El cielo estaba nublado y el mar un poco revuelto en la playa Cristal, de Mont-roig del Camp, esta mañana. Había muy pocas personas. Todo tenía un aroma a fin de temporada.
Lo confieso: estoy feliz (¡sin manos, sin maaaanos!). A mí la vuelta de la rutina y el retorno de todo el mundo a su puesto de combate, me pone de buen humor.
Por fin he llegado a casa y lo he podido ver y oír.
El otro día discutía con mi pareja, que decía que si estuviera en una casa muy cerca del mar, su ruido no le permitiría dormir. Yo, hablando con experiencia, le costestaba que nada mejor que el ritmo de las olas para tener un sueño feliz.
Todos los años regresa a mi comunidad de vecinos la problemática de “la Uralita del entresuelo B” (pausa dramática). Hace algún tiempo el matrimonio decidió cubrir un trozo del patio que compartimos con una plancha (la mar de bonita de ver, todo sea dicho). Por lo visto, no sólo quebrantó innumerables ordenanzas comunitarias por atreverse a colocarla sin pedir permiso, sino que además cada vez que llueve rozan el delito porque hace demasiado ruido (o lo que por ahí arriba, entienden ellos que es “ruido”). Sinencambio (ejem), a mí el sonido de la lluvia es uno de los que más me calman.
Cuando era pequeña lo que más me gustaba era acostarme pronto, cuando todavía había gente despierta (también me gustaba, como a todos, aguantar todo cuanto podía para escuchar lo que creían que ya no oiría; pero eso es otra cosa); y todavía ahora prefiero irme a la cama cuando se oyen las conversaciones de otros, cenando o qué sé yo, antes que dar lugar a que llegue la hora de dormir y no haya nadie. Las cosas de criarse en familia numerosa.
El ruido de las olas, el de la lluvia en la calle, el de las hojas de los árboles al ser movidas por el viento... Todos esos sonidos son somníferos y, estoy seguro, hasta curativos. Al fin y al cabo llevamos durmiendo acunados por ellos muchos, pero que muchos más miles de años que con los de los frenos de los autobuses, los martillos taladradores, las sirenas de las ambulancias, etcétera.
Verso 11.672 de la Ilíada. Homero. Siglo VIII a. C.
Criaturas de un día
Somos todos criaturas de un día; tanto el que recuerda como el recordado. Todo es efímero: tanto la memoria como el objeto de la memoria. Está por llegar el momento en el que habrás olvidado todo y está por llegar el momento en el que todos se habrán olvidado de ti. Piensa siempre que pronto no serás nadie y no estarás en ningún lado.
El mundo ordinario no existe para mí. Cuanto más sabemos de él, tanto más enigmático se torna, y la vida que en él existe se nos revela como una extraordinaria anomalía cósmica. Un árbol que crece y el murmullo de sus hojas: con eso tengo más que suficiente.
9 comentarios:
El cielo estaba nublado y el mar un poco revuelto en la playa Cristal, de Mont-roig del Camp, esta mañana. Había muy pocas personas. Todo tenía un aroma a fin de temporada.
♫ La mar estaba revuelta...♫
:-)
Lo confieso: estoy feliz (¡sin manos, sin maaaanos!). A mí la vuelta de la rutina y el retorno de todo el mundo a su puesto de combate, me pone de buen humor.
Y a mí también, Donna, no creas. Lo que pasa es que hasta el lunes que viene, cuando vuelva a trabajar, tendré que soportarlo como pueda, qué rabia.
Por fin he llegado a casa y lo he podido ver y oír.
El otro día discutía con mi pareja, que decía que si estuviera en una casa muy cerca del mar, su ruido no le permitiría dormir. Yo, hablando con experiencia, le costestaba que nada mejor que el ritmo de las olas para tener un sueño feliz.
Todos los años regresa a mi comunidad de vecinos la problemática de “la Uralita del entresuelo B” (pausa dramática). Hace algún tiempo el matrimonio decidió cubrir un trozo del patio que compartimos con una plancha (la mar de bonita de ver, todo sea dicho). Por lo visto, no sólo quebrantó innumerables ordenanzas comunitarias por atreverse a colocarla sin pedir permiso, sino que además cada vez que llueve rozan el delito porque hace demasiado ruido (o lo que por ahí arriba, entienden ellos que es “ruido”). Sinencambio (ejem), a mí el sonido de la lluvia es uno de los que más me calman.
Cuando era pequeña lo que más me gustaba era acostarme pronto, cuando todavía había gente despierta (también me gustaba, como a todos, aguantar todo cuanto podía para escuchar lo que creían que ya no oiría; pero eso es otra cosa); y todavía ahora prefiero irme a la cama cuando se oyen las conversaciones de otros, cenando o qué sé yo, antes que dar lugar a que llegue la hora de dormir y no haya nadie. Las cosas de criarse en familia numerosa.
Aceptaría mar como animal de compañía.
El ruido de las olas, el de la lluvia en la calle, el de las hojas de los árboles al ser movidas por el viento... Todos esos sonidos son somníferos y, estoy seguro, hasta curativos. Al fin y al cabo llevamos durmiendo acunados por ellos muchos, pero que muchos más miles de años que con los de los frenos de los autobuses, los martillos taladradores, las sirenas de las ambulancias, etcétera.
Ya está el hombre de cromañón presumiendo de años...
:-)
Buenos días, Jesús.
Quien tuvo retuvo, Donna. Y eso que yo iba para hombre de Neandertal, lo que pasa es que me despisté y nací un poco más tarde de la cuenta.
¡Ah, y buenos días! Me alegra mucho verte por aquí.
:-)
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