Zaragoza. Ya no tenemos andamios en la terraza y han cambiado los cristales rotos, aunque los nuevos son ligeramente de otro color y mi TOC se acelera un poco al verlos. Por la tarde, muy pronto, drama de mi madre con mi padre. Corriendo con Maite a su casa, de donde habíamos salido a las dos. Ella quería salir a la calle con el pijama y su marido, papá, se lo ha impedido. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Mi padre es una mala persona, lágrimas, estoy sola, todos estáis equivocados, os ha puesto en mi contra, etcétera. Alzheimer. Mi padre la ama y la cuida y se ocupa de la casa, la comida, la limpieza, todo. Tiene ochenta y cinco años. El próximo lunes daré de alta en mi oficina a una empleada de hogar, y todos rezamos para que la acepte y congenien y sea posible que mi padre tenga un descanso, porque ya casi no puede más. Me he ido del piso de mis padres a las seis y media. Ella ya estaba más tranquila, ni siquiera se acordaba de lo que había sucedido. Por mi trabajo sé que el Alzheimer es una enfermedad terrible, pero vivirla en primera persona es devastador. He salido de la casa donde crecí gran parte de mi vida agotado, literalmente reventado mentalmente. Y he estado tres horas. Mi padre está todos los días, veinticuatro horas siete días a la semana. Al llegar a nuestro piso me he servido un whisky con hielo. Me siento rendido: es el whisky, dos porros o dos pastillas de Lorazepam. Rendido, triste, ansioso y preocupado. No es una historia original. Miles de familias están pasando por lo que está pasando la mía. Yo mismo, por mi trabajo de informador de la Seguridad Social, he asistido a ese proceso, he escuchado historias como la mía. No consuela. Nunca existirá en este mundo nadie como mi madre, nadie como mi padre, nadie como tú o como yo.
domingo, 23 de enero de 2022
sábado, 22 de enero de 2022
Camisetas con dibujos
Un lugar donde vivir. Alguien que me ame como soy, sin medias tintas. Las necesidades básicas y algunas pocas extraordinarias cubiertas con el salario de un trabajo que me gusta. El frío del invierno que precede a la primavera. Ver en la pantalla un dron de origen humano volando sobre la superficie de Marte. Poder comprar camisetas con dibujos y mensajes que me gustan. Poder comer lo que quiera. Amar. Ser amado. Ser una más entre las personas más afortunadas de toda la tierra.
viernes, 21 de enero de 2022
Calendario estelar
Cuaderno de bitácora. 21 de enero de 2022 según el calendario estelar de la especie humana. Navego a a través del tiempo. Nada que anotar hoy. Tengo mucho sueño. Avanzo hacia el futuro al margen de mi voluntad. Sé que así ha de ser. Floto mirando el cielo de día y también de noche. Soy, como tú, un viajero del tiempo. Todos somos astronautas.
jueves, 20 de enero de 2022
Algunas de las estrellas
Un nuevo día termina y, en un instante, se ha convertido en pasado, casi nada queda de él. Navegamos sobre aguas veloces. Los acontecimientos suceden y tomamos decisiones a cada momento. Vivir es así. No nos guía el destino sino el instinto, por eso al cruzar una calle miramos a iquierda y derecha antes de dar el siguiente paso. La inteligencia sabe manifestarse de muchos modos. Algunas de las estrellas que contemplo en el cielo nocturno murieron hace millones de años. Es importante saberlo.
miércoles, 19 de enero de 2022
Tortilla de chorizo
Estoy agotado. Los martes atendemos a los ciudadanos por la tarde. Sé que para mucha gente la atención e información de una pequeña oficina comarcal de la Seguridad Social es un trabajo que no requiere gran esfuerzo. Y no, no requiere esfuerzo físico, pero sí mental. Cada persona que se sienta al otro lado de la mesa, cada persona a la que llamas por teléfono, es distinta de la anterior, y sus consultas y problemas son también diferentes. Los martes, atendiendo por la mañana y por la tarde hasta las siete, son abrumadores. Como comentamos los compañeros medio en broma, al acabar no sabemos ni cómo nos llamamos. Los ciudadanos quieren, y así lo merecen, un trato humano de calidad, empático, educado, amable y eficaz. Yo llevo muchos años haciendo este trabajo y creo que he aprendido a desarrollarlo de ese modo, pero para ello he de poner todo mi corazón y mi improbable inteligencia en escuchar y saber qué debo hacer, cómo he de hablar, hasta dónde puedo llegar. Y se da la paradoja de que justamente todo esto que me agota es lo que me engancha de mi trabajo. He aprendido mucho de la vida de otras personas; he asistido a tragedias, a alegrías, me han contado cosas íntimas, a mí, a un desconocido, sabiendo que, como los sacerdotes, mi profesión me impediría dar datos personales, como de hecho así es. A las siete, cuando hemos salido de la agencia, ya era de noche. Exactamente parecían las once o las doce de la noche, y hacía mucho frío. He comprado cuatro cosas y he ido a casa, donde Maite preparaba sus clases en la mesa del salón, rodeada de papeles, el portátil abierto. Me he cambiado de ropa. Para cenar he cocinado tortilla de chorizo. Hemos cenado en la mesa pequeña delante de la televisión con una botella de vino tinto. La tortilla estaba buenísima. He dicho: "Si abriera en Londres un sitio donde sólo hiciera tortillas de chorizo me iba a forrar". La vida también está hecha de decir tonterías. Sí, estoy agotado y al mismo tiempo me siento bien. Es una agradable sensación semejante a la dulzura de las enfermedades leves, ese dejarse llevar por el abandono, flotando sobre el agua del río boca arriba viendo pasar las ramas de los árboles bajo un cielo azul de color azul. Todo está bien. Mi vida actual está llena de preocupaciones banales y otras importantes, pero todo está bien. La diferencia entre la vejez y decadencia de quienes fueron tus jóvenes padres y la erupción de un volcán o las lluvias torrenciales que lo arrastran todo a su paso no existe: son lo mismo. Me voy a acostar y leeré exactamente tres párrafos de la novela que tengo entre manos desde hace unas semanas antes de caer dormido y despertar en otro mundo fresco y nuevo, descansado como si la vida de este lado no existiera. Me gusta jugar a imaginar esas cosas. La vida también está hecha de imaginar tonterías.
