Hacía tanto calor que esta mañana me he ido a pasear en coche yo solo (para Maite pasear en coche no tiene sentido). He tomado un camino de la carretera que nunca había explorado y he avanzado por él lentamente, pues no estaba en muy buen estado. El aire acondicionado de nuestra querida y vieja Picasso refrescaba su interior con una eficiencia impropia de un coche de catorce años, y era agradable atravesar los campos de cereal, mucho más allá del territorio del canal por donde solemos caminar cuando el tiempo lo permite.
Los campos de cereal, tanto cuando son de color verde esmeralda al principio de la primavera como cuando están en sazón y el viento los mece en forma de olas, hoy, ya cosechados, habían cumplido su ciclo. Paula los echa mucho de menos allí en Noruega: los campos de cereal y los cielos azules.
Finalmente el camino se complicaba y me he detenido frente a una extensa propiedad en medio de la cual, como suele suceder en los Monegros, más al Sur, el agricultor había respetado un pequeño y humilde árbol solitario.
Me gusta pensar que es un un gesto de respeto. Siempre me conmueven esos árboles protegidos por el propietario, que perfectamente hubiera podido acabar con él para aprovechar esos pocos metros de tierra. Es algo que siempre me llamó la atención. Creo que tiene que ver más con la poesía que con la agricultura.
domingo, 30 de junio de 2019
Treinta de junio
Anotado por Jesús Miramón a las 21:33 | 2019 , Diario , Fotografías
sábado, 29 de junio de 2019
Veintinueve de junio
Hace un rato he acudido a la inauguración de la nueva mezquita de Barbastro, que está justo al lado del bloque de pisos donde vivo. Me han enseñado el interior del edificio, un pequeño trozo de Marruecos en nuestra ciudad, y han sido tan hospitalarios y solícitos conmigo que he vuelto a casa con un montón de comida de la que habían sacado a la calle en dos largas mesas. A los musulmanes de aquí los conocía a casi todos, por no decir a todos, y ellos me conocían a mí. En la calle habían dispuesto dos largas mesas con una cantidad ingente de comida hecha en sus propias casas, lo he probado casi todo, sabores distintos, cúrcuma, especias que no conozco, semillas de sésamo, miel, muchos dulces muy muy dulces. Me conmovía el cariño con el que me han trataban: "¡Jesús, prueba esto! Jesús, ¿otro té? (Qué rico el té con hierbabuena, nunca lo había probado y me he tomado tres) Jesús, ¿has comido calabacines rellenos? Están muy buenos. ¡Jesús, bebe un poco de limonada, que ésta está recién sacada del congelador y se calentará enseguida!" Imagino que sufrían al verme sudar, pero allí sudábamos todos y todas.
Era un día muy especial para su comunidad, y habían venido desde Fraga, Monzón, Binéfar, Graus; incluso desde lugares tan lejanos como Zaragoza y Tarragona. Se apenaban de que no hubiera acudido más gente no musulmana, aunque el nuevo alcalde sí lo había hecho antes de que yo llegara y había pronunciado unas breves palabras de concordia y convivencia, muy bien según me han contado. Yo les he comentado que con semejante calor todavía me parecían muchos los que habíamos respondido a la invitación, y asentían con la cabeza. "Qué mala suerte con el calor", decían, y añadían: "Pero no pasa nada, los que habéis venido sois nuestros amigos".
Ha sido una bonita experiencia echar un vistazo a una comunidad muy desconocida y, en cierta manera, injustamente estigmatizada por quienes se niegan a conocer otras culturas y otras religiones, ya no hablo por los directamente racistas. Y lo digo yo, que me declaro ateo sin complejos. Eso sí, puedo asegurar que la fama del islam hospitalario es absolutamente merecida hasta extremos abrumadores. Al irme les he dicho: "Un millón de gracias. Ya sabéis dónde encontrarme".
Anotado por Jesús Miramón a las 21:38 | 2019 , Diario , Fotografías
viernes, 28 de junio de 2019
Veintiocho de junio
Anoche me desperté a las tres y cuarto de la madrugada sudando como un pollo y no logré volver a dormirme hasta las seis y media, con lo cual fue cerrar los ojos y, sonar el despertador. Entretanto me di una ducha de agua fría que se secó sobre mi cuerpo en dos minutos.
La sensación de ir a un trabajo tan exigente mentalmente como el mío sintiéndote al cincuenta por ciento de tu capacidad es terrible. Ha sido una de mis peores mañanas de trabajo de los últimos años, pero he sobrevivido sin víctimas colaterales.
Por la tarde he ido a Monzón con Maite, donde tenía que hacerse una resonancia magnética. Cuando hemos salido de la clínica, el termómetro de la vieja Picasso marcaba ¡cuarenta y siete grados! Era como habitar una de las primeras colonias humanas de Marte.
