domingo, 2 de marzo de 2008

Treinta kilómetros

No he salido de casa en todo el fin de semana. En épocas tan perezosas me asalta cierta sensación de mala conciencia. Hoy, por ejemplo, ha hecho un domingo extraordinario, luminoso, radiante, un día perfecto para ir a dar un paseo por el campo; pero no me apetecía, no me apetecía lo más mínimo, me apetecía más levantarme tarde, no afeitarme, cocinar sin prisa, dormir la siesta, mirar una película, leer tranquilamente, disfrutar de las comodidades de nuestra azarosa fortuna... ¿Y la mala conciencia entonces? Qué peso de plomo el de una educación judeocristiana basada en el esfuerzo, en el sufrimiento, el pecado, el sacrificio, la lucha permanente contra nuestras debilidades. Nunca fui inmune a ella, y seguramente por eso esta tarde he recorrido treinta kilómetros ficticios sobre una bicicleta amarilla y estática. Ahora hace rato que hemos cenado. La noche, como cada día, ha convertido las ventanas en espejos.

2 comentarios:

Portarosa dijo...

Es terrible esa influencia, sí. No podemos disfrutar gratis, los placeres no son del todo buenos, hay que pagar por ellos. Como señala Ferlosio, las vacaciones tienen que ser "merecidas", como si lo natural no fuese precisamente eso, no querer trabajar.
Y si nos metemos en otros temas distintos del esfuerzo, en otros placeres cargados de moral, ya es tremendo.

Un abrazo.
Y muchas felicidades por este año que nos has dado, Jesús.

Jesús Miramón dijo...

Hola, Portorosa, yo llevo años tratando de liberarme de todo eso
pero todavía no lo he conseguido del todo. Confío en lograrlo alguna vez, aunque sea casi al final. Un abrazo y gracias.