lunes, 26 de febrero de 2018

Tambores lejanos

A poca distancia de mi apartamento las cofradías de Semana Santa ensayan sus tamborradas. Tambores y bombos dale que te pego durante horas. Más cerca, en la calle bajo mi ventana, llora un niño pequeño aunque no un bebé; reconozco el sonido: es una rabieta a la que sus padres, con buen criterio, no hacen ni caso: se le pasará. En algún piso vecino, tal vez en el de arriba pero no sobre mí sino al lado, están escuchando un partido de fútbol a todo volumen. Cierro la puerta del baño del dormitorio y su sonido se amortigua.

Pronto prepararé la cena para tres. Carlos ha terminado el curso lectivo. Si todo sale como esperamos, dentro de unas semanas volverá a Italia con una beca Erasmus a hacer las prácticas de agente forestal