EL TREN
Una hora parados junto a un callejón de naves abandonadas, llenas de graffitis,
la persona que está a mi lado habla todo el rato por el móvil,
cada palabra con una claridad irritante, imposible pensar en otra cosa,
me siento atrapado, miro hacia fuera y veo una liebre moviéndose entre el hollín de la maleza;
justo entonces se vuelve sobresaltada hacia nosotros, se queda inmóvil.
Suave, limpia, la carne dura bajo el tupido pelaje, muy atractiva;
me recuerda a los niños más pequeños que pasan camino de la escuela por nuestra calle,
su desparpajo, esa gracia inconsciente, la urgencia que sientes de compartir su belleza,
luego mi mente se entretiene intentando retraerse a su estado más salvaje,
lograr que la criatura sepa de mi admiración, que me conozca ella a mí.
Todo el rato que estamos allí, deseo casi dolorosamente estar junto a ella,
como si le habitara cierto misterio, una apariencia casi sagrada,
pero si me intuye no me presta atención, y cuando empezamos a movernos
aún espera entre el negro lastre del guijo, alzadas las orejas y los pelos del bigote,
a estar segura de que somos buenos y nos hemos ido antes de seguir su camino.
El tren avanza con rapidez, poblaciones borrosas, la voz de mi vecino sigue machacona;
mucho calor aquí pero en campo abierto la hierba está rígida y blanca por la escarcha.
Imagina estar ahí fuera solo, astillas de pánico que te hacen estremecer,
con esos brillantes raíles ante ti, rodeado de un silencio inmenso, prodigioso,
que solo ahora comienza a menguar, se alza el viento, el atronador crujido de una rama.
C. K. Williams, de Reparación, Bartleby Editores, 2007, traducido por Jaime Priede.
domingo, 6 de abril de 2008
C. K. Williams
Anotado por Jesús Miramón a las 20:39 | Nombres propios
sábado, 5 de abril de 2008
Pollo al curry
Por la mañana acompaño a Paula a la óptica para comprar sus primeras gafas de sol. Se prueba decenas de ellas pero rápidamente vamos descartando modelos hasta quedarnos con cinco o seis. Las elegidas son negras y no tan ridículamente grandes como las que se llevan ahora. Le auguro que le gustarán durante muchos años.
Al mediodía cocino pollo al curry con arroz blanco. La casa entera huele como un restaurante hindú. Después de comer ponemos el lavaplatos y a continuación el tiempo se ralentiza, entra en la agradable parálisis de la digestión y la siesta. El mundo gira lentamente alrededor del sol.
Por la tarde vienen a casa dos amigos de mi hijo. Se supone que van a ensayar la coreografía de un baile para una fiesta del colegio, pero como faltan dos miembros del grupo lo que hacen es jugar a la Play Station. Les hago una pizza margarita para merendar. Mientras estoy preparándola aparece Carlos en la cocina y me da un abrazo, me dice gracias, me da un beso, otro abrazo, dos besos, y se va.
miércoles, 2 de abril de 2008
Fortuna
Por culpa del último cambio horario todavía es de noche a las siete de la mañana. Resulta desalentador levantarse sin la luz y el ruido de los pájaros. El lunes en Barbastro vi los primeros vencejos del año, sobrevolaban el agua del río Vero bajo el puente del Amparo dibujando garabatos en el aire con sus pequeños cuerpos azulados de alas de guadaña. Tuve la sensación de que habían regresado de África más pronto que otras veces, pero no estoy seguro. Poco a poco resucita la luz de un nuevo miércoles. Pronto todo se pondrá en marcha. Qué fortuna estar aquí, formar parte de ello.
lunes, 31 de marzo de 2008
domingo, 30 de marzo de 2008
Después del concierto
Concierto en Zaidín, un pueblo a unos veinte kilómetros de aquí, invitados por la coral de la población. Más allá de la calidad del resultado siempre me conmueven estos coros de personas mayores, mujeres y hombres de rostros curtidos por el sol vestidos con sus mejores galas, dispuestos a disfrutar del placer de la interpretación musical. No se ha llenado la iglesia pero cada asistente valía por cinco teniendo en cuenta la tormenta de lluvia que caía en la calle minutos antes del comienzo de la actuación. Al terminar nos han convidado a una merienda casera compuesta de tortillas de espinacas, tortillas de patatas, pequeños bocadillos de jamón, de queso, de atún, olivas negras y verdes, vino tinto, refrescos, pasteles, moscatel. El runrún de las conversaciones ocupaba el espacio entero del local cuando, de pronto, he caído en la cuenta del cúmulo de sucesos casuales que habían acabado depositándome allí, sentado junto a la mesa con un vaso de vino en la mano izquierda y un pincho de tortilla de espinacas y piñones en la mano derecha. Durante un momento me he sentido absolutamente extraño, un extranjero, un corcho mecido por la marea.
viernes, 28 de marzo de 2008
Ritos funerarios
Suelo hacerlo de vez en cuando: vacío el contenido de la papelera en la chimenea y le prendo fuego. Folios arrugados, pañuelos de papel, tres o cuatro recipientes de yogur, cáscaras de naranja deshidratadas por el paso del tiempo, bolsitas secas de té. Las llamas, amarillas y azules, bailan con la fuerza y el entusiasmo de la vida, no de la muerte, pero al cabo de pocos minutos menguan, silban desesperadas buscando una última bocanada de combustible y, finalmente, desaparecen con un hilo de humo. La papelera está lista para ser colmada de nuevo.
