Miro en internet vídeos de personas que viven en la naturaleza, algunas de ellas tras renunciar a puestos de trabajo bien remunerados en grandes ciudades. Personas que en Canadá construyen sus propias cabañas y viven de lo que cultivan y cazan, y en China, y también aquí, en España (estas dos hermanas hispanodanesas me tienen enamorado). Me gusta ver los vídeos sentado frente al ordenador, tan pancho. Si hago el mínimo esfuerzo de observarme desde fuera resulta algo perturbador a decir verdad, pero me gusta. Me agrada hacer, ver, comer y beber cosas que me gustan. Soy simple, y eso también me gusta.
sábado, 12 de marzo de 2022
viernes, 11 de marzo de 2022
Crudeza
Los ginkgos de la acera de mi calle junto al río ya han comenzado a despertar y las yemas se abren paso en sus ramas grises. Todo comienza a resucitar. Hoy ha vuelto a llover un buen rato durante la mañana y el mediodía. Antes de salir del trabajo he tramitado la viudedad de una mujer cuyo esposo conocía desde hace muchos años, un hombre que estuvo en nuestra agencia hace dos semanas. Ella, claramente en duelo, ha dicho: "Era muy gruñón pero era él". Esto es lo que ha dicho exactamente. Enrique era socio de una gestoría de Barbastro que venía a menudo por nuestra oficina y sí que parecía un poco gruñón, pero era él. No ha llegado a jubilarse. Todos los días asisto a historias semejantes, aunque cuando conoces al fallecido desde hace tantos años es distinto. Y sin embargo amo mi trabajo, lo amo porque es un mirador privilegiado desde donde contemplar la naturaleza humana, y siempre me ha gustado contemplar, tratar de comprender, sentir, aprender, explorar. A todos nos espera la misma crudeza, pero mientras nos acercamos a ella o nos alcanza qué mejor que mirar a nuestro alrededor y asombrarnos.
jueves, 10 de marzo de 2022
La mirada de los demás
El día termina y voy a acostarme con una sonrisa en la boca. Son tonterías personales pero me ayudan a seguir adelante en medio de esta época convulsa que nos ha tocado vivir. De algún modo me siento en paz, tranquilo y muy cansado. Llovió por la tarde y el agua del río desciende más transparente de lo habitual. No quiero dejarme engullir por el horror de la guerra, no quiero dejarme arrastrar por la rabia y la infinita indignación, no al menos en este mi antiguo y pequeño rincón de Las cinco estaciones. No puedo permitírmelo por mí, por mi salud mental, porque mi tristeza no aportaría nada para solucionar tanta desgracia. El día termina y, porque la vida sigue, hoy me acostaré sintiéndome bien. No con nada exterior a mí, sólo con lo poco que día a día, lentamente, conozco de mí mismo en la mirada de los demás.
miércoles, 9 de marzo de 2022
Marea
Hace poco, no sé, cuatro o cinco años, no pensaba en la jubilación. Tengo cincuenta y ocho años y cumpliré cincuenta y nueve en mayo de este año. Durante las últimas vacaciones por primera vez he pensado que podría vivir perfectamente sin trabajar durante todo el tiempo. Me gustan tantas cosas que no me aburriría nunca, además de que poseo un secreto de mi generación que, por mi experiencia como padre, creo que ahora no tienen los jóvenes: sé aburrirme, no tengo problema en aburrirme. En mi infancia no había móviles ni entretenimientos durante las visitas a familiares en casas donde sonaba el reloj y pasaban las horas, así que aprendimos a estar allí sin más, comiendo alguna galleta del surtido de Cuétara y esperando volver a casa. Sé aburrirme perfectamente y hasta le he encontrado el gusto. Creo que ahora le llaman mindfulness. Sí, pienso en un futuro como jubilado y ya no me parece algo extraño ni raro: me veo alquilando una casita rural en Asturias durante los duros veranos de aquí y viviendo el resto del año en nuestro piso de Zaragoza, escribiendo, leyendo, viendo películas y series, dando paseos, cocinando y opinando de política en Tuiter. Tal vez muera antes, claro, de hecho si tuviese que imaginar mi futuro en atención a lo que veo en mi trabajo moriría la semana que viene: estamos rodeados de cáncer por todas partes, y por accidentes de tráfico, infartos, ictus, etcétera. Pero entonces me recuerdo a mí mismo que trabajo en una oficina de información de la Seguridad Social y que eso altera importantemente mi estadística. Sí: podría jubilarme mañana mismo, y me gusta mi trabajo. Pero son demasiados años escuchando voces distintas, problemas distintos; oliendo la pobreza, la displicencia, la ansiedad; demasiados años pasando en minutos de la alegría de una joven pareja que acaba de tener un bebé a la asombrosa serenidad de un enfermo deshauciado que viene con su mujer a preguntar cuánto le quedará de pensión de viudedad; demasiado tiempo siendo espectador de la fascinante pero a veces, muy pocas veces, decepcionante naturaleza humana. He aprendido a querernos, a quereros, a quererme: somos tan frágiles, estamos tan a merced de la fortuna. Sí, podría dejar esta marea atrás mañana mismo y volver a tierra para disfrutar de la mar desde la playa, paseando.
