Hoy he cumplido cincuenta y seis años. Es algo que me fascina, porque mi frontera imaginaria durante mi juventud era el paso de un siglo a otro. Más allá era terra incógnita y aquí estamos, diecinueve años después.
Hasta antes de ayer no me gustaba celebrar mi cumpleaños. Ya sabéis que soy un tipo duro, de piel de elefante e hígado de cachalote, un hombre sin sentimientos, sin pasado ni futuro, un forastero entrando a caballo en un pueblo olvidado de Dios. Pero sutilmente poco a poco ha ido desapareciendo el pueblo, el caballo, mi hígado de cachalote y mi piel de elefante. Estoy en esa fase humana en la que me alegra cumplir un año más por una sola razón: podré seguir explorando, conociendo, escribiendo, haciendo fotografías, atendiendo a personas de todo pelaje y condición; podré seguir conduciendo mi vieja Picasso, podré viajar, podré oler el aire de la pequeña ciudad después de una furiosa tormenta de lluvia y granizo.
La vida es estar. La muerte es no estar después de haber estado. Hoy cumplo años porque estoy. Y recuerdo a usuarios y usuarias mías de mi trabajo que ya no están. Seres humanos de cuyas familias conocía y a quienes tuve que atender cuando partieron, a veces dejando niños pequeños sin madre o sin padre. La vida es estar y la muerte es no estar.
Ya sabes que los martes trabajamos por la tarde y mientras regresaba de la agencia me fijé en la cantidad de plantas que crecen en las aceras, en cualquier resquicio, en cualquier oportunidad. Después llegué a mi calle y me fijé en la luz del sol sobre la hierba junto al río Vero canalizado que cruza Barbastro, un río que sólo parece tal cosa cuando en las montañas llueve mucho o comienza el deshielo. El sol iluminaba las buenas hierbas como si fuesen diosas griegas y yo, desde la acera, las contemplaba consciente de estar allí en vez de no estar.
martes, 28 de mayo de 2019
Veintiocho de mayo
Anotado por Jesús Miramón a las 23:15 | 2019 , Diario , Fotografías
lunes, 27 de mayo de 2019
Veintisiete de mayo
Han sonado truenos lejanos durante unos minutos, parecía que íbamos a tener una épica tormenta de las que me gustan a mí, pero ha llovido un rato, apenas diez minutos, y nada más. Lo truenos han dejado de oírse. El ruido de una vieja furgoneta bajando por la calle y nada más. Así son las cosas por aquí.
domingo, 26 de mayo de 2019
Veintiséis de mayo
Lo que votamos en las elecciones señala el salario mínimo que empezarán a cobrar nuestros hijos cuando trabajen por primera vez a tiempo completo, la subida anual de las pensiones de nuestros padres o abuelos, la cantidad del presupuesto nacional que se invierte en becas, en investigación o en seguridad.
No comprendo que existan personas que no votan por pereza, por desidia o porque piensan que da igual. Las asignaturas obligatorias de sus hijos o la dotación del personal sanitario de los hospitales lo deciden los partidos y las personas a las que votamos. No hay nada más que podamos hacer. Votar. Yo, que nací mañana en 1963, voy a votar con un orgullo y una sensación íntima, personal, difícil de explicar.
Lo que votamos afecta directamente a nuestras vidas diarias. Y lo dice alguien que informa cada día a los ciudadanos de los cambios legislativos y los requisitos para acceder a las prestaciones de la Seguridad Social, en mi caso. Yo sé lo importante que es votar. Yo sé cómo las decisiones legislativas pueden cambiar la vida diaria de la gente.
Ahora, quiero decir: a estas horas, ya no hago proselitismo. Los colegios electorales cerraron hace tiempo. Sólo espero que nuestro país, como Portugal, emprenda un camino socialdemócrata que dé la espalda a las políticas neoliberales que nos condenan prácticamente a la esclavitud.
Me sorprende y me conmueve a la vez darme cuenta de que no soy tan distinto a la persona que era cuando tenía diecisiete años.
sábado, 25 de mayo de 2019
Veinticinco de mayo
Han regresado los vencejos. Los veo volar como sólo saben hacerlo ellos, dibujando cabriolas en el aire, girando varias veces en el cielo, y pienso que no hace mucho tiempo hacían lo mismo sobre manadas de cebras y ñus, sobre los grupos de leones que cazaban a esos mismos animales, sobre las familias de elefantes.
