Todo es lo de antes y, sin embargo. Hoy es martes, y mañana miércoles. Se ha hecho de noche poco a poco, imperceptiblemente y perceptiblemente al mismo tiempo. Comienza un nuevo año en mi cultura, mi civilización, mi ámbito político y religioso; comienza un nuevo año en mi mundo y se llama dos mil veinticinco. He conocido otros en el pasado, que emergieron y desaparecieron tras doce meses y cuatro estaciones de vértigo tranquilo. No soy más que el musgo que crece en la corteza del árbol que mira hacia el norte; no soy menos que la piedra pulida durante siglos por la corriente de un pequeño arroyo de montaña que nadie ha visto jamás. Llegó la noche y me rodea ignorándome, como hacen los gatos. Me acostaré, cerraré los ojos y algo no necesariamente parecido a mí los abrirá en ese mismo instante en otro lugar, en otro mundo, otro planeta, otro tiempo.
martes, 7 de enero de 2025
viernes, 3 de enero de 2025
Cabo de Hornos
Tercer día de este año dos mil veinticinco de nuestro señor, frío como los días anteriores; frío como mi necesidad de días fríos en invierno, y la niebla, y los campos grises y verdes y marrones y otra vez verdes a izquierda y derecha de la carretera. Los reyes magos yacen bajo los escombros de los bombardeos de Israel, igual que los bueyes y burros despanzurrados en las granjas destruidas no muy lejos del mar antiguo. Me he perforado el lóbulo de mi oreja. Hace tiempo que quería hacerlo y fue cosa de medio segundo en un lugar apropiado. El primer arete se obtiene cruzando el Cabo de Hornos, y yo ya lo hice, y sobreviví a duras penas. Si cruzo el Cabo de Buena Esperanza podré ponerme otro en la oreja restante y, no menos importante, este marinero se ganará el derecho a cenar con los pies sobre la mesa sin que nadie pueda reprochárselo. Hoy he comido con mis compañeras de trabajo. La última comida de navidad, espero. Quiero descansar de lo extraordinario y hacerme el muerto flotando sobre el Mar de los Sargazos de lo cotidiano, lo cómodo, lo fácil. Me gustan las cosas fáciles, los días fáciles, los días fríos de invierno.
domingo, 29 de diciembre de 2024
Como tal
Yo, respecto a mis expectativas adolescentes, ya he tenido una vida muy larga. Bien es verdad que quería ser poeta y no contemplaba, como tal, vivir más allá de los treinta años. Pero he aquí que ahí viene dos mil veinticinco, tranquilo e indiferente, y he visto tantas películas de ciencia ficción que sucedían mucho antes. ¡Blade Runner, una de mis favoritas más allá de géneros, ocurría en 2019! Pero es que Mad Max sucedía en 1994, cuando mi hija cumplió dos años, y Al filo del mañana, esa película relativamente reciente en la cual Tom Cruise muere y resucita una y otra vez combatiendo una especie alienígena, ¡se desarrollaba en 2020, el año de la pandemia del COVID! Si a mí me diera por escribir una novela de ciencia ficción sabiendo lo que acabo de exponer, la ambientaría como mínimo cinco mil años hacia adelante, o diez mil, o un millón de años hacia adelante. El futuro es muy raro cuando uno está vivo y puede contemplarlo. Esta mezcla de guerras de trinchera del siglo diecinueve y drones asesinos del futuro; vehículos eléctricos fabricados con minerales raros extraídos por mano esclava infantil; análisis genómico de todas las especies del planeta mientras muchas de ellas se exterminan y se extinguen cada día. Es muy raro. Yo ya he tenido una vida larga, aunque acaso permanezca despierto en este lado unos años más. La convención cultural y religiosa del cambio de año se aproxima. Desconocemos todo pero una cosa conocemos cada uno de nosotros en nuestro fuero interno: las líneas se crearon para cruzarlas: las fronteras, los ríos, las cordilleras, los océanos, el espacio estelar. Lentamente. De doce en doce uvas si uno está vivo y puede contarlas, tragarlas y brindar después ajeno al absurdo, todo este absurdo bañado por la vía lactea.
miércoles, 25 de diciembre de 2024
Después de la navidad
Ya hemos recogido todo. Las cosas -la vajilla, los muebles- vuelven a estar en su sitio. He bajado a la calle tres bolsas de basura. La noche buena y el día de navidad de dos mil veinticuatro ya son historia. El bullicio, la comida, las canciones. Después de la fiesta el silencio tiene otra dimensión, más sólida, más significativa. Los estorninos que dibujaban nubes móviles y sinuosas en el cielo del atardecer duermen en sus campos secretos. Pienso en nosotros, en mis padres y mis hermanos e hijos que hace un rato estábamos en este mismo salón todos juntos, alegres, un poco achispados, y siento estupefacción y ternura al mismo tiempo. El día termina. Mañana amanecerá. Somos tan pequeños.
