dos teléfonos móviles que llevaban, además de los relojes y la Play Station que el hijo mayor había escondido inútilmente al fondo del maletero, pero finalmente pasaron al otro lado de la barrera metálica donde había la misma nieve, los mismos árboles, las mismas rocas, las mismas nubes atardeciendo sobre un paisaje alpino y donde, sin embargo, todo era diferente.

Fue cerca de media noche, descendiendo hacia el valle donde titilaban las luces de una ciudad, lejanas y diminutas como estrellas, cuando la madre se puso inesperadamente de parto. Había roto aguas y el tiempo se terminaba. Las niñas lloraban y el chico miraba hacia adelante con los ojos muy abiertos. Al salir de una curva apareció una cabaña de pastores junto a un prado y allí se detuvieron. El resto es sabido.

jueves, 23 de agosto de 2012

Agosto

Agosto se precipita lentamente hacia su fin pero el calor no disminuye. Las estrellas nocturnas se evaporan en el cielo. Naves enviadas desde un planeta azul aterrizan en el nuestro para explorarlo.

lunes, 25 de abril de 2011

115

Yuri Gagarin subió a su esfera de acero, dijo "Allá vamos" y fue disparado hacia el espacio exterior. Era el primer ser humano en hacerlo e ignoraba si su cerebro se convertiría en fosfatina dentro de su cráneo o la nave estallaría en mil pedazos, pero lo que sucedió fue que subió y subió dejando atrás el planeta y, tras atravesar la delgada linea que divide la atmósfera del cosmos, se encontró de pronto flotando en medio de un extraño silencio. En el ojo de buey la tierra allá abajo parecía una canica de vidrio de colores donde predominaba el azul, más hermosa de lo que nunca hubiera imaginado. Fue entonces cuando sonrió por primera vez desde el comienzo de la misión, algo que no dejó de hacer durante los ciento nueve minutos que duró el vuelo. De regreso a casa la cápsula se desvió unos cuantos kilómetros del lugar previsto para el aterrizaje y Yuri Gagarin, tras salir despedido de la nave, descendió lentamente con su paracaídas sobre el campo de patatas de Anna Tajtárova, quien al observar su traje de color naranja y el casco blanco le preguntó: «¿Vienes del espacio?». «Sí», contestó él sacándose la escafandra, «pero no se preocupe, soy soviético». Una gran sonrisa iluminaba el rostro del hombre más valiente del mundo.

martes, 19 de abril de 2011

109

Yo me acuesto y otro hombre se despierta, se sienta al borde de la cama, se pone en pie, se ducha contemplando la bahía y a continuación se seca el pelo frotando su cabeza con una toalla. Mientras mi cerebro comienza a soltar amarras ese hombre ya ha salido de casa y se dirige a su trabajo. Las montañas azules reflejan la luz del sol y en la radio anuncian cielos despejados.

jueves, 7 de abril de 2011

97

Dentro de tres o cuatro años un joven surfero saldrá del agua de una playa de California con algo adherido a su tabla, un pequeño rectángulo de plástico que limpiará con los dedos y le desvelará la imagen de un retrato familiar: una pareja de ancianos ataviados con sus kimonos ceremoniales, dos mujeres y un hombre vestidos con ropa occidental de color claro, una niña de largas trenzas negras, un niño con una gorra roja.

miércoles, 30 de marzo de 2011

89

En algún lugar del universo existe un planeta girando alrededor de un sol situado a ciento cincuenta millones de kilómetros de su superficie, un planeta como el nuestro pero sin nosotros. En él hay desiertos y playas, océanos profundos, bosques, lagos, ríos, arroyos que cantan entre las piedras, montañas de cumbres blancas, nubes en el cielo donde planean grandes animales alados, praderas en las que pastan rebaños de hocicos humeantes en el frío del amanecer. El rocío cubre la hierba. Por la noche cantan los insectos, rugen los depredadores, brillan, fugaces, las estrellas fugaces.

lunes, 7 de febrero de 2011

38

Este hombre portugués de sesenta y siete años de edad aparenta sesenta a pesar del pelo gris y el rostro curtido por el sol. Se sienta sonriéndome con franqueza y me dice que está contento porque viene a jubilarse. «Usted no se lo creerá», asegura, «pero jamás en mi vida estuve enfermo». «¿Nunca? ¿Jamás tuvo la gripe o se rompió un hueso?», le pregunto. «Lo que le digo: jamás», responde mirándome sin pestañear, y añade: «Oh, pero no piense que mi vida fue fácil, ah, no, mi vida fue complicada, pude morir muchas veces, desde luego que sí», y calla, durante un instante calla y me mira sin verme, lo sé porque en el iris de sus ojos claros comienzan a agitarse las copas de las palmeras, los pájaros y los monos chillan alertando de la presencia de los soldados, las orugas de los vehículos levantan el polvo de los caminos de Angola, aquel polvo rojo.

