No ha nevado en todo el invierno ni en muchos muchos años y esta mañana está nevando aquí, en Barbastro, ¡un veinticinco de marzo! Han tardado un poco, pero finalmente los antiguos y caprichosos dioses me han escuchado.
sábado, 25 de marzo de 2017
viernes, 24 de marzo de 2017
Zumbido de insectos
Antes, hace años, cuando era joven, no le daba importancia, pero ahora necesito cada día más alguna reciprocidad por pequeña, por minúscula que sea. La definición de nuestro diccionario canónico a la palabra reciprocidad es la siguiente: correspondencia mutua de una persona o cosa con otra.
No me queda mucho tiempo. A menudo tengo esta sólida y serena sensación, sabiendo que forma parte de la mochila mental que cargo a mis espaldas mientras camino entre el zumbido de los insectos resucitados por el regreso de la primavera.
No puedo permitirme perder la vida que me queda en relaciones no recíprocas. No tendré un millón de amigos, ni un millar, ni cien, ni diez acaso. Me da sinceramente igual.
Sé que algunas veces yo he estado al otro lado, en la no reciprocidad, y lo lamento, lo siento, pero a veces las cosas son sencillamente así.
miércoles, 22 de marzo de 2017
Artefactos
Hoy he ido a mi primera sesión de fisioterapia para solucionar una contractura de la zona del cuello y los hombros que arrastraba desde hacía mucho tiempo. Alfonso, mi fisio, un chico agradable y muy profesional, después de avisarme de que tal vez me dolería un poco, ha ido clavando una aguja en la zona de mi hombro izquierdo, el brazo más afectado, hasta que ha dado con la contractura concreta profundizando en ella y el brazo ha comenzado a temblar por sí solo, absolutamente al margen de mi voluntad, mientras un dolor intenso alcanzaba mi cerebro. "Ahí está", ha exclamado, como el mecánico que va probando cables y fusibles en un coche. A partir de ese descubrimiento ha comenzado a trabajar en mi cuerpo.
A menudo olvido que soy un artefacto. Músculos, un motor tras las costillas que envía y recoge mi sangre a través de un complejo cableado, huesos que me permiten mantenerme en pie.
Al salir de la policlínica he pasado junto a un gran almendro que crece en un descampado lleno de maleza y basura. Todas las ramas estaban en flor. Dos gatos tomaban el sol cerca del río: un macho naranja de cara cubierta de cicatrices y el rabo casi amputado tras quién sabe cuántas batallas y una pequeña hembra de manchas negras y blancas. Tenían los ojos entrecerrados y no hacían otra cosa sino existir.
martes, 21 de marzo de 2017
Un lunes infinito
A veces me gusta pensar
que cada nueva mañana es
un pequeño día de año nuevo,
un lunes infinito.
No soy un astronauta de verdad
Escribo en el silencio. Como viajero este dato debería significar que me he alejado demasiado para mantener una línea de contacto, pero no estoy seguro de que sea esa la razón. Diga lo que diga no soy un astronauta de verdad.
Hubo épocas en las que deseaba precisamente este silencio, y esta noche que jamás volverá a suceder no es muy distinta de aquellas. No rechazo el contacto con mis congéneres, de hecho siempre procuro contestar a mis lectores por agradecimiento a su interés y por puro respeto al gesto que en su momento hicieron al comentar en este diario -algo que no sucede en otros sitios, en mi opinión por una muy mala educación.
El pasado se aleja poco a poco. La vida continúa, mi vida continúa en silencio a partir de las tres de la tarde. Por la mañana es una montaña rusa de trabajo, sentimientos, éxitos, fracasos, un balcón a la naturaleza humana: algo que, mientras me hiere, amo sin armadura a mi alcance.
lunes, 20 de marzo de 2017
Una bola de nieve
Mañana trabajo y hace rato que debería estar durmiendo pero, aunque sea un oxímoron, me da pereza ir a dormir. Siempre he padecido este problema entre tantos otros. Una cosa curiosa que tienen mis pequeños problemas es que alimentan a todos los demás con absoluta naturalidad. Soy una bola de nieve rodando ladera abajo recogiéndolo todo.
