jueves, 27 de marzo de 2008

Ella no lo sabe

En el restaurante han contratado a una camarera rumana. Es muy atractiva pero ella no lo sabe, lo que la hace más atractiva todavía. Su cuerpo es rotundo y decididamente femenino, todo lo contrario de las esqueléticas modelos que, cual silenciosa invasión de marcianos de ojos saltones, inundan revistas, pasarelas y carteles publicitarios. Ha empezado a trabajar hace poco y todavía se muestra un poco torpe a la hora de servir las mesas, poner y quitar los cubiertos, abrir el vino, pero en su rostro radiante (de fruta, de melocotón) siempre brilla una sonrisa inconsciente y, como todo el mundo sabe, las sonrisas inconscientes son las mejores, las que alegran de verdad. La mayoría de los clientes somos hombres y detecto en ellos la misma fascinación que siento yo, una fascinación que no es puramente sexual en el sentido que ese adjetivo suele tener para nosotros (tiene un polvazo, está buenísima, me la follaría ahora mismo), sucede simplemente que no podemos evitar admirar con disimulo su inocencia, la naturalidad con la que ignora lo guapa que es. En el restaurante hay varios turnos de trabajo y no siempre nos atienden los mismos camareros: sólo puedo decir que cuando hoy he visto que estaba ella me he sentido mejor. No extraordinariamente mejor, no maravillosamente mejor, pero sí un poco mejor. Es más que suficiente para mí.

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