viernes, 5 de noviembre de 2010

La primera estación

Se encontraba en medio de un pequeño bosque. El viento agitaba las copas de hojas amarillas convirtiéndolas en un gran sonajero y haciendo que algunas de ellas se desprendiesen y cayesen sobre él. Podía sentir el olor del suelo de hierba cubierto de hojarasca. Cantó un pájaro.

Despertó. Abrió los ojos a la tenue oscuridad de la cabina e inmediatamente volvió a cerrarlos tratando de recuperar el sueño durante unos segundos más, siquiera un instante, pero ya era demasiado tarde, los árboles y el viento se habían desvanecido. Se irguió en la cama y contempló el cosmos a través del ojo de buey. Ni él ni sus padres habían conocido los viejos bosques de la tierra, ¿de dónde provenían aquellos sueños, unas imágenes tan vívidas? Consultó la hora. Pronto entraría de guardia en uno de los puentes de proa. Qué destino tan amargo era el suyo, haber nacido y estar condenado a morir en una de las arcas, prisionero y esperanza al mismo tiempo. Serían sus tataranietos quienes tuviesen el privilegio de llegar a un mundo nuevo en el que les esperaban los descendientes de los colonos exploradores que habían partido antes que ellos, dos siglos atrás. Por lo que sabía no se encontrarían con bosques de hojas amarillas agitadas por el viento, aunque sí con inmensos océanos de un azul que no podía imaginar pero sí soñar. Se puso en pie, se dio una ducha seca y, dando la espalda a la oscuridad y las estrellas, salió del camarote rumbo a sus obligaciones.

domingo, 31 de octubre de 2010

Último día

El grillo que cantaba a comienzos de octubre calló al cabo de pocos días, probablemente sin haber logrado reproducirse a esas alturas del año. Ahora hiberna en la profundidad de su agujero, inmóvil como una pieza de orfebrería. A miles de metros de altitud los aviones de pasajeros surcan el cielo nocturno. Alguien que vuelve a casa duerme en su asiento junto a la ventanilla, y sueña.

domingo, 3 de octubre de 2010

Tercer día

La lluvia despertó al viejo rapsoda, que se levantó y se acercó a la galería colgante sobre el mar. Las voces de los muertos continuaban susurrando en sus oídos. Tomó asiento frente al escritorio, prendió la lámpara de aceite y la sangre volvió a correr sobre la tierra mientras los gritos de las viudas se elevaban al otro lado de las murallas.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Contacto

Entre los primeros avistamientos y la aniquilación de cualquier forma de vida sobre el planeta transcurrieron exactamente dos segundos y medio. Ellos ni siquiera se habían detenido y siguieron su camino, inocentes, a través del universo.

jueves, 20 de mayo de 2010

Guijarros

En medio de la noche caminas sobre la nieve, tus botas rellenas de paja hundiéndose hasta el tobillo en cada paso. Al amanecer el hielo se derrite y crecen los bosques, las ardillas son borrones cobrizos en la corteza de los árboles, las truchas iridiscentes se funden en la corriente del río. Por la tarde disminuye la espesura, se esconden los lagartos y se levanta la tormenta de arena. El anochecer te encuentra en una playa de guijarros, de pie frente al océano. Reúnes leña arrojada por el mar, enciendes una fogata, te acuestas junto al fuego, cierras los ojos, comienzas a caminar sobre la nieve.

lunes, 3 de mayo de 2010

Y llueve

Llueve sobre el tejado de mi casa, sobre la calle, sobre la chapa de los coches aparcados junto a la acera; llueve sobre el pueblo y el asfalto de las carreteras, llueve suavemente sobre la claraboya de la buhardilla donde duermo.

Llueve también sobre este lugar antes de que existiesen casas, calles y carreteras; antes de que desapareciesen los bosques y, más atrás, antes de que apareciesen; llueve antes de los grandes rebaños y antes del blanco meteorito.

Llueve sobre el planeta desierto, un lugar en el que hace mucho tiempo que no habita la raza humana; llueve sobre sus mares poco profundos, llueve suavemente sobre la roca desnuda haciendo el mismo ruido que si pudiésemos escucharlo, llueve dentro de cien millones de años, y llueve.