domingo, 22 de diciembre de 2024
Amalia Bautista
EL PUENTE Si me dicen que estás al otro lado de un puente, por extraño que parezca que estés al otro lado y que me esperes, yo cruzaré ese puente. Dime cuál es el puente que separa tu vida de la mía, en qué hora negra, en qué ciudad lluviosa, en qué mundo sin luz está ese puente, y yo lo cruzaré. Amalia Bautista
Anotado por Jesús Miramón a las 21:56 | Nombres propios
sábado, 21 de diciembre de 2024
He ido a comprar
He ido a comprar al supermercado Carrefour del final de la Avenida de Navarra. Era temprano pero ya estaba lleno de personas como yo aprovisionándose para nochebuena y navidad. El ambiente era casi distópico, como si los langostinos, el ternasco, los turrones y los polvorones fueran a terminarse en poco tiempo. Soy muy sensible a las vibraciones de los lugares y he tenido que irme antes de comprar toda la lista que llevaba preparada. Tanta prisa, tanto afán, tanto espírito navideño cegaba mis fosas nasales e inundaba mi cerebro de cortisol. Lo que queda por adquirir lo obtendré mañana o pasado mañana, y el martes y el miércoles mi familia se reunirá en nuestra casa. Igual que en los últimos años, pensaremos que tal vez sea la última vez en la que estamos todos, pero no lo diremos en voz alta. El alzheimer de mi madre progresa lenta e implacablemente, ajeno a la navidad y los villancicos, como avanza el tiempo sin detenerse un instante, ajeno a la existencia, sin comprendernos.
viernes, 20 de diciembre de 2024
domingo, 30 de junio de 2024
Tres cuartos de hora
Junio de dos mil veinticuatro termina. No volverá a suceder. Tomé las tres primeras semanas de vacaciones y viajamos a Bergen para estar con nuestra hija, durante esas semanas ella y Alex tenían dos viviendas alquiladas y aprovechamos la ocasión. Maite y yo vivíamos en su casa anterior mientras ellos hacían su vida en la posterior. Fue muy bonito tener a mi hija al alcance de la mano. Yo fui feliz con la lluvia y el frío, fui feliz con el sol de medianoche, fui feliz por poder abrazar y besar a Paula, mi ratoncita, cada día. Hicimos excursiones, pasamos los últimos días en una casa en un fiordo donada a la universidad, que sortean entre sus trabajadores y le había tocado a Alex. Bosques de musgo, cascadas, ríos, agua dulce, agua salada, cielos de color acero: Noruega.Ahora escribo en España. Ayer llovió y el río Vero fluye de color marrón frente a nuestro apartamento en Barbastro. Los campos, en esta época del año, son amarillos. El verde esmeralda de la primavera dio paso al cereal dorado como el oro de los aztecas. Los aviones y vencejos rasgan el cielo con sus alas en forma de guadaña. El mundo y, sobre todo, el curso del tiempo, es algo difícil de escribir. Pero junio termina y yo me acostaré con el ventilador, esa hélice de hidroavión de Alaska, encendido en el modo dos. Echo de menos a mi hija que vive tan lejos; echo de menos a mi hijo que vive tan cerca pero se ha hecho un hombre; echo de menos mi juventud junto a mi compañera, cada día más preciosa y parte de mi ser, de mi vida. Soy un hombre normal y sólo quiero disfrutar sin alharacas del tiempo que me ha sido dado. Nada más me importa. Julio de dos mil venticuatro ya está ahí, a la vuelta de tres cuartos de hora. Yo dormiré.
lunes, 10 de junio de 2024
martes, 28 de mayo de 2024
Sesenta y uno
Hoy he cumplido sesenta y un años. En la adolescencia, la época en la que quería ser un poeta romántico y todo eso (en la segunda mitad del siglo XX, hay que fastidiarse), nunca pensé que alcanzaría esta edad: me parecía tan lejana como Júpiter. Y aquí estoy. Vivo. Apenas escribo, apenas leo (internet ha hecho estragos en mí en ese sentido), cocino mucho, paseo con Maite por el campo y sigo trabajando con decenas de personas que se sientan al otro lado de mi mesa cada día. Hago terapia con una psicóloga online, tomo medicación, intento aprender a vivir en el ahora, este ahora donde el alzheimer de mi madre avanza lentamente día a día. No me quejo de nada: la vida es todo esto: reír y llorar, aburrimiento y estrés, acelerar y frenar, amar y amar, y amar. Pese a mis adicciones domésticas y la pereza que siempre me acompaña, me siento bien. Me siento querido, muy querido, y eso es algo que me ayuda a suponer que mi vida no carece de cierto sentido. Sigo teniendo la intensa sensación, que me acompaña desde los trece o catorce años, de no entender de qué va exactamente esto que se resume en vivir. Vivir diariamente. Morir cada noche y resucitar cada mañana, ver los abejarucos de colores exóticos volar entre campos de almendros olvidados por los herederos urbanos de sus propietarios fallecidos. Sigo sorprendiéndome de que el cielo de mi planeta sea azul, tan azul, sobre todo aquí, en el Somontano de Huesca, sobre todo cuando en su altura flotan nubes blancas. Hoy ha sido mi cumpleaños y yo me retiro a la dulce sepultura nocturna, llena de sueños y otros países y otras familias y ciudades de un universo diferente. El río me sigue llevando mientras contemplo pasar sobre mí las ramas de los árboles. El río me sigue llevando como el corcho que soy al albur de la corriente, bajo las estrellas nocturnas.