Carta a su padre
Viena, 9 de mayo de 1781
Mon très cher père!
¡Todavía estoy lleno de cólera!... y usted, mi excelente, mi queridísimo padre, lo estará sin duda conmigo... Se ha puesto a prueba mi paciencia durante tanto tiempo... Hasta que al final no ha podido más. Ya no tengo la desgracia de estar al servicio del soberano de Salzburgo... Hoy ha sido un día de felicidad para mí. Escuche.
Por dos veces ya, ese... no sé cómo debo llamarlo... me ha dicho a la cara las mayores tonterías e impertinencias, de tal calibre que no he querido escribírselas y así evitarle a usted el trago... y por tenerle siempre a usted ante los ojos, amado padre, no me he vengado allí mismo. Me ha llamado bribón, y disoluto... me ha dicho que me fuera al diablo... Y yo... lo he soportado todo. Me daba cuenta de que no sólo era mi honor, sino también el de usted el que era herido... pero... usted lo quería así...: me callé... y ahora escuche...
Hace ocho días subió de improviso el mensajero y me dijo que me largara en aquel mismo instante... todos los demás habían sido avisados la víspera, solamente yo no... Así que recogí deprisa todas mis cosas en el cofre y... la anciana Madame Weber tuvo la amabilidad de ofrecerme su casa. Allí tengo una bonita habitación y estoy entre gentes serviciales, que están a mi disposición para todo aquello que a menudo se requiere rápidamente y que a uno le falta cuando vive solo (...)
Hoy, cuando me presenté allí, los ayudas de cámara me dijeron que el Arzobispo quería darme un paquete para que me lo llevara... Pregunté si era urgente. Me contestaron que sí, y de una gran importancia (...) Cuando me presenté ante él, lo primero que dijo fue: «Bueno, ¿cuándo se marcha este chico?» «Yo quería (le contesté) marcharme esta noche, pero no había ninguna plaza libre...». Entonces él siguió, de sopetón: ...que soy el mequetrefe más gandul que conocía...; que nadie le ha servido peor que yo...; que me aconseja que me vaya hoy mismo, de lo contrario escribirá para que me supriman el sueldo. Imposible que yo dijera una palabra: aquello crecía como un incendio... Yo escuchaba todo aquello con calma... Me ha mentido a la cara al hablar de 500 florines de sueldo... Me ha llamado canalla, piojoso, cretino... ¡Oh!, no podría contarle a usted todo. Por fin, como la sangre ya me hervía demasiado, le digo: «Entonces, ¿Su Alteza no está contento conmigo?» «¡Cómo! ¿Quiere amenazarme este cretino? ¡Ahí está la puerta! ¡Con semejante bribón no quiero volver a tener nada que ver!»... Para acabar, volví a intervenir: «¡Y yo con vos tampoco!» «¡Entonces, fuera!» Y yo, al retirarme: «Como quedamos así, mañana recibirá mi dimisión por escrito.»
Dígame, pues, amadísimo padre, si no lo dije más bien demasiado tarde que demasiado pronto... Ahora escuche... mi honor es para mí lo más importante, y sé que para usted es también así...
No se preocupe en absoluto por mí... Estoy tan seguro de mis asuntos de aquí que me hubiera marchado sin tener la menor razón...
Ahora que ya tengo una razón, y hasta tres..., ya no tengo nada que ganar esperando. Au contraire, he sido por dos veces un simple cobarde... ¡ya no podía serlo una tercera vez!
Mientras el Arzobispo esté aquí, no daré ningún concierto... La creencia que usted tiene de que así quedo mal con la nobleza y con el mismo Emperador es radicalmente errónea...
Aquí el Arzobispo es odiado, sobre todo por el Emperador –precisamente una de las razones de su cólera es que el Emperador no le haya invitado a Luxemburgo–. Le enviaré a usted algún dinero con el próximo correo, y así se convencerá de que aquí no me muero de hambre. Por lo demás, le ruego que esté contento..., porque es ahora cuando comienza mi fortuna, y espero que mi fortuna será también la suya... Escríbame, en clave, que está usted satisfecho de todo ello –y ciertamente puede estarlo–, pero aparente que me riñe usted severamente, de modo que no pueda reprocharle a usted nada... (...)
No me envíe usted más cartas a la Deutsches Haus, ni paquetes... No quiero saber nada de Salzburgo... Odio al Arzobispo hasta el frenesí. Adieu... Le beso 1.000 veces las manos, abrazo a mi querida hermana de todo corazón y soy para siempre su hijo obedientísímo.
WOLFGANG AMADEUS MOZART
Carta a su mujer
Viena, miércoles 6 de julio de 1791
¡Queridísima y amadísima mujercita! He recibido con indescriptible placer la noticia de la recepción del dinero... No me puedo acordar, sin embargo, de haberte escrito que emplearas «todo» en saldar deudas. ¿Cómo lo iba a haber escrito si soy una criatura razonable?... Si lo he hecho... ¡tenía que estar muy distraído! Lo que, por otra parte, es muy posible, por la de cosas importantes que tengo en la cabeza. Mi idea se refería solamente a los baños..., el resto es para tu uso cotidiano... ¡y lo que aún quede por pagar, como ya tengo hecha la cuenta, lo haré efectivo yo mismo a mi llegada (…).
No es una vida nada agradable. ¡Paciencia! Ya mejorará..., y entonces reposaré en tus brazos (...)
Ahora no me puedes proporcionar mayor satisfacción que estando contenta y alegre... ¡pues si tan sólo «yo sé con certeza» que nada «te» falta... todos mis males me resultan queridos y agradables!... Ya sé que la más fastidiosa y complicada situación en la que pueda encontrarme me parecerá una bagatela con simplemente saber que «tú estás contenta y alegre».
Y ahora, que te vaya bien... disfruta de tus bufones de mesa... ¡piensa y habla a menudo de mí!...; quiéreme siempre como yo te quiero, y sé por siempre mi Stanzi Marini, como yo seré por siempre tu
Schnip –Schnap– Schnur
Schnepeperl
Snai
Dale una torta a N.N., y le dices que era para matar una mosca que he visto que se posaba (en su mejilla). Adieu... ¡Cuidado! ¡Cógelos!, muá..., muá..., muá... ¡Tres besitos, dulces como el azúcar, se van volando desde aquí!
MOZART
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