lunes, 23 de marzo de 2015

Sin título

A menudo yo también,
como tú, maldigo
la imaginación, porque
la lluvia es sólo lluvia
y nada más, igual que
el tiempo es solamente
esta velocidad que
nos precipita y
nada más.

jueves, 19 de marzo de 2015

Balizas

Las ramas de los arbolillos de mi calle son mapas vasculares a la luz de las farolas nocturnas: aquí el de un riñón, allí el de una mano y más allá el de un pulmón creciendo desde la acera hacia el cielo huyendo lentamente de la gravedad.

En el campo, sin embargo, todos los almendros están en flor, los cultivados y también los que crecen salvajes en los ribazos de las fincas y los márgenes de las carreteras. También ellos son un mapa: sus delicadas flores blancas balizan todas las encrucijadas, todos los caminos posibles.

martes, 3 de marzo de 2015

Y lluvia y nieve

Una compañera de trabajo comentó que el jueves volverían a descender las temperaturas, dijo que el hombre del tiempo había advertido de que el invierno aún no había desaparecido del horizonte, que no debíamos guardar los abrigos todavía.

Mientras la escuchaba di silenciosamente las gracias con todo mi corazón ya dañado por el atisbo de la primavera, mi corazón herido por la luz inflamada y la inminencia del gemido de placer de cada yema en las ramas de los árboles de las aceras de esta pequeña ciudad.

Nací en un lugar cálido y equivocado: mi alma debería ser de hielo, oh, sí, mi alma debería ser de hielo y lluvia y nieve y granizo y niebla, así debería ser, así la echo de menos.

martes, 24 de febrero de 2015

Shangri-La

Cinco patos volando hacia el este sobre la pequeña ciudad de provincias, sus características siluetas en el cielo despejado de la tarde. Viento que trae el frío intacto de la nieve caída kilómetros más arriba, en Shangri-La.

viernes, 13 de febrero de 2015

Un paisaje para todo

En los últimos dos o tres años he pasado por tantos estados de ánimo diferentes que mi conciencia está agotada. No rendida: sólo cansada, tumefacta.

Hace tres meses que terminé con éxito el tratamiento farmacéutico contra la depresión y las crisis agudas de ansiedad que padecía, y ahora, ya curado, me siento como el náufrago que se ha salvado del desastre pero, alcanzada la playa, apenas conserva las fuerzas necesarias para ponerse en pie sobre la tierra firme.

Metáforas, alegorías, subterfugios... Bah, seguramente he leído demasiados libros y he visto demasiadas películas. Mi cerebro es capaz de recrear una imagen para todo, un paisaje para todo. No estoy seguro de que eso sea una ventaja.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Personas comunes

Hay historias personales que no por repetidas dejan de conmoverme hasta el tuétano. El otro día conocí en el trabajo a una persona divorciada que había regresado para atender a su antiguo marido en estado terminal. Como en casos anteriores, siempre protagonizados por mujeres, me dijo que no podía permitir que él muriese solo, aunque ello significara dejar temporalmente a un lado su renovada vida personal y profesional. También lo hacía por el hijo que habían tenido en común, ya adulto: no podía consentir que fuese él quien cargase en solitario con el peso de circunstancias tan duras y penosas. Así, tras muchos años sin convivencia, cuidaba ahora cada día del hombre de quien había dejado de estar enamorada. Mientras me contaba su situación no pude evitar sentir una profunda admiración hacia aquella mujer de melena pelirroja y ojos claros tras unas gafas ligeras de montura metálica. El cansancio físico y mental asomaba en las ojeras y en la comisura de la boca, pero en su espíritu latía con fuerza aquella discreta generosidad de las personas comunes que hacen que el mundo sea un lugar más bello que el que nos muestran cada día las portadas de los periódicos.

El rey desnudo

Esto escribe el rey desnudo: los dones,
como todo aquello que no merecíamos,
se desvanecen y desaparecen con la edad.

lunes, 26 de enero de 2015

Trilobites

En la azotea del edificio de enfrente permanecen los adornos luminosos navideños, apagados. Caigo en la cuenta de que están allí todo el año, anónimos y grises, casi invisibles en la fachada anónima y gris. Una costumbre triste pero práctica.

