Preparamos las cosas para pasar unos días en Zaragoza. Vamos con tan poca frecuencia que algún día encontraremos ocupado el piso que tenemos allí. Más que entristecerme me sorprende que, siendo Zaragoza el lugar donde crecí, la ciudad donde pasé la adolescencia y la primera juventud, no guarde ningún sentimiento especial hacia ella. Claro que la ciudad actual poco tiene que ver con la que yo conocí. ¡Mas fuera nostalgias! Hoy y mañana, para mi horror, tocan compras: hoy cambiaré las ruedas del coche (esto me gusta), entre hoy y mañana hay que comprar algo de ropa para cónyuge e hijos (uf, esto no me gusta, espero poder escaparme a la FNAC mientras tanto), mañana por la noche hemos quedado con mis hermanos para cenar de tapas (esto me entusiasma) y el viernes iremos a visitar a mis padres y comeremos todos juntos en el huerto (qué ganas tengo de verles). ¡Pero son las nueve y cuarto y mis hijos ni siquiera se han levantado cuando la idea prevista era salir a las nueve! (Risas enlatadas) Iré a despertarles (más risas). Tal vez podamos salir a las diez o diez y media (carcajadas generales y fin).
martes, 19 de abril de 2011
109
Yo me acuesto y otro hombre se despierta, se sienta al borde de la cama, se pone en pie, se ducha contemplando la bahía y a continuación se seca el pelo frotando su cabeza con una toalla. Mientras mi cerebro comienza a soltar amarras ese hombre ya ha salido de casa y se dirige a su trabajo. Las montañas azules reflejan la luz del sol y en la radio anuncian cielos despejados.
lunes, 18 de abril de 2011
108
Con la llegada de la crisis y la presencia de inmigrantes de países más pobres que el nuestro no es extraño ver hombres caminando por el arcén de la carretera, yendo y viniendo de un sitio a otro. Y no es que hagan autoestop, no, ni siquiera se giran a mirar los coches que les adelantan o se cruzan con ellos, sencillamente utilizan el medio de transporte más barato que tienen a su alcance, como hacían en su país. Los observo desde el interior de mi coche y pienso que hay algo profundamente humano, inocente, virtuoso, en el hecho de viajar así, el cuerpo erguido avanzando paso a paso sobre la superficie de este planeta.
domingo, 17 de abril de 2011
sábado, 16 de abril de 2011
106
Después del concierto de música sacra vamos al Chanti a tomar unas cervezas. Hablamos con la alegría y el entusiasmo que genera el descenso de adrenalina tras la actuación, repasando los pequeños errores, los pequeños aciertos, las anécdotas que siempre nos suceden cuando cantamos frente al público. El ambiente es maravilloso, lleno de complicidad y cariño, pero a eso de las nueve y media recordamos algo muy importante: ¡el encuentro de fútbol entre el Real Madrid y el Barcelona comenzará en pocos minutos! Todos nos levantamos de la mesa y nos despedimos, yo mismo estoy impaciente por ver el partido. El tiempo de la música ha pasado y Bach (y Mozart, y Vivaldi, y Fauré, y Giovanni Croce, y Antonio Lotti) será sustituido por gladiadores.
viernes, 15 de abril de 2011
jueves, 14 de abril de 2011
104
Sale el sol por el este. No hay viento. No hay nubes. Escribo. El sol se pone en el oeste. La noche es un suspiro. Amanece. Una mañana como esta partió Ulises. Los prados se han cubierto de amapolas. Trabajo. Las nubes se tiñen de rosa y amarillo. Escribo. Los primeros murciélagos vuelan indecisos a lo largo de la calle. Sale el sol por el este. Un gato es atropellado cerca de la gasolinera. La cebada crece milímetro a milímetro, más verde que el significado de la palabra verde. Duermo una breve siesta abisal. Escribo. La luna aparece en el cielo sonriendo como Yuri Gagarin. La noche es un telón. Sale el sol por el este. No llueve. Las hojas nuevas de los castaños de indias se han hecho más grandes, mucho más grandes que mis manos. Escribo. La tarde prende en el sol y lo convierte en brasas. Escribo. La noche apaga todos los incendios excepto el de la aurora. No hay viento. No hay nubes. Las horas fluyen hacia el mar. Escribir cada día me convierte en un elemento más de la naturaleza.
