Por la mañana, a cuatro o cinco grados de temperatura, feliz como un oso, fui a trabajar. No fue una mañana complicada, de largas colas y protestas por la cita previa. Hubo consultas sencillas y complicadas, cada cliente un ser humano distinto, con problemas distintos y situaciones distintas. Mujeres y hombres de todas las edades. Les atendí lo mejor que pude y aprendí mucho de ellos.
Por ejemplo, una de ellas había trabajado en el hotel de los Llanos del Hospital, en Benasque, donde es habitual que sus clientes se queden aislados por las grandes nevadas. Le pregunté si durante esos días no contratados debían pagar la comida, y mi clienta, una mujer nacionalizada española pero con el bellísimo acento colombiano de su nacimiento, me dijo que cobraban la comida con un cincuenta por ciento de descuento. ¿Y si no tenían dinero para pagar ese cincuenta por ciento del precio normal? Ella me contó que un invierno quedaron aislados, como tantas veces, y se dieron cuenta de que una pareja muy joven no había bajado a desayunar ni a comer. El dueño del hotel fue a su habitación y aquellos le dijeron que no podían permitirse ni siquiera la mitad del precio del hotel, pues tenían muchos gastos y habían planificado el fin de semana sin ningún margen económico. Mayoral, el propietario del hotel de los Llanos del Hospital de Benasque, les dijo que no iba a permitir que no desayunaran o comieran, y les dio de desayunar, comer y cenar gratis. Conclusión: quienes pudieran pagar la mitad para cubrir los costes, bien; quienes no pudieran no pasarían hambre. Señor Mayoral, desde aquí le digo: gracias por su ejemplo comunicado por una de sus trabajadoras, lo que tiene, si cabe, más mérito.
Cada día aprendo mucho en mi trabajo. Y tras años de oficio puedo certificar que la gente normal, las trabajadoras y trabajadores, los seres humanos con quienes nos cruzamos cada día en la acera de las calles, no son buenos: son más que buenos.
Mi trabajo, a pesar del estrés de los días de mucho follón, me nutre de esperanza, de amor, de conmovedoras sorpresas cada día. Nunca sabes qué historia va a sentarse al otro lado de tu mesa. Yo me ofrezco entero y sincero a ellas y siempre recibo lo que doy. Creo profundamente en el vínculo fraternal entre todas las personas del mundo, lo experimento en mi propia carne cada día. Sólo son necesarias dos condiciones: empatía y curiosidad. De la primera no puedo hablar yo sino mis receptores; de la segunda sí, y puedo decir que no se acaba nunca.
jueves, 9 de noviembre de 2017
No se acaba nunca
Anotado por Jesús Miramón a las 23:02 | Diario , Vida laboral
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6 comentarios:
Bien por el dueño de ese hotel. Y me reconforta lo que dices, porque a veces, de tanto ver a los políticos, nos queda poca esperanza.
Un beso, amigo!
Me gustaría poner como comentario unicamente una cara de la que de uno de los ojos cae una de esas extrañas lágrimas de consuelo. Que es la emoción que me ha dado este post.
¿Verdad que sí, querida Elvira? Cada día admira más a la gente corriente como tú, como Nán y las personas que se acercan a nuestra pequeña agencia comarcal. Ellos, vosotros, sois la luz de la tierra. Nunca deja de sorprenderme. Un beso, amiga, y ánimo.
Un abrazo fuerte, Nán.
Esos pequeños gestos que sabes descubrir son los que hacen que no nos hayamos matado los unos a los otros. Al final la gente sencilla, la que menos tiene, suele ser la que nos dan esas lecciones...
Empatía y curiosidad... una buena receta-
Sin dudarlo, Beauséant. Cuanto más subes en la escala social peor es el paisaje humano. Al menos ésa es mi modesta experiencia.
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