El secreto de la verdadera felicidad consiste en olvidar. Y lo mejor de todo es que nacemos de manera natural con él: los niños no recuerdan nada, los jóvenes viven el presente sin apenas recordar nada y, a medida que, año tras año, comenzamos a acumular recuerdos, la felicidad genuina se va a la mierda porque ninguna vida adulta es perfecta, porque aparecen los triunfos y las derrotas, la desesperanza y los anhelos y, sobre todo, su recuerdo.
Por eso las drogas tienen tanto éxito. Y cuando hablo de drogas hablo del alcohol, que conozco y consumo. Y cuando hablo de drogas hablo de videojuegos, por ejemplo, de los que no tengo ni idea. Y cuando continúo escribiendo de drogas hablo de muchas sustancias (cocaína, heroína) que, por suerte o por desgracia, desconozco.
La literatura, el cine, un buen poema, el sexo: ¿qué son sino presente puro? ¿Qué son sino olvidarlo todo? Tengo cincuenta y tres años y ya casi nada me da vergüenza. A veces tengo la sensación de que mañana podría salir a la calle a cinco grados bajo cero totalmente desnudo para tirar la basura en sus correspondientes contenedores. Seguramente mis genitales, a esa temperatura, serían casi invisibles, y yo me reiría.
La semana pasada fui a la consulta de mi guapísima otorrinolaringóloga y me confirmó que mis acúfenos, ese pitido agudo que reside permanentemente en mi cerebro, no tiene solución en este momento de la ciencia. Me hicieron un escáner de la cabeza que descartó un tumor, y después ella quemó un último cartucho con una medicación que no dio resultado. En su opinión el único remedio es la rehabilitación para que mi cerebro desprecie ese sonido, que deje de escucharlo cuando así yo lo desee. Suena esperanzador pero no entra en el seguro y debería viajar a Huesca para cada sesión y tampoco garantiza un resultado óptimo: tendría que enseñar a mi cerebro a escuchar lo que yo quisiera escuchar y no otra cosa, algo que, conociendo mi estado de alerta permanente, no soy siquiera capaz de imaginar que sea posible. Me lo estoy pensando.
domingo, 15 de enero de 2017
Secretos
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6 comentarios:
Anteayer me preguntó un alumno, 16 años, si cuando fuera mayor recordaría lo que hacía y pensaba ahora. Como no supe claramente qué responder le dije que podía escribirlo, pero creo que no le convenció mucho. No le dije lo que a veces he leído: con el tiempo nos convertimos en aquello que odiábamos. Creo que no es nuestro caso, al menos por ahora, quién sabe mañana.
Sobre los acúfenos no tengo opinión,porque no los sufro. Me gustaría saber si es algo reciente, del siglo veinte, para entendernos, o ya existen desde siempre. En fin, hacemos lo que podemos y más para ser felices.
Un abrazo
Tengo un recuerdo muy vago de cuanto tenía 16 años (casi tan vago como yo mismo lo era entonces). Pero ya escribía desde hacía tiempo, y guardo los diarios de entonces. Escribí a mano -me preparo para las carcajadas, totalmente merecidas- un libro de poemas que se titulaba, ojo, "En el escroto del olvido". Ya sabéis: el escroto, la bolsa que guarda los testículos de los machos humanos... Me debió parecer lo más de lo más. El título es un horror pero los poemas que escribía a los trece o catorce años todavía eran peores. Cuando muera mis hijos lo encontrarán, como pasa en algunas películas, y dejarán de llorar para descojonarse vivos.
Yo estoy convencido, José Luis, de que con el tiempo nos convertimos en aquello que amábamos. No tengo la menor duda y lo veo cada día a mi alrededor. No en lo que odiábamos, en lo que amábamos. Es difícil medir el triunfo y el fracaso, pero de algún siempre tendemos hacia nuestro talento natural (es lo más fácil, no nos cuesta esfuerzo), hacia nuestras intenciones, nuestras opiniones políticas, nuestros temas de interés, los objetivos de nuestra curiosidad. Y sí, creo que es nuestro caso y estoy seguro de que nunca cambiará, porque sería algo tan antinatural como que la luna mañana, desafiando la ley de la gravedad, se alejase de la tierra a toda velocidad en busca de nuevas aventuras.
Son el tinnitus, los acúfenos, en fin, somos un porcentaje relativamente importante de la población quienes lo sufrimos, y debemos convivir con ello. Suele acompañar a cierta pérdida de capacidad auditiva y ese es mi caso: he perdido un poco, sobre todo en agudos. Lo cual no me impide haber regresado al coro y disfrutar de nuevo de la música compartida (y las copas posteriores en el Chanti).
Yo para ser feliz quiero un camión, que nieve y también quedar contigo una mañana para pasear por la sierra de San Quílez. A finales de mes me tomo tres días libres que me quedaban del año pasado. Te llamaré.
Un abrazo fuerte.
Ya me avisarás. El domingo estuvimos en tu pueblo, de vuelta de Ujué. Ya ves que nos desviamos un poco. Domingos de enero, qué felicidad.
Pero... ¡estuvisteis en mi pueblo de nacimiento! Leí tu comentario despistado y pensé en Barbastro, pero no, hablas de mis raíces navarras... Me hace mucha ilusión.
Bueno, hablamos el viernes por la mañana. ¡Te enseñaré el canal en medio del campo por el que suelo ir a pasear!
Un abrazo.
No estoy yo muy de acuerdo con que la literatura y el cine, por ejemplo, sean solo presente. En cuanto al sexo, lo veo más probable; tal vez por eso me deprime un poco, a veces, luego.
Pero bueno, al margen de eso, qué gusto leer el post y vuestros comentarios.
¡Ah, sí: el título es para descojonarse!
Abrazos.
A ver, ¿quién era el que decía muchos tacos? Porque tú te apuntas enseguida, amigo mío... Pero sí, "En el escroto del olvido" es un título terrible (aunque menos que los poemas que contiene, no os lo podéis ni imaginar). Tenía trece o catorce años.
Cuando digo que la literatura y el cine es sólo presente me refiero a que en el momento de leer o ver una película el mundo, y con él el tiempo, desaparecen. Algo así.
El sexo en acción (no el imaginado, no el recordado) es presente sí o sí. No hay nada más animal y por eso nada más profundamente humano que el orgasmo.
Un abrazo.
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