martes, 18 de enero de 2022
El jabalí
Hoy he pasado todo el día con mi mejor amigo desde hace treinta y tres años. Ha venido desde Girona a pasar tres días en la Sierra de Guara y esta mañana he ido a Adahuesca para estar con él todo el día. Hemos caminado por el campo, hemos reído, nos hemos puesto al día de nuestras familias y, en realidad, absolutamente, ha sido como si nos hubiésemos visto ayer. En las zonas de sombra el campo estaba cubierto de hielo blanco, pero lucía el sol en el cielo. El campo en invierno siempre me recuerda a Chéjov. Las fincas de cereal estaban húmedas y blandas, y las ramas desnudas de los árboles parecían desprender un fulgor dormido en el cielo azul. Hemos venido a Barbastro a comer y luego, más tarde, hemos recogido a Maite y hemos ido a pasear por una ruta junto al río Vero que hay en un pueblo cercano que se llama Castillazuelo. Ha sido un paseo agradable. En algunos tramos había tanto hielo que era casi como pisar nieve, algo que me gusta mucho. Más tarde hemos venido a casa a cenar algo, tras comprar cuatro cosas en un supermercado. Ha sido en ese momento cuando he visto en el móvil los mensajes de mi grupo familiar, hablando del bajón de mi madre, de la situación de mi padre como imposible cuidador con sus ochenta y cinco años, hablando de posibles soluciones que actualmente se resumen en una: ayuda domiciliaria. La última vez que recurrimos a ella tuvimos que cancelarla porque mi madre no la quería, pero ahora el Alzheimer ha avanzado y tal vez nos lo permita. En cualquier caso durante la cena he compartimentado mis sentimientos. Es algo que he aprendido a hacer: compartimentar realidades y sentimientos, no mezclarlo todo como si fuese joven. No soy joven, y he reído muchísimo mientras la tristeza esperaba su turno en la cola. Lo mejor de Carlos es que con mirarnos nos basta para saber y para reírnos de nuestra sombra; lo mejor de Carlos es que él me quiere como soy y yo también a él como es. El amor de la amistad, como el de la pareja, es querer al otro como es, sin más, sin querer cambiar nada sustancial del otro. Bueno, en la amistad sin querer cambiar absolutamente nada del otro (en eso gana por goleada al amor romántico). He dejado a mi amigo en Adahuesca y he regresado a Barbastro. No se ha cruzado delante del coche ningún animal. La luna llena brillaba en el cielo como una lámpara de papel gigante, y también las estrellas en la noche helada. Al volver a casa, cambiarme de ropa y venir a escribir a esta mesa diminuta, en la cola de mi mente absurda le ha tocado el turno a la tristeza. He escrito a mis hermanos y cuñadas y cuñado. Es paradójico que hoy haya podido reír y ser feliz mientras en Zaragoza la enfermedad de mi madre avanza inexorable y sin piedad. Menos mal que allí están mis hermanos Javier y Carlos (sí: mi hijo se llama Carlos porque mi hermano se llama Carlos y mi tercer hermano, mi amigo del alma, se llama también Carlos). Ellos están sobrellevando el día a día entresemana. Los fines de semana vamos nosotros y mi hermana Susana y su familia. Algo sé: será el amor lo que nos ayude a pasar este puente, el que nos tenemos entre nosotros y el que les tenemos, infinito, a nuestros padres. Cuando haya que reír, reiremos; cuando haya que llorar, lloraremos. Somos vida, somos luz, somos los frágiles y fuertes eslabones de una cadena cuyo comienzo no podemos ver salvo en los álbumes de fotografías, y aún allí sólo los últimos metros de la larga línea que se pierde en el pasado. Todo sucederá. Lo que realmente me obsesiona es impedir el sufrimiento de mi madre, el de mi padre, pero ¿qué puedo hacer? ¿Cómo podemos impedirlo? Lo único que nos queda, como siempre, es el amor. Amor, amor, amor, amor. Compañía, tomar una mano que tal vez algún día no sepa quién eres, llevar comida a mi padre como hace Javier para que no tenga que cocinar, pasar la tarde con ellos en su piso como hace mi hermano Carlos, hacerles saber que nunca estarán solos, que siempre estaremos a su lado, hasta el final, queriéndoles con todo nuestro corazón. Tras dejar a mi tercer hermano en Adahuesca, de vuelta a Barbastro, he llorado un poco. No mucho, sólo unos kilómetros. La carretera tenía muchas curvas y en cualquier momento podía aparecer un jabalí.
