martes, 11 de marzo de 2008

Ante un semáforo

Por la tarde, detenido ante un semáforo en Monzón, contemplo el castillo. Sus adarves refulgen iluminados por la luz teatral de un sol en retirada. ¿Fue una tarde como esta cuando el niño, acompañado de cortesanos y caballeros, llegó ante sus puertas hace ocho siglos? ¿Sentía pena por la muerte de su padre luchando en Muret unos meses atrás? Quién lo sabe. El rey que sería conocido como conquistador tenía entonces seis años y llegaba al castillo de Monzón, tras haber sido rehén del vencedor de la batalla, para ponerse bajo la tutela de la Orden del Temple. Entre esos muros que se elevan al otro lado del moderno conservatorio de música y los edificios de viviendas sonó el entrechocar de las espadas durante las clases de esgrima, el ruido de los cascos de los caballos sobre la tierra batida del patio de armas, los graznidos de los halcones adiestrados para la caza.

El coche de atrás hace sonar el claxon y me doy cuenta de que el semáforo ha cambiado a verde. Levanto una mano en gesto de disculpa y me pongo en movimiento.

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