El tomate troceado con sal, azúcar, orégano y laurel se confita despacio en el aceite a fuego muy lento. La familia vuelve a estar completa y bien merece una cena de lujo. Coceré brevísimamente unas ventrescas de merluza en agua hirviendo y a continuación las serviré sobre la compota de tomate, acompañadas de una ensalada de lechuga del huerto de unos amigos y una fuente de pepino cortado en bastones sazonados con sal Maldon, pimienta, aceite y vinagre de Módena. No escribo desde hace varios días. Leo, cocino, bebo, duermo, como, pero no escribo. No pasa nada. O sí: pasan los días, uno detrás de otro precipitándose sin remedio, uno detrás de otro sin ser cartografiados. De postre comemos galletas de mantequilla fabricadas en Escocia y adquiridas en Bath. No me da miedo decirlo: son días felices.
martes, 15 de julio de 2008
viernes, 11 de julio de 2008
Bajo el cielo
Pedaleaba entre viñedos y campos de espárragos cuando la bicicleta resbaló y caí al suelo. Me di un buen susto pero no había nadie, así que en vez de levantarme de un salto como si no hubiera pasado nada me quedé allí, sentado resignadamente en el polvo del camino.
Durante toda la tarde había velado delante de la casa, cerca del puente de la carretera, frente al soto del río Queiles, esperando inútilmente que ella apareciese en la puerta, que se asomase a una ventana. Necesitaba tanto verla. Se llamaba Miren y era de Bilbao. La última vez que habíamos estado juntos había sido el verano anterior. Desde entonces le había escrito muchas cartas, siempre sin contestación. Supe tiempo después que nunca llegó a leerlas porque sus padres las interceptaban. Teníamos catorce o quince años.
A comienzos de Julio, en cuanto nos hubimos instalado en el pueblo para pasar un verano más, fui en bicicleta hasta su portal con la esperanza de que también ella hubiese llegado. El edificio aparecía silencioso y sin vida pero yo no quería rendirme. Incluso fantaseé con la imagen de su familia llegando desde Bilbao en coche mientras yo esperaba sentado en el pretil del puente sobre el río, dispuesto a que ella me viese y me saludase tímidamente con un gesto. Nada de eso sucedió y antes del atardecer levanté la guardia y me fui.
Volvía a casa pedaleando entre viñedos y campos de espárragos cuando la bicicleta resbaló y caí al suelo. Me di un buen susto pero no había nadie que pudiera verme, así que en vez de levantarme de un salto como si no hubiera pasado nada me quedé allí, sentado en el camino, ingenuo, ignorante, observando en silencio cómo giraban las ruedas en el aire, sus radios metálicos dando vueltas bajo el cielo de verano.
jueves, 10 de julio de 2008
Desde Bath
Paula telefonea a las doce y media de la noche desde Bath y nos cuenta que está muy bien, disfrutando muchísimo, conociendo a gente de otros países, "me están pasando un montón de cosas maravillosas", dice. No hablábamos con ella desde el domingo, pero está disfrutando tanto que entendemos que el entusiasmo nos difumine en sus prioridades inmediatas.
Al principio nos costó aceptarlo, la idea -absurda, ahora nos damos cuenta- era que llamase a casa cada día, aunque al final hemos terminado comprendiendo y también recordando cómo éramos nosotros a los quince años, cuando no había nada peor que una familia agobiante.
La echamos de menos y al mismo tiempo somos conscientes de la apasionante aventura que emprende, el mundo entero abierto ante sus ojos y su cerebro. Una historia mil veces repetida. Nuestra pequeña ha iniciado su propia exploración y nuestro papel ha cambiado: ya no es el de llevarla de la mano, darle de comer sentada en las rodillas, contarle cuentos antes de dormir, ahora tenemos otro no menos importante: estar siempre allí donde nos necesite, amarla discretamente durante toda nuestra vida, seguir ayudándola a convertirse en la maravillosa mujer que ya comienza a ser.
martes, 8 de julio de 2008
Seamus Heaney
LA PENÍNSULA
Cuando no tengas nada más que decir, sólo conduce
durante todo el día en torno a la península.
El cielo es alto, como sobre una pista de aterrizaje,
la tierra sin señales, de modo que no llegas
sino pasas de largo, siempre a través del zócalo de una cala.
Al atardecer, los horizontes se beben el mar y la colina,
el campo arado se traga el caserón blanquecino
y te encuentras de nuevo en la oscuridad. Recuerda ahora
la playa vidriosa y el tronco a contraluz,
aquella roca en que las olas se rompen en jirones,
las zancudas forzadas sobre sus propias patas,
islas que se introducen en la niebla,
y vuelve a casa, todavía sin nada que decir
salvo que ahora decodificarías todos los paisajes
así: cosas halladas puras y limpias en sus propias formas,
agua y tierra en su extrema desnudez.
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THE PENINSULA
When you have nothing more to say, just drive
For a day all round the peninsula.
The sky is tall as over a runway,
The land without marks, so you will not arrive
But pass through, though always skirting landfall.