jueves, 27 de marzo de 2008
Ella no lo sabe
En el restaurante han contratado a una camarera rumana. Es muy atractiva pero ella no lo sabe, lo que la hace más atractiva todavía. Su cuerpo es rotundo y decididamente femenino, todo lo contrario de las esqueléticas modelos que, cual silenciosa invasión de marcianos de ojos saltones, inundan revistas, pasarelas y carteles publicitarios. Ha empezado a trabajar hace poco y todavía se muestra un poco torpe a la hora de servir las mesas, poner y quitar los cubiertos, abrir el vino, pero en su rostro radiante (de fruta, de melocotón) siempre brilla una sonrisa inconsciente y, como todo el mundo sabe, las sonrisas inconscientes son las mejores, las que alegran de verdad. La mayoría de los clientes somos hombres y detecto en ellos la misma fascinación que siento yo, una fascinación que no es puramente sexual en el sentido que ese adjetivo suele tener para nosotros (tiene un polvazo, está buenísima, me la follaría ahora mismo), sucede simplemente que no podemos evitar admirar con disimulo su inocencia, la naturalidad con la que ignora lo guapa que es. En el restaurante hay varios turnos de trabajo y no siempre nos atienden los mismos camareros: sólo puedo decir que cuando hoy he visto que estaba ella me he sentido mejor. No extraordinariamente mejor, no maravillosamente mejor, pero sí un poco mejor. Es más que suficiente para mí.
Anotado por Jesús Miramón a las 20:22 | Diario , Vida laboral
Richard Widmarck
Cuando me levanto de la siesta
la tarde se parece a una película,
mis ojos pesan su precio en oro
y sudo como los héroes
después de haber perdido el conocimiento
durante días enteros.
He quedado más tarde con una chica
en un local de la ciudad.
La esperaré apoyado en la barra,
un cigarrillo colgando de mis labios,
y le diré, poniendo voz de actor americano:
"Hola, encanto, ¿puedo invitarte a una copa?"
Entonces ella reirá y me dará un beso
y me tomará del brazo y nos perderemos en la noche.
Ahora la tarde se parece a una película
y en la televisión reponen
"Pánico en la ciudad", con Richard Widmarck.
Zaragoza, 6 de julio de 1983.
miércoles, 26 de marzo de 2008
Raymond y Tess
Admiro mucho a Raymond Carver, lo respeto como escritor, como narrador de cuentos, como poeta. Me acompañó durante muchos años, todavía lo hace. Qué curiosas son las relaciones que se establecen entre los lectores y sus escritores: tan íntimas, tan solitarias. Son, sin duda, encuentros de carácter estrictamente personal.
Hace tanto tiempo que guardo esta fotografía en mi escritorio que ya no recuerdo dónde la encontré. En ella Tess Gallagher, su segunda esposa, mira a la cámara con ojos irlandeses, ingenuos y esperanzados a pesar de todo. Es una mirada que contrasta con la de él, fija, significativa. Está muy gordo, tal vez a causa del tratamiento contra el cáncer, y lleva el cuello de la camisa, una camisa de cuadros sin corbata, abotonado hasta arriba, lo que acentúa su papada. La americana, enorme, está muy arrugada y usada. Las gafas incapaces de matizar su mirada son grandes y parecen apoyarse más en las mejillas que en el puente de la nariz. Me atrevería a decir que porta peluquín a causa de las secuelas de la quimioterapia. Miro directamente a sus ojos en la fotografía y durante un instante tengo la sensación de que es él quien me está mirando a mí.
Raymond Carver es famoso en todo el mundo como narrador de cuentos; se le ha comparado con Anton Chéjov, algo que él nunca hubiese tolerado. Da igual, Carver es, ciertamente, un extraordinario escritor de relatos, pero también un magnífico poeta. Que yo sepa hay dos libros de poesía de Carver publicados en España, ambos en la colección Visor: “Bajo una luz marina” y “Un sendero nuevo a la cascada”. En los dos hay poemas sugerentes, conmovedores, inquisitivos. A mí me gustan mucho.
La fotografía está fechada el 15 de mayo de 1988. El hombre que en ella aparece y nos mira abrazado a su mujer moriría algunas semanas más tarde, el 2 de agosto.
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AMAR
Desde la ventana la veo inclinada junto a las rosas
cogiéndolas lo más cerca que puede de la flor para no
pincharse los dedos. Con la otra mano las arranca,
hace una pausa y arranca otra, más sola en el mundo
de lo que pudiera imaginar. No quiere
alzar la vista, no ahora. Está sola
con las rosas y con otra cosa en que sólo yo puedo pensar
pero no decir. Sé los nombres de esos rosales,
se los pusimos cuando nuestra reciente boda: Amor, Honor, Cariño-
de este último es la rosa que me tiende de repente, después
de entrar en la casa entre dos miradas. La acerco
a la nariz, aspiro el aroma, me aferro a él –olor
de promesas, de tesoros. Mi mano en su cintura para acercarla,
sus ojos verdes como el musgo del río. Y le digo entonces,
enfrentándome a lo que se acerca: mi mujer. Lo diré
mientras pueda, mientras respire, con cada pétalo
de la rosa.
ÚLTIMO FRAGMENTO
¿Y conseguiste lo que
querías de esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra.
Raymond Carver, de Un sendero nuevo a la cascada.
Traducción de Mariano Antolín Rato.
Anotado por Jesús Miramón a las 08:07 | Nombres propios