lunes, 31 de marzo de 2008
domingo, 30 de marzo de 2008
Después del concierto
Concierto en Zaidín, un pueblo a unos veinte kilómetros de aquí, invitados por la coral de la población. Más allá de la calidad del resultado siempre me conmueven estos coros de personas mayores, mujeres y hombres de rostros curtidos por el sol vestidos con sus mejores galas, dispuestos a disfrutar del placer de la interpretación musical. No se ha llenado la iglesia pero cada asistente valía por cinco teniendo en cuenta la tormenta de lluvia que caía en la calle minutos antes del comienzo de la actuación. Al terminar nos han convidado a una merienda casera compuesta de tortillas de espinacas, tortillas de patatas, pequeños bocadillos de jamón, de queso, de atún, olivas negras y verdes, vino tinto, refrescos, pasteles, moscatel. El runrún de las conversaciones ocupaba el espacio entero del local cuando, de pronto, he caído en la cuenta del cúmulo de sucesos casuales que habían acabado depositándome allí, sentado junto a la mesa con un vaso de vino en la mano izquierda y un pincho de tortilla de espinacas y piñones en la mano derecha. Durante un momento me he sentido absolutamente extraño, un extranjero, un corcho mecido por la marea.
viernes, 28 de marzo de 2008
Ritos funerarios
Suelo hacerlo de vez en cuando: vacío el contenido de la papelera en la chimenea y le prendo fuego. Folios arrugados, pañuelos de papel, tres o cuatro recipientes de yogur, cáscaras de naranja deshidratadas por el paso del tiempo, bolsitas secas de té. Las llamas, amarillas y azules, bailan con la fuerza y el entusiasmo de la vida, no de la muerte, pero al cabo de pocos minutos menguan, silban desesperadas buscando una última bocanada de combustible y, finalmente, desaparecen con un hilo de humo. La papelera está lista para ser colmada de nuevo.
jueves, 27 de marzo de 2008
Ella no lo sabe
En el restaurante han contratado a una camarera rumana. Es muy atractiva pero ella no lo sabe, lo que la hace más atractiva todavía. Su cuerpo es rotundo y decididamente femenino, todo lo contrario de las esqueléticas modelos que, cual silenciosa invasión de marcianos de ojos saltones, inundan revistas, pasarelas y carteles publicitarios. Ha empezado a trabajar hace poco y todavía se muestra un poco torpe a la hora de servir las mesas, poner y quitar los cubiertos, abrir el vino, pero en su rostro radiante (de fruta, de melocotón) siempre brilla una sonrisa inconsciente y, como todo el mundo sabe, las sonrisas inconscientes son las mejores, las que alegran de verdad. La mayoría de los clientes somos hombres y detecto en ellos la misma fascinación que siento yo, una fascinación que no es puramente sexual en el sentido que ese adjetivo suele tener para nosotros (tiene un polvazo, está buenísima, me la follaría ahora mismo), sucede simplemente que no podemos evitar admirar con disimulo su inocencia, la naturalidad con la que ignora lo guapa que es. En el restaurante hay varios turnos de trabajo y no siempre nos atienden los mismos camareros: sólo puedo decir que cuando hoy he visto que estaba ella me he sentido mejor. No extraordinariamente mejor, no maravillosamente mejor, pero sí un poco mejor. Es más que suficiente para mí.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:22 | Diario , Vida laboral
Richard Widmarck
Cuando me levanto de la siesta
la tarde se parece a una película,
mis ojos pesan su precio en oro
y sudo como los héroes
después de haber perdido el conocimiento
durante días enteros.
He quedado más tarde con una chica
en un local de la ciudad.
La esperaré apoyado en la barra,
un cigarrillo colgando de mis labios,
y le diré, poniendo voz de actor americano:
"Hola, encanto, ¿puedo invitarte a una copa?"
Entonces ella reirá y me dará un beso
y me tomará del brazo y nos perderemos en la noche.
Ahora la tarde se parece a una película
y en la televisión reponen
"Pánico en la ciudad", con Richard Widmarck.
Zaragoza, 6 de julio de 1983.
miércoles, 26 de marzo de 2008
Raymond y Tess
Admiro mucho a Raymond Carver, lo respeto como escritor, como narrador de cuentos, como poeta. Me acompañó durante muchos años, todavía lo hace. Qué curiosas son las relaciones que se establecen entre los lectores y sus escritores: tan íntimas, tan solitarias. Son, sin duda, encuentros de carácter estrictamente personal.
Hace tanto tiempo que guardo esta fotografía en mi escritorio que ya no recuerdo dónde la encontré. En ella Tess Gallagher, su segunda esposa, mira a la cámara con ojos irlandeses, ingenuos y esperanzados a pesar de todo. Es una mirada que contrasta con la de él, fija, significativa. Está muy gordo, tal vez a causa del tratamiento contra el cáncer, y lleva el cuello de la camisa, una camisa de cuadros sin corbata, abotonado hasta arriba, lo que acentúa su papada. La americana, enorme, está muy arrugada y usada. Las gafas incapaces de matizar su mirada son grandes y parecen apoyarse más en las mejillas que en el puente de la nariz. Me atrevería a decir que porta peluquín a causa de las secuelas de la quimioterapia. Miro directamente a sus ojos en la fotografía y durante un instante tengo la sensación de que es él quien me está mirando a mí.