At dusk, horizons drink down sea and hill,
The ploughed field swallows the whitewashed gable
And you're in the dark again. Now recall
The glazed foreshore and silhouetted log,
That rock where breakers shredded into rags,
The leggy birds stilted on their own legs,
Islands riding themselves out into the fog,
And drive back home, still with nothing to say
Except that now you will uncode all landscapes
By this: things founded clean on their own shapes,
Water and ground in their extremity.
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Seamus Heaney,
traducción de Vicente Forés y Jenaro Talens,
de la antología Campo abierto,
Editorial Visor, Madrid, 2004.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:05 | Nombres propios
domingo, 6 de julio de 2008
Despojarme
Se arrastran los días calurosos, acumulándose. Odio esta estación que convierte a los seres humanos en animales. Cada lenta hora aniquila algo de mí. Echo de menos el frío, los breves días de invierno que, en vez de sumar, restan. No necesito añadir sino despojarme.
jueves, 3 de julio de 2008
Río Gránico
Regreso del trabajo, como arroz a la cubana, recogemos la mesa, me acuesto un rato, despierto, acudo a refugiarme en el aire acondicionado del salón, abro un libro y antes del alba cruzo el río Gránico para enfrentarme a los persas, al atardecer preparo una coca de tomate natural y atún para cenar, una cazuela de cabezada de lomo de cerdo con pimientos del piquillo para comer mañana, abro una botella de vino de rioja Siglo, suena la radio, el ventilador gira en la cocina.
lunes, 30 de junio de 2008
Triunfo y partida
Horas después del encuentro victorioso cargo el equipaje de mi hija en el coche y partimos hacia Zaragoza, desde donde ella viajará a Inglaterra. Tanto en Binéfar como en Monzón todavía hay gente que celebra ruidosamente el triunfo de España haciendo sonar el cláxon de los coches y ondeando banderas. La carretera nocturna es diferente: un silencioso agujero de gusano que comunica estaciones espaciales. En el aparcamiento del pabellón deportivo Príncipe Felipe esperan otras familias, desconocidas entre sí. Son las tres de la madrugada y la situación trae a mi imaginación escenas de películas apocalípticas, ciudades desiertas, supervivientes esperando ser evacuados. Aparece el autobús y llega el momento de las despedidas, abrazo a Paula, la beso, le digo que disfrute de la experiencia, que practique inglés, que nos llame por teléfono cuando llegue, todas esas cosas. Luego regreso a Binéfar. Son las cuatro y media de la mañana. Pequeñas bestias se apartan de la carretera nacional: una comadreja, un zorrillo al pasar por Barbastro.
viernes, 27 de junio de 2008
Patriotismo
Siempre he intentado resistirme a las emociones colectivas: me dan un poco de miedo, me apabullan, afectan de modo directo al vergonzante solipsismo que padezco. Ayer, sin embargo, viendo la maravillosa segunda parte del partido de fútbol que jugó la selección española en las semifinales de la copa de Europa de naciones, salté del sofá, levanté los brazos, grité: ¡GOOOOOL! sabiéndome acompañado de miles y miles de personas que estaban sintiendo exactamente lo mismo que yo en ese preciso momento, y fue algo emocionante, consolador, patriótico.
jueves, 26 de junio de 2008
Treinta y seis grados
Despierto de la siesta empapado en sudor. El calor derrite mis meninges, anula absolutamente mi imaginación. Me siento incapaz de hacer nada que suponga un esfuerzo. Ni siquiera soy capaz de pensar. Odio estas temperaturas inhumanas.
lunes, 23 de junio de 2008
En la piscina
Primera tarde de piscina en esta temporada. Escojo una tumbona de plástico blanco milagrosamente libre en la zona de sombra, junto a la pequeña tapia que linda con el campo de fútbol, y me tiendo en ella como una morsa. Las instalaciones rebosan de niños, adolescentes y madres. En los altavoces, como cada verano, atronan los éxitos de la Cadena Dial. Carlos y su amigo desaparecen rápidamente rumbo al agua y yo intento leer, esforzándome por abstraerme de la música, los gritos y los cercanos chapuzones. Entre página y página levanto la vista y pienso con qué naturalidad perdemos la vergüenza de la desnudez: durante todo el año cubrimos nuestra ropa interior pero en verano la enseñamos sin ningún pudor. Me acerco al bar, pido una cerveza y regreso a mi tumbona, cuidadosamente señalizada con mi toalla y el libro sobre ella. Pasan los minutos, una hora, dos horas, la gente comienza a levantar sus campamentos y marcharse. Yo todavía no me he bañado, y caigo en la cuenta de que ése es sin duda un síntoma de que me estoy haciendo viejo: ¡sería la primera vez en toda mi vida que paso una tarde en la piscina sin tirarme al agua! Me levanto de la hamaca, me mojo superficialmente bajo la ducha, me aproximo al borde de azulejos azules y me zambullo de cabeza. El agua está deliciosamente fresca y me envuelve mientras desciendo hacia el fondo, luego me dejo reflotar al exterior, hacia el cielo de nubes marrones, y regreso nadando muy despacio hasta la orilla.