jueves, 25 de enero de 2018

Emprendo el descenso

A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en un planeta como Marte, árido, seco, casi sin atmósfera, y muero al instante.

A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en un planeta de cielo azul y bosques perfectos y campos de cultivo. Los seres humanos que encuentro, en un inglés muy contaminado de otras lenguas pero comprensible en su contexto, me cuentan que nuestra especie hace siglos que se dio cuenta de que debía frenar su crecimiento demográfico y limitar al máximo el consumo de animales. Con la llegada de la revolución de las células madre las empresas que mataban terneros, cerdos y corderos pasaron a crear carne con su mismo sabor y propiedades, y así el veganismo triunfó en el mundo. Pruebo un entrecot. No sabe igual que el que me comí con unos pimientos de piquillo confitados el día anterior a mi viaje, pero reconozco sus ventajas ecológicas. Qué bien, el planeta supo cambiar su trayectoria hacia el precipicio, existe esperanza, pienso. Entonces pido amablemente que me muestren una imagen del mundo y descubro que África y grandes zonas de Asia son campos de cultivo sin presencia de población humana. Pregunto: "¿Qué pasó allí?" Me contestan: "Hace siglos tuvimos que frenar el crecimiento demográfico mundial y actuamos en sus nidos fundamentales, que eran África y Asia". Digo: "¿Actuaron? ¿Qué quiere decir eso?". "Lo que le estoy diciendo, debería saberlo, se estudia en los colegios, ¿de qué planeta se ha caído?". Y comprendo.

A veces me gusta imaginar que viajo en el tiempo hacia el futuro y aparezco en medio de un bosque de hayas y robles y, por más que busco vestigios de presencia humana, no los encuentro. Un jabalí enorme aparece en un claro entre los árboles, me mira con sus ojos tan parecidos a los de los humanos e, ignorándome sin ninguna preocupación, continúa hozando en el húmedo suelo a pocos metros de mí. Camino a través de la espesura subiendo hacia el lugar más alto a mi alcance. Llego a un repecho rocoso y contemplo el horizonte. Muy lejos el mar brilla bajo la luz del sol. Entre el mar y el lugar donde yo estoy veo los restos de una gran ciudad transformada en escombros apenas perceptibles bajo siglos de vegetación y naturaleza incontenible. No atisbo signo alguno de presencia humana, pero emprendo el descenso.

6 comentarios:

Epolenep dijo...

Yo me imagino, y muchas veces, tu tercera visión. Y, yo qué sé, me encanta.
De entre toda la ciencia ficción que he leído, la que más me gusta es la postapocalíptica. Ciervos por las autopistas en ruinas. Árboles gigantescos saliendo de los edificios. Lobos corriendo por los aparcamientos llenos de hierba.

Epolenep dijo...

Me has hecho pensar en esto:

http://youtu.be/GyEUyqfrScU

Bon dia, petons!

andandos dijo...

Me ha gustado mucho, Jesús.

Miraré el video, Epolenep.

Viernes ya.

Jesús Miramón dijo...

A mí también me pasa, Epo. Hay una especie de justicia poética en ese futuro.

La serie de tu enlace la vi con el título "El mundo sin nosotros" o "La tierra sin nosotros", algo así. Me gustó mucho (aunque nosotros no estuviésemos).

Nanit, petons.

Jesús Miramón dijo...

José Luis, explora un poco internet a ver si puedes ver los documentales completos. Son tremendos, y, como le decía a Eponelep, una demostración palpable de que el planeta puede sobrevivir sin nosotros mejor que con nosotros. No podemos decir lo mismo, nosotros sin nuestro hogar no podemos existir, aunque a veces parezca o quede en evidencia que lo olvidamos.

Viernes por la noche ya.

Un abrazo.

andandos dijo...

Ha pasado tiempo (bueno, es una ironía) pero lo miraré. He pensado reducir mi actividad en Instagram y en Facebook. Como escaparates están bien pero no sé qué poner ni qué decir en estas redes que a mí me parecen ligeras y superficiales. Bueno, a lo que estamos: miraré el video.

Un abrazo