Raymond Carver es famoso en todo el mundo como narrador de cuentos; se le ha comparado con Anton Chéjov, algo que él nunca hubiese tolerado. Da igual, Carver es, ciertamente, un extraordinario escritor de relatos, pero también un magnífico poeta. Que yo sepa hay dos libros de poesía de Carver publicados en España, ambos en la colección Visor: “Bajo una luz marina” y “Un sendero nuevo a la cascada”. En los dos hay poemas sugerentes, conmovedores, inquisitivos. A mí me gustan mucho.
La fotografía está fechada el 15 de mayo de 1988. El hombre que en ella aparece y nos mira abrazado a su mujer moriría algunas semanas más tarde, el 2 de agosto.
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AMAR
Desde la ventana la veo inclinada junto a las rosas
cogiéndolas lo más cerca que puede de la flor para no
pincharse los dedos. Con la otra mano las arranca,
hace una pausa y arranca otra, más sola en el mundo
de lo que pudiera imaginar. No quiere
alzar la vista, no ahora. Está sola
con las rosas y con otra cosa en que sólo yo puedo pensar
pero no decir. Sé los nombres de esos rosales,
se los pusimos cuando nuestra reciente boda: Amor, Honor, Cariño-
de este último es la rosa que me tiende de repente, después
de entrar en la casa entre dos miradas. La acerco
a la nariz, aspiro el aroma, me aferro a él –olor
de promesas, de tesoros. Mi mano en su cintura para acercarla,
sus ojos verdes como el musgo del río. Y le digo entonces,
enfrentándome a lo que se acerca: mi mujer. Lo diré
mientras pueda, mientras respire, con cada pétalo
de la rosa.
ÚLTIMO FRAGMENTO
¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra.
Raymond Carver, de Un sendero nuevo a la cascada.
Traducción de Mariano Antolín Rato.
Anotado por Jesús Miramón a las 08:07 | Nombres propios
martes, 25 de marzo de 2008
lunes, 17 de marzo de 2008
Como pasear solo
Cada palabra un paso, cada párrafo una mirada. Como caminar a la orilla del mar descubriendo conchas, restos de madera descoloridos por el sol, cristales de botella pulidos por la arena. Como pasear acompañado. Como pasear solo.
domingo, 16 de marzo de 2008
Carreras de coches
Me despierto a las cinco de la madrugada y me asomo al dormitorio de Carlos, que duerme profundamente. Le digo: cariño, ¿quieres venir a ver la carrera? Él se da la vuelta en la cama murmurando que no, que ya la verá en diferido. Lo dejo tranquilo, voy al salón, pongo en marcha el televisor y asisto en solitario al Gran Premio de Fórmula 1 de Australia, una prueba plagada de incidentes que permiten a Fernando Alonso llegar en cuarta posición con un coche más lento que el de sus rivales. Cuando acaba el espectáculo regreso a la cama y, contra mis pronósticos, vuelvo a dormir como un tronco hasta las diez y media.
sábado, 15 de marzo de 2008
Wolfgang
Carta a su padre
Viena, 9 de mayo de 1781
Mon très cher père!
¡Todavía estoy lleno de cólera!... y usted, mi excelente, mi queridísimo padre, lo estará sin duda conmigo... Se ha puesto a prueba mi paciencia durante tanto tiempo... Hasta que al final no ha podido más. Ya no tengo la desgracia de estar al servicio del soberano de Salzburgo... Hoy ha sido un día de felicidad para mí. Escuche.
Por dos veces ya, ese... no sé cómo debo llamarlo... me ha dicho a la cara las mayores tonterías e impertinencias, de tal calibre que no he querido escribírselas y así evitarle a usted el trago... y por tenerle siempre a usted ante los ojos, amado padre, no me he vengado allí mismo. Me ha llamado bribón, y disoluto... me ha dicho que me fuera al diablo... Y yo... lo he soportado todo. Me daba cuenta de que no sólo era mi honor, sino también el de usted el que era herido... pero... usted lo quería así...: me callé... y ahora escuche...
Hace ocho días subió de improviso el mensajero y me dijo que me largara en aquel mismo instante... todos los demás habían sido avisados la víspera, solamente yo no... Así que recogí deprisa todas mis cosas en el cofre y... la anciana Madame Weber tuvo la amabilidad de ofrecerme su casa. Allí tengo una bonita habitación y estoy entre gentes serviciales, que están a mi disposición para todo aquello que a menudo se requiere rápidamente y que a uno le falta cuando vive solo (...)
