Me doy cuenta de que mi generación está asistiendo en directo, como pasa siempre con la realidad, a un cambio climático de consecuencias que preferiría no imaginar y sin embargo no hago sino imaginar una y otra vez con todo lujo de detalles.
Cuando logro detener a duras penas mi imaginación, nutrida desde la adolescencia con centenares de lecturas que van desde Julio Verne a Frank Herbert pasando por Asimov, Ray Bradbury y Philip K. Dick, pienso: "Espera, no te precipites a guardar en el trastero latas de comida de tamaño familiar y escopetas de caza y cajas de cartuchos".
Porque esto ha sucedido siempre. No acaso con una intervención tan directa de nuestra especie ni con tal velocidad temporal, pero los cambios climáticos forman parte de la historia de nuestro planeta, y nosotros formamos parte de él para bien y para mal, no somos marcianos llegados aquí para destruirlo, somos uno de sus problemas o, tal vez, uno de los factores de un cambio que es posible que acabe precisamente con la extinción de todos nosotros (en defensa propia).
Lo raro es asistir a ello en directo, pero imagino que eso mismo debió sucederles a nuestros antepasados que asistían estación tras estación al avance del frío y los glaciares, por no hablar del último Neandertal sentado en la entrada de su cueva en Gibraltar, cuando los mamuts y los rinocerontes lanudos formaban parte de la leyenda ya lejana de su tribu, empujada cada vez más hacia el Sur y la caza de conejos y pequeños animales indignos de los cazadores que habían sido pocas generaciones antes.
Esta mañana he visto huellas de jabalí mezcladas con las de perros. Caminábamos a paso ligero y me he quitado la ropa de abrigo. La temperatura era de quince grados según mi teléfono inteligente. He mirado al final del horizonte, a las cumbres nevadas, y por un momento me ha parecido visualizar cómo la capa blanca se desvanecía a toda velocidad, aunque no era verdad, sólo otro fruto de mi infantil imaginación.
Me ha tocado vivir a edad adulta tiempos distópicos, apocalípticos, zombis; y es verdad que las cosas están cambiando a una velocidad que nadie esperaba, es verdad que los osos polares ya están condenados, que la banquisa de la Antártida se está rompiendo en bloques de hielo tan grandes como islas enormes, que en el Sur de Inglaterra están comenzando a plantar viñas, que los árboles suben poco a poco hacia las cumbres de las montañas huyendo del calor. Yo estoy aquí, en este preciso momento de la historia de mi galaxia, y pienso describirlo lo mejor que pueda. Y al acabar escupiré pintura sobre mi mano abierta en la pared.
sábado, 20 de enero de 2018
Rinocerontes lanudos
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4 comentarios:
Eso haces, amigo. Un beso
Un beso, amiga.
Y gracias.
Hace unos días, a raíz de alguna noticia sobre eso en la radio, pensaba que las generaciones siguientes se llevarán las manos a la cabeza pensando que tuvimos toda la información, todos los avisos y todos los medios... y no hicimos nada.
qué absurdo, ¿verdad?
No tendrán tiempo de llevarse las manos a la cabeza, sólo de mirar hacia adelante y sobrevivir.
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