Y aquí están ahora, sobre un paisaje tan distinto. Contemplo su vuelo entre grúas y edificios y no puedo olvidar de dónde vienen.
viernes, 24 de mayo de 2019
Veinticuatro de mayo
Llovió durante casi toda la mañana, hasta las doce o doce media más o menos. Abrí la ventana que hay junto a mi mesa de trabajo para poder oler ese aroma maravilloso, mezcla de la humedad de la tierra del jardín de los castaños y el hormigón y el asfalto de la acera y la calle. Amo ese olor.
Después dejó de llover. A las dos y media salí de la agencia y caminé hacia mi casa, que está a cuatro minutos de distancia. El cielo se había abierto y asomaba tímidamente el sol. Mientras ponía un pie delante del otro volví a pensar, como tantas veces, en lo extraño que es vivir.
jueves, 23 de mayo de 2019
Veintitrés de mayo
Despierto de la siesta sin saber si es por la tarde, por la noche o por la mañana. Me asomo al gran ventanal de la nave y contemplo el nuevo planeta, sus junglas extrañamente uniformes y compuestas de un pequeño número de especies de plantas u organismos parecidos a los antiguos helechos de la tierra. Más allá, bajo el cielo de color blanco, se adivinan altas cordilleras de pizarra que brillan a la luz de los dos soles. Todavía no hemos encontrado fauna, aunque durante la noche escuchamos gañidos en la selva, sonidos parecidos a los que hacen los cachorros humanos, maullidos de gato. Desconocemos qué animales o plantas los emiten. Todo es nuevo aquí, como en los planetas anteriores. Ya no recuerdo cuándo tuve por última vez un bebé entre mis brazos.
miércoles, 22 de mayo de 2019
Veintidós de mayo
La tarde se desliza suavemente
como si durante un momento
nada pudiera desaparecer.
martes, 21 de mayo de 2019
Veintiuno de mayo
En mi trabajo atiendo situaciones de todo tipo. Algunas felices -paternidad y maternidad, tarjetas sanitarias europeas de personas que van a salir de vacaciones, jubilaciones, etcétera-; algunas muy tristes.
Aprendemos, sin siquiera darnos cuenta de ello, en cada momento. Desde que nos despertamos por la mañana hasta que caemos rendidos de sueño por la noche. No lo podemos evitar. El ser humano está hecho para explorar y aprender y escuchar y querer ir más allá de la siguiente colina. Somos así cuando estamos sanos. No lo somos cuando enfermamos.
Atiendo cada día a personas enfermas, y tras tantos años me he dado cuenta de que las enfermedades mentales son terribles. Yo padezco, en muy pequeño tamaño, de ello: cada mañana me tomo un antidepresivo y ansiolíticos, nada más el resto del día, pero veo casos muy graves. Seres humanos que han perdido cualquier interés, cualquier curiosidad, que vegetan en un limbo de obsesiones patológicas y otras enfermedades verdaderamente incapacitantes. Creo que la línea que separa a un enfermo digamos leve, como yo, de un enfermo grave, es cuando ya han perdido la curiosidad. Cuando ya se han rendido a la idea de que la rutina es una mierda y rechazan la posibilidad de que algún día puedan ser felices. Es cierto que estos usuarios suelen tener vidas familiares muy desestructuradas, poco apoyo familiar, dependencias tóxicas, etcétera. Pero me da mucha pena. Me dan ganas de agarrarles del cuello y decirles: ¿No os dais cuenta de que esta oportunidad de explorar y sentir este mundo es la única que os ha sido dada? Pero no lo hago porque sé que su enfermedad les incapacita para entender algo así. Y porque podrían denunciarme, y con razón.
Esto es lo que hay. No podemos elegir, y esto es importante: nadie puede elegir dónde y cuándo nace. Si en un país en guerra o en la cuarta potencia de la Unión Europea. Pero todos podemos decidir cómo afrontamos el reto de vivir, de sobrevivir, de aprender incluso de lo que nos sucede si no morimos durante el camino.
Siempre he creído que lo que nos hace humanos, si eso tiene alguna importancia, algo que dudo a veces, es nuestro afán de saber más, de huir, de conquistar, de saber qué se ve desde la colina más cercana.
Anotado por Jesús Miramón a las 23:13 | 2019 , Diario , Vida laboral
lunes, 20 de mayo de 2019
Veinte de mayo
Sí, lo sé, la entrada de ayer fue una mierda pinchada en un palo. Pero escribo cada día. Cada día de cada día, al menos hasta el treinta y uno de diciembre de dos mil diecinueve. Si soy capaz. Tal vez he sobrevalorado mi capacidad creativa.
Bueno, en realidad siempre la he sobrevalorado.
Mi nombre es nadie.
domingo, 19 de mayo de 2019
Diecinueve de mayo
Hoy fue domingo.
Con eso lo digo todo.