Los húmedos y blandos campos de cebada tienen el tono verde del musgo. Contrastan con los árboles desnudos y las zarzamoras secas de los caminos. La cordillera, que en los días claros parece estar a un paseo de distancia, luce al fin cimas blancas -pero esta mañana el propietario de un restaurante de Cerler me dijo que el viento se estaba llevando toda la nieve.

Enero se precipita hacia adelante como si en vez de edificios con adornos luminosos navideños apagados me rodease el mar somero que cubría este lugar hace millones de años. Trilobites tan frescos como mi corazón recorren el fondo arenoso. El viento dibuja olas en la superficie, llevándoselas.

viernes, 16 de enero de 2015

Conozco ese tipo de poder

A menudo, hablando con amigos y familiares, afirmo con mi habitual desfachatez que los seres humanos somos animales esquizofrénicos. Cómo no serlo si, conociendo con absoluta certeza que nos precipitamos hacia la muerte, somos capaces de seguir adelante como si nada o, tras inventarnos tantas y tantas religiones pretéritas y presentes, como si todo.

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Los que matan en nombre de Dios, ¿saben algo del ADN, del Bing-Bang, saben que en el cosmos existen miles de millones de galaxias como la nuestra? Los que matan en nombre de Dios, ¿saben que durante las primeras siete semanas de desarrollo todos los embriones humanos son hembras sin excepción alguna? Los que matan en nombre de Dios, ¿saben que a lo largo de la historia de la humanidad aparecieron miles de religiones por las que se combatió, se murió y se asesinó, de la mayoría de las cuales ya no queda sino el eco polvoriento de tablillas de arcilla y pergaminos? Los que matan en nombre de Dios, ¿no son capaces de imaginar que la existencia humana es algo un poco menos idiota que el relato que defienden, algo un poco menos ofensivo a la inteligencia, incluso a la imaginación?

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Pero no seré yo quien diga que la religión sólo ha traído muerte y destrucción al mundo: he cantado a Bach, a Haendel, me he estremecido de la coronilla a los pies en el altar de muchas iglesias mientras la música más bella del mundo rogaba a nuestro Señor que perdonara los pecados del mundo; junto a mis compañeros del coro interpreté la música más bella del mundo expresando el indecible sufrimiento de una madre a los pies de la cruz romana donde su hijo judío agonizaba como el cordero del sacrificio. Estuve allí. Conozco aquel consuelo, su comunión inefable. Conozco ese tipo de poder. Volveré a sentirlo.

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Me llama mi hija desde Barcelona. Hablamos de los últimos sucesos en París. Me dice que algunas veces siente un poco de miedo al viajar en metro por si hay un atentado. Le digo que los islamistas radicales no vencerán, le digo que lo que debemos hacer es seguir viviendo de esta manera que tanto les saca de quicio. Generaciones enteras dejaron sus vidas en el barro por las libertades, los besos en la calle, el matrimonio entre personas del mismo sexo. No permitiremos, le digo, que nuestra imperfecta y decadente civilización retroceda cinco siglos como si nada hubiera pasado. Nos espera el espacio exterior, la colonización de otros planetas liderada por mujeres y hombres, el avance en el conocimiento de las partículas más elementales de la realidad, el avance en el conocimiento del universo entero. Es un territorio en el que no tienen cabida los decapitadores.

martes, 6 de enero de 2015

Penínsulas

Por la mañana fuimos a dar un paseo por el campo a la derecha de la carretera de Berbegal, unos cuantos kilómetros más allá del hospital de Barbastro. Hacía mucho frío y el suelo estaba blando, casi tierno. Al respirar exhalábamos humo, una de las maravillas invernales que más me gustan desde que tengo conciencia. El camino cruzaba campos de olivos en cuyas lindes crecían enebros y encinas carrascas. En el horizonte se elevaba el Monasterio del Pueyo y detrás, aparentemente cerca, la cordillera cuajada de cimas blancas. Al cabo de un rato llegamos a un gran viñedo limpio como los huesos de un cordero. Había huellas de jabalí que yo, cual un khoisan cualquiera, señalaba con mis manos envueltas en guantes de lana. En las zonas de sombra permanecía el hielo de la madrugada creando inversos mapas de penínsulas, islas y estrechos propicios para emboscar antiguos imperios que se creyeron eternos. A lo lejos se escuchaba el eco de los coches en la autovía.