Hoy necesito dormir bien, así que volveré a hacerlo en el sofá cama del salón con el aire acondicionado puesto. No me gusta contaminar ni gastar tanta energía, pero es que necesito dormir una noche entera de un tirón. Lo necesito de verdad.
jueves, 27 de junio de 2019
Veintisiete de junio
Cinco y media de la madrugada. Veinticuatro grados. Duermo sobre la cubierta del colchón con todo abierto. Mi calle en general es poco transitada, hasta hace un rato sólo se escuchaba el croar de las ranas junto al río, pero acaba de pasar alguien silbando, probablemente camino del trabajo. Me ha hecho sonreír.
miércoles, 26 de junio de 2019
Veintiséis de junio
El calor ha llegado sin piedad, a galope tendido, haciendo desfallecer las hojas de los árboles. Pertenezco a una especie resistente, tal vez demasiado resistente, pero las primeras embestidas duelen. Habitamos el ártico y los desiertos, pero en Barbastro no estamos acostumbrados a esas cosas.
Anoche dormí en el sofá cama del salón con el aire acondicionado a veintitrés grados. A ver qué pasa hoy. Tengo conciencia ecológica, en casa reciclamos, etcétera, pero me gusta dormir seis o siete horas seguidas, soy así de caprichoso (véase la ironía idiota).
El verano ha venido para quedarse. Pensábamos ir a Zaragoza el fin de semana pero los meteorólogos han vaticinado cuarenta y cuatro grados el sábado. ¡Cuarenta y cuatro grados! Allí no tenemos aire acondicionado, así que aquí nos quedamos, quietecicos y tranquilos. Eso sí, dudo que podamos ir a dar nuestros paseos junto al canal. El verano ha llegado. Ningún año nos perdona.
martes, 25 de junio de 2019
Veinticinco de junio
Se acabó la cortisona. A pesar de las advertencias de mi dermatóloga he ganado casi dos kilos en tres semanas. Eso sí, mi dermatitis ha desaparecido, estoy curado al cien por cien. La próxima vez no esperaré a ir a su consulta. Estoy bien. También debo confesar, para ser sincero, que no cumplí mis buenos propósitos del principio, que duraron apenas una semana. Pero es que me quiero y quiero quererme. Y quererme es mimarme. Y mimarme es saltarse a veces ciertas reglas.
El martes termina como comenzó. Sin ruido. Sólo el del ventilador que gira incansable. Tenemos aire acondicionado en el salón (por llamarlo de algún modo), pero estoy mucho mejor en este pequeño rincón junto a la cama. Nací para vivir en una celda y soñar con sistemas planetarios.
lunes, 24 de junio de 2019
Veinticuatro de junio
Se avecina una ola de calor "extraordinaria", el apocalipsis, mi pesadilla. Yo respiro pausadamente, despacio, como aprendí cuando cantaba en un coro. He decidido no tener miedo nunca más. Cumplí cincuenta y seis años el pasado veintiocho de mayo pasado. No volveré a tener miedo salvo que, en medio de la acera, me ladre un chihuahua inesperadamente y sin saber por qué.
Anotado por Jesús Miramón a las 22:07 | 2019 , Cortisona , Después del ensayo
domingo, 23 de junio de 2019
Veintitrés de junio
Se acerca la hora y todavía no he escrito nada. Lo haré ahora: este largo fin de semana (el viernes era fiesta local en Barbastro), ha sido tranquilo y pacífico. Yo ya no esperaba nada más. Bueno, sí, que la pequeña verbena frente a mi casa terminase a una hora decente, pero hace mucho que recogieron los bártulos.
Haré lo mismo que los vencejos y aviones comunes que durante la tarde surcan el cielo comiéndose los insectos que ya no entrarán en nuestro apartamento: dormiré. Ya presiento que soñaré cosas agradables, porque lo deseo. Mis deseos son órdenes para mí.
sábado, 22 de junio de 2019
Veintidós de junio
La belleza no pertenece a la naturaleza, ni siquiera forma parte de ella. Es el fruto de nuestro cerebro, que, a su vez, sí pertenece a la naturaleza. Cuando ya no existamos sobre la superficie de este planeta ¿qué belleza existirá?
viernes, 21 de junio de 2019
Veintiuno de junio
Hoy, por una pura convención de calendarios religiosos y antiguos, empieza el verano. El verano. La estación en la que nuestra animalidad se pone a prueba. El ventilador, mi pobre hidroavión amputado, gira a toda velocidad enviándome aire ligeramente más fresco del que el verano es capaz de proporcionar en esta habitación donde escribo.
Si el calentamiento global de nuestro planeta es una amenaza cierta para nuestra supervivencia, ¿por qué el verano es la llegada del buen tiempo? Es un anticipo de nuestro final. Eso es lo que es.