miércoles, 13 de abril de 2011
103
Este señor, un hombre que conozco desde hace algunos años y a quien hacía tiempo que no veía, me cuenta que tuvo un buen susto. Estaba en su huerto preparando unos plantones de lechugas cuando se sintió indispuesto y perdió el conocimiento. Abrió los ojos y no sabía dónde estaba ni quién era, ni siquiera era consciente de estar tendido en el suelo boca abajo, el rostro contra los terrones de tierra. Me cuenta que se sentó en el suelo sin saber qué hacer, perplejo. No sabe cuánto tiempo pasó hasta que escuchó el sonido de un motor. Volvió la cabeza hacia allí y siguió con la mirada un coche que circulaba por la carretera. Me cuenta que fue en ese momento, mientras seguía con la vista el recorrido del vehículo, cuando poco a poco su cerebro volvió a ordenar las cosas. El coche desapareció tras la curva al final de la recta y él regresó lentamente desandando la carretera con la mirada hasta llegar al camino que llevaba a su huerta, que tomó para llegar a ella y, eso me contó, encontrarse consigo mismo sentado en el suelo, empezando a recordar. Trató de ponerse en pie pero no tenía fuerzas, entonces se acordó del móvil que llevaba en el bolsillo del pantalón y telefoneó a su mujer, que fue a buscarle y posteriormente le llevó al hospital de Barbastro. Había sufrido un infarto fulminante. La joven doctora le dijo que su corazón se había detenido y al cabo de algunos segundos, tal vez minutos, había vuelto a latir por su propia cuenta, algo que sucede muy pocas veces; le dijo que su desorientación al recuperar la consciencia era normal tras la carencia de oxígeno en el cerebro, y que lo que le había pasado era prácticamente un milagro, algo parecido a una resurrección. Este hombre de rostro rubicundo que aparentemente parece gozar de excelente salud me mira directamente a los ojos y lo repite: «Una resurrección». Le pregunto si recuerda algo de ese momento en el que estuvo clínicamente muerto, si tuvo alguna experiencia, si vio alguna luz. Sonríe y me dice que no se acuerda de nada, sólo del momento de despertar con el rostro contra el suelo y no saber nada del mundo ni de sí mismo. Cuando se levanta para irse le digo que se cuide mucho y me contesta: «¿Sabes una cosa, Jesús? Es muy raro, pero desde que me pasó eso ya no le tengo miedo a nada».
Anotado por Jesús Miramón a las 20:28 | 365 , Diario , Vida laboral
martes, 12 de abril de 2011
102
Entre el lunes y el martes, así como entre el número ciento uno y el número ciento dos, existe el mismo abismo que se abre entre el tic y el tac de un reloj, es la delgada línea azul que divide la atmósfera terrestre y el espacio exterior, son las grandes olas que en el cabo de Hornos separan el océano Atlántico del océano Pacífico, es la vida que continúa vibrando afinada, milagrosa, entre la sístole y la diástole de tu corazón.
lunes, 11 de abril de 2011
101
Por la mañana, mientras atendía a un joven padre recién estrenado, me llamó mi madre para decirme que G. había volcado con su camión pero que no me asustara, que estaba bien, que sólo tenía contusiones. Tras terminar con mi cliente salí al jardín y telefoneé a mi hermana, que ya había llegado al hospital de Estella. Susana estaba serena, tranquila después de haber podido hablar con él; me informó de que se había roto la nariz e iban a ir a Pamplona para que le operasen; me dijo que, dentro del susto y el disgusto por lo sucedido, se sentía feliz de que no hubiera pasado nada más grave. Le envié un abrazo para su marido, uno de los hombres más buenos que conozco, y nos despedimos con un beso. Guardé el móvil en el bolsillo y antes de regresar a la agencia, hoy abarrotada de gente, me detuve un momento junto a los castaños de indias porque necesitaba tranquilizarme. Las hojas nuevas, hace poco plegadas hacia la tierra como pequeños paraguas, se habían hecho más grandes en los últimos días, abriéndose hacia el sol.