lunes, 17 de enero de 2022
Promesas
Prométeme que sufrirás y se romperá tu corazón ante lo que deba ser pero no más allá; prométeme, Jesús María Miramón Arcos, que mantendrás encendida siempre y en cualquier circunstancia la llama de la esperanza; prométeme que seguirás creyendo que el amor es el secreto de todo porque lo sabes o imaginas que lo sabes; prométeme que agradecerás lo que la vida va a regalarte hasta el final; prométeme que no sustituirás la bondad por el cinismo, la curiosidad por el escepticismo, el interés por el aburrimiento; prométemelo, por favor. Te lo prometo.
domingo, 16 de enero de 2022
Hipopótamo
No me gustaría estar ahora en otro lugar del mundo diferente a este. Al otro lado de la pared duerme, a salvo de mis ronquidos de hipopótamo, la mujer que amo.
sábado, 15 de enero de 2022
Carne de caballo
Hoy en mi trabajo un usuario que percibía una pensión de incapacidad permanente para su profesión de conductor de camiones me ha preguntado si podía trabajar cuidando caballos. Caballos. Los caballos son una de mis dos o tres debilidades principales. Le he informado de que, al ser una profesión absolutamente distinta a la que ocasionó su pensión, no había ningún problema, que podría trabajar cuidando caballos sin ningún problema. Le he comentado que amo a los caballos, que aprendí a montar a los catorce años, que me cambiaría por él, y entonces me ha dicho que se trataba de una granja de caballos para el matadero. El impacto ha sido tan grande que durante unos segundos no he sabido qué decir. Le he dado los buenos días y se ha ido para dejar paso a la siguiente persona que se ha sentado al otro lado de mi mesa. Desde ese momento han pasado muchas horas, y soy lo suficientemente adulto (algo así) e inteligente (algo así) para saber que no existe ninguna diferencia conceptual entre comer carne de caballo o carne de cordero o de ternera o de pollo o de lo que sea. Me he dado cuenta y, ahora mismo, antes de irme a dormir, siento un poco de vergüenza de mí mismo, de mi especie, de lo que estamos haciendo. Pero mañana cocinaré cabezada de cerdo sin hueso con tomate y pimientos de piquillo. Y podría ser caballo, okapi o antílope. Yo como carne, como pescado. No sé si siempre lo haré. Sé que durante miles de años mi especie lo ha hecho, sé que durante millones de años los antecesores de mi especie lo hicieron; sé que eso hizo crecer nuestros cerebros, sé que pasamos de ser carroñeros a ser cazadores y eso modificó nuestro organismo, que cuando aprendimos a controlar el fuego nuestra dentadura cambió, que la grasa animal alimentó nuestras neuronas, nos irguió y permitió que aprendiésemos a utilizar nuestras manos. Sé todo eso porque lo he leído y sé muchas cosas más porque también las he leído. Me fascina esa época. Pero confieso que para mí cuidar caballos no era alimentarlos y limpiarlos para llevarlos al matadero. Y confieso también mi hipocresía, mi falta de coherencia, mi contradicción flagrante. Han pasado muchas horas y todavía me cuesta pensar inteligentemente en la anécdota que me ha sucedido esta mañana. Y añado: para mí los caballos son animales sobre los cuales cabalgar por el campo. Y sí, los humanos lo hemos hecho durante siglos y siglos y de hecho eso ha creado razas distintas, algunas de las cuales sé diferenciar sin género de duda. Pero entre montarme sobre ellos y comérmelos, en realidad, ¿qué diferencia hay que no los convierta en objetos de transporte o alimento? Definitivamente la consciencia es una mierda. La odio.
viernes, 14 de enero de 2022
Como el bello día
Ni la belleza ni la tristeza tienen horario. Me dormí y acabo de despertar sentado en la silla, sí, sentado en la silla. La noche me ignora mucho más de lo que yo le ignoro a ella, cansado como un humano vacío, sólo huesos, piel, cáscara, ropa, ella recién despertada, la joven noche tan inmortal como el bello día que comenzará mañana helado, transparente, eterno.