sábado, 18 de marzo de 2017
Asombroso
Recuerdo los claustros de un antiguo monasterio que había junto a la diminuta casa de mi abuela paterna, la yaya Jovita. Recuerdo la vez en la que el encargado de proyectar las películas del único cine del pueblo nos coló en su cabina. Recuerdo los veranos en los que pescábamos cangrejos con reteles a los que atábamos como cebo asaduras que nos regalaban en las carnicerías. Recuerdo salir de una película de vaqueros y querer desear, necesitar urgentemente montar en un caballo inexistente con mis botas vaqueras inexistentes para galopar a través de un territorio inexistente hacia una puesta de sol inexistente. Recuerdo las miles de pajas que me hice cuando era adolescente y todavía no existía internet. Recuerdo una comida familiar en un soto en medio del campo a la que había acudido mi tío materno de Francia con la tía Ninú y mis primos franceses. Recuerdo unas vacaciones de verano en las que al llegar al apartamento frente a la playa llovía a mares. Los aparentemente sólidos floretes de plástico que vendían en los puestos de las ferias durante las fiestas del pueblo y se quebraban en el primer combate. Los cigarrillos que podíamos ganar, no importaba la edad, disparando a un palillo con una escopeta de perdigones trucada.
Avanzo hacia un tiempo que no puedo ni imaginar. Un tiempo del que acaso no podré dar testimonio alguno. Al otro lado del río la pequeña selva urbana que el verano pasado alojaba a una nutrida colonia de aves ha comenzado a reverdecer. Las tórtolas turcas ya se cortejan. Antes de que tú y yo nos demos cuenta los nidos estarán llenos de pequeños huevos de todos los tamaños y colores. ¿No te parece asombroso?
viernes, 17 de marzo de 2017
Ay, Irlanda
Hacía más de un mes que no me recortaba la barba. Lo único que me faltaba para ser igual que Robinson Crusoe era un gorro de piel de cabra y un compañero llamado Viernes.
El caso es que esta tarde me he puesto frente al espejo, he colocado la maquinilla barbera en la posición tres y, bueno, ha sido como esquilar una oveja de lana gris, rubia e incluso pelirroja en algunas zonas. Cuando he terminado de limpiarlo todo, lo que me ha hecho recordar por qué no lo hago más a menudo, y me he mirado en el espejo... Bueno, me había quitado cinco años de encima. Tal vez diez.
Obviamente tengo la edad que tengo y esa es una realidad verdaderamente inevitable. Además de mis averías de serie, que no son pocas, ya empiezan a aparecer pequeños achaques propios del paso del tiempo. Pero me ha sorprendido mucho el simple hecho de que recortarme (mucho) la barba haya cambiado tanto el aspecto que ofrezco al mundo.
Como me conozco sé que estaré otro mes o dos meses dejando que la barba de mi rostro de cromañón crezca a su antojo, aunque me haga parecer más viejo. Olvidaré la ilusión de hoy al contemplarme más joven. Regresaré a la comodidad de no tener que afeitarme cada día como lo hice hasta dos mil diez.
Porque sé exactamente cuándo dejé crecer mi barba: sucedió durante nuestras maravillosas vacaciones en Irlanda en agosto de dos mil diez. Dentro de pocos meses habrán pasado siete años.
Ay, Irlanda.
jueves, 16 de marzo de 2017
Poca vergüenza
Un día absolutamente anodino. Trabajé bien, sin problemas, disfrutando de conocer temporalmente a otras personas. Para comer hice una pizza de tomate frito, mozarella, pimientos, cebolla y atún. Por la tarde M. tenía reunión de evaluación en el instituto. Cuando se fue yo dormía la siesta en el sofá. En ningún momento de la jornada tuve un momento de ansiedad, incluso mi tinnitus ha dejado de ser permanente salvo cuando, como en este mismo instante, lo he recordado.
Pero ¿de qué puedo quejarme yo? ¿Cómo puedo ser tan egoísta y banal? Tal vez ahora mismo familias enteras están cruzando el mediterráneo sobre una lancha neumática huyendo de la guerra, por no hablar de las que una vez aquí, hayan nacido en España o en el extranjero, no tienen recursos económicos y dependen de Cáritas, los servicios sociales o los bancos de alimentos. ¿De qué cojones puedo quejarme yo?
A veces creo que escribir este diario durante tantos años ha acabado convirtiéndome en algo que no me gusta: un viejo adolescente y narcisista mirándose continuamente el ombligo. Sí, lo creo. Cada día veo algunos de los problemas reales que afectan a la gente y luego vengo aquí, me siento frente al ordenador acompañado de un vaso de whisky o de bourbon, y escribo sobre mí. Qué poca vergüenza.
martes, 14 de marzo de 2017
En otro sitio
Mi cuerpo se rinde al cansancio.
Me tumbaré en la cama,
cerraré los ojos y,
en ese mismo instante,
despertaré en otro sitio.