domingo, 30 de marzo de 2008

Después del concierto

Concierto en Zaidín, un pueblo a unos veinte kilómetros de aquí, invitados por la coral de la población. Más allá de la calidad del resultado siempre me conmueven estos coros de personas mayores, mujeres y hombres de rostros curtidos por el sol vestidos con sus mejores galas, dispuestos a disfrutar del placer de la interpretación musical. No se ha llenado la iglesia pero cada asistente valía por cinco teniendo en cuenta la tormenta de lluvia que caía en la calle minutos antes del comienzo de la actuación. Al terminar nos han convidado a una merienda casera compuesta de tortillas de espinacas, tortillas de patatas, pequeños bocadillos de jamón, de queso, de atún, olivas negras y verdes, vino tinto, refrescos, pasteles, moscatel. El runrún de las conversaciones ocupaba el espacio entero del local cuando, de pronto, he caído en la cuenta del cúmulo de sucesos casuales que habían acabado depositándome allí, sentado junto a la mesa con un vaso de vino en la mano izquierda y un pincho de tortilla de espinacas y piñones en la mano derecha. Durante un momento me he sentido absolutamente extraño, un extranjero, un corcho mecido por la marea.

7 comentarios:

Portarosa dijo...

Pero es que, como sabes muy bien, a todos lados nos ha llevado una cadena de sucesos casuales, que empezaron hace mucho y que lo hicieron casi siempre, por supuesto, en la más absoluta inconsciencia nuestra de que aquel era el primer paso de algo.

Da vértigo pensar en lo que cambiaría nuestra vida con una pequeña variación en una decisión nuestra, tal vez caprichosa, hace años.

Vivir.

Un abrazo.

Jesús Miramón dijo...

Hace un par de horas, regresando de Barbastro por la carretera comarcal de Estadilla, esa que me gusta tanto, he visto un zorro muerto junto al asfalto, entre la hierba. Me he detenido. Le he tomado unas fotografías (como esos antiguos periodistas de sucesos que fotografiaban víctimas de crímenes). El animal cruzó justo en ese momento, no en otro, no antes ni después (en una carretera por la que apenas circula casi nadie y en la que precisamente hace un año vi un jabalí muerto también por atropello).

El otro día el avión en el que viajaba aterrizó muy bruscamente por culpa del viento, primero tocó tierra con una rueda y después con la otra, un poco cruzado. Confieso que pasé miedo (tomar o no tomar un avión, ese avión y no otro, no el anterior, no el posterior).

Somos náufragos y exploradores al mismo tiempo, cartógrafos de nuestra vulnerabilidad.

Un abrazo y gracias, querido Portorosa, casi solitario frecuentador del desértico territorio de los comentarios de este blog.

Anónimo dijo...

Lo visito a menudo pero no hago comentarios, Jesús.

Saludos musicales

Jesús Miramón dijo...

Oh, anónimo, pero sí que hace comentarios: ahora mismo acaba de hacer uno... Lo que pasa es que si son anónimos son muy difíciles de contestar. Saludos.

Portarosa dijo...

Tus textos, querido Jesús, son para leer, y pocas veces del tipo de los que dan pie a comentar, como no sea para decirte lo bien que están.
Tal vez yo sufra de incontinencia verbal :)

Pero, insisto, lo que suele apetecer es, simplemente, leerlos y quedarse con el buen sabor que dejan.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Siempre leo tus comentarios, es lo primero que hago al encender el ordenador. Parece que me falta algo el día que lo leo tu blog. Pero como dice portorosa, no hace falta comentar nada, simplemente leer, disfrutar, meditar, soñar.
Ya sabes que te quiero mucho.

Jesús Miramón dijo...

Gracias a los dos, os agradezco mucho lo que decís. En fin, supongo que en el fondo, y aunque uno diga que no, sí que nos importa saber que hay alguien al otro lado cuando publicamos algo.

(Querida directora, lo pasamos bien en Zaidín ¿verdad? Un beso)