Hoy, cuando me presenté allí, los ayudas de cámara me dijeron que el Arzobispo quería darme un paquete para que me lo llevara... Pregunté si era urgente. Me contestaron que sí, y de una gran importancia (...) Cuando me presenté ante él, lo primero que dijo fue: «Bueno, ¿cuándo se marcha este chico?» «Yo quería (le contesté) marcharme esta noche, pero no había ninguna plaza libre...». Entonces él siguió, de sopetón: ...que soy el mequetrefe más gandul que conocía...; que nadie le ha servido peor que yo...; que me aconseja que me vaya hoy mismo, de lo contrario escribirá para que me supriman el sueldo. Imposible que yo dijera una palabra: aquello crecía como un incendio... Yo escuchaba todo aquello con calma... Me ha mentido a la cara al hablar de 500 florines de sueldo... Me ha llamado canalla, piojoso, cretino... ¡Oh!, no podría contarle a usted todo. Por fin, como la sangre ya me hervía demasiado, le digo: «Entonces, ¿Su Alteza no está contento conmigo?» «¡Cómo! ¿Quiere amenazarme este cretino? ¡Ahí está la puerta! ¡Con semejante bribón no quiero volver a tener nada que ver!»... Para acabar, volví a intervenir: «¡Y yo con vos tampoco!» «¡Entonces, fuera!» Y yo, al retirarme: «Como quedamos así, mañana recibirá mi dimisión por escrito.»
Dígame, pues, amadísimo padre, si no lo dije más bien demasiado tarde que demasiado pronto... Ahora escuche... mi honor es para mí lo más importante, y sé que para usted es también así...
No se preocupe en absoluto por mí... Estoy tan seguro de mis asuntos de aquí que me hubiera marchado sin tener la menor razón...
Ahora que ya tengo una razón, y hasta tres..., ya no tengo nada que ganar esperando. Au contraire, he sido por dos veces un simple cobarde... ¡ya no podía serlo una tercera vez!
Mientras el Arzobispo esté aquí, no daré ningún concierto... La creencia que usted tiene de que así quedo mal con la nobleza y con el mismo Emperador es radicalmente errónea...
Aquí el Arzobispo es odiado, sobre todo por el Emperador –precisamente una de las razones de su cólera es que el Emperador no le haya invitado a Luxemburgo–. Le enviaré a usted algún dinero con el próximo correo, y así se convencerá de que aquí no me muero de hambre. Por lo demás, le ruego que esté contento..., porque es ahora cuando comienza mi fortuna, y espero que mi fortuna será también la suya... Escríbame, en clave, que está usted satisfecho de todo ello –y ciertamente puede estarlo–, pero aparente que me riñe usted severamente, de modo que no pueda reprocharle a usted nada... (...)
No me envíe usted más cartas a la Deutsches Haus, ni paquetes... No quiero saber nada de Salzburgo... Odio al Arzobispo hasta el frenesí. Adieu... Le beso 1.000 veces las manos, abrazo a mi querida hermana de todo corazón y soy para siempre su hijo obedientísímo.
WOLFGANG AMADEUS MOZART
Carta a su mujer
Viena, miércoles 6 de julio de 1791
¡Queridísima y amadísima mujercita! He recibido con indescriptible placer la noticia de la recepción del dinero... No me puedo acordar, sin embargo, de haberte escrito que emplearas «todo» en saldar deudas. ¿Cómo lo iba a haber escrito si soy una criatura razonable?... Si lo he hecho... ¡tenía que estar muy distraído! Lo que, por otra parte, es muy posible, por la de cosas importantes que tengo en la cabeza. Mi idea se refería solamente a los baños..., el resto es para tu uso cotidiano... ¡y lo que aún quede por pagar, como ya tengo hecha la cuenta, lo haré efectivo yo mismo a mi llegada (…).
No es una vida nada agradable. ¡Paciencia! Ya mejorará..., y entonces reposaré en tus brazos (...)
Ahora no me puedes proporcionar mayor satisfacción que estando contenta y alegre... ¡pues si tan sólo «yo sé con certeza» que nada «te» falta... todos mis males me resultan queridos y agradables!... Ya sé que la más fastidiosa y complicada situación en la que pueda encontrarme me parecerá una bagatela con simplemente saber que «tú estás contenta y alegre».
Y ahora, que te vaya bien... disfruta de tus bufones de mesa... ¡piensa y habla a menudo de mí!...; quiéreme siempre como yo te quiero, y sé por siempre mi Stanzi Marini, como yo seré por siempre tu
Schnip –Schnap– Schnur
Schnepeperl
Snai
Dale una torta a N.N., y le dices que era para matar una mosca que he visto que se posaba (en su mejilla). Adieu... ¡Cuidado! ¡Cógelos!, muá..., muá..., muá... ¡Tres besitos, dulces como el azúcar, se van volando desde aquí!
MOZART
Anotado por Jesús Miramón a las 19:54 | Nombres propios