martes, 8 de marzo de 2022
Cinco minutos
Hoy ha llovido durante toda la mañana en Barbastro. El cielo gris como mis viejas camisetas de andar por casa acentuaba los colores de las casas, las calles, los semáforos y los coches rojos, azules, grises y negros aparcados en la acera. Me gustan los días lluviosos. He salido del trabajo sin paraguas y durante los escasos cinco minutos que he tardado en llegar a mi casa me he dejado mojar por la lluvia suave sobre mi cabeza, mis hombros, mis piernas. Sé que todo esto pasará, pero he disfrutado de cada paso mientras el cercano río Vero fluía calmadamente hacia el lejano mar.
lunes, 7 de marzo de 2022
Huida
Acabo de ducharme para poder estar mañana un poco más en la cama. Escribo sentado en calzoncillos oliendo a champú y gel, limpio como una patena. Recuerdo que cuando era pequeño tenía un tío que se cagaba mucho en la patena, decía como si nada: "¡Me cago en la patena!". Por aquel entonces yo estudiaba en un colegio religioso, Dominicos concretamente, y un día le pregunté no sé si a mi padre o a mi madre qué era una patena. Me dijeron que era la bandeja donde se servían las hostias durante la misa, es decir: las bandejas donde se servía la carne de Cristo, y me di cuenta del tamaño y el pecado del juramento aparentemente banal de mi tío y de tantos otros. Se cagaban en la bandeja donde se repartía la carne del hijo de dios. Fue un shock para mí. Me he acordado de eso. Días difíciles en todos los frentes: en los internacionales, en los personales también: no soporto el dolor del mundo, no soporto el sufrimiento de mis padres. Pero la noche viene a aliviar los pesares del día. Así, recién duchado, a punto de acostarme y cerrar los ojos oliendo bien, el cabello y la barba bien limpios, me hago la ilusión de que existe cierto orden o belleza, o bienestar, o huida.
domingo, 6 de marzo de 2022
Ballenas azules
Es muy tarde. La noche no habla de mí ni de ti, solamente gira despacio hacia su desaparición temporal mañana, dentro de unas horas, con los primeros rayos del sol. Y sin embargo hablamos de ella como si supiésemos algo, y escribimos bellas frases y poemas y palabras. Yo sé hacerlo, lo hago desde que tenía doce años. Nada me sirve de nada en realidad. Y está bien que así sea. Nadie está a salvo de nada ni es mejor que nadie. Creo en la justicia aunque la naturaleza de la vida no lo haga -sé que somos hermanos de hormigas y halcones y ballenas azules. Siento dolor y tristeza porque estoy vivo, lo sé, igual que en otros momentos sentí placer y alegría. No acabo de comprender nada del todo, e intuyo que moriré así. Si he de ser sincero, me duele saber que me quedaré sin conocer mucho más allá de lo que puedo alcanzar, pero nada puedo hacer al respecto.
sábado, 5 de marzo de 2022
Inexorable
Fin de semana en Zaragoza. La enfermedad de Nati avanza inexorable sin que quienes la amamos podamos hacer nada más que darle, a ella y a Jesús, su cuidador, todo el amor del que somos capaces. Maite y yo regresamos de su casa agotados emocionalmente, sin decir una palabra durante el rato que tardamos en regresar a nuestro apartamento. Luego, ya en el ascensor, nos miramos y nos abrazamos. La vida.
viernes, 4 de marzo de 2022
El tesoro
Ayer y hoy llovió un poco. No lo que necesita esta tierra de viñas y olivos y almendros donde no cae una gota desde hace meses, pero llovió un poco al menos. Madrugamos, nos duchamos, vamos al trabajo, a comprar, llevamos a los niños al colegio, los vamos a recoger, todo eso: la vida normal. Normal. Ojalá nunca sepamos el tesoro que era.
jueves, 3 de marzo de 2022
Viktor
Hoy en el trabajo he atendido a Viktor. Conozco a su madre, Olga, y también a su hermana, Svetlana, desde hace muchos años. Ha venido para tramitar una Incapacidad Permanente a instancia del Instituto Nacional de la Seguridad Social al amparo del convenio bilateral entre España y Ucrania. Hemos hablado. Su hermana ahora mismo está allí con su marido y su suegra, que está incapacitada, lo cual les impide venir a España. Los niños están aquí, con su abuela. En un momento dado de la conversación se le han humedecido los ojos y, claro, a mí me ha pasado lo mismo. Me ha enseñado fotografías que le envía su hermana: edificios destruídos totalmente, árboles arrasados por las bombas: lo que vemos cada día en las noticias, aunque esas fotos las había hecho Svetlana desde allí. "Si no estuviera enfermo estaría allí luchando, cerca de mi hermana, defendiendo mi país", me ha dicho. Y se ha puesto a llorar de impotencia y dolor. He salido de detrás de mi mesa y la mampara y le he cogido la mano y el brazo. No soy inmune al dolor de los demás. Se ha calmado poco a poco. Luego se ha ido y me he asomado a la ventana que hay tras mi silla para observarle. Cojeaba ligeramente, los hombros hundidos, un ucraniano enfermo en Barbastro, un pueblo al norte de Aragón, en España. Su hermana durmiendo y viviendo en un sótano. La vida, que hace semanas era una vida normal como la nuestra, con terrazas llenas de gente, cines, restaurantes, comercios, destruida en dos días. Me he dado cuenta de que le daba vergüenza llorar y le he cubierto un poco con mi cuerpo antes de despedirnos. Nada está escrito. Nada. Ni la paz ni la guerra ni el futuro ni nada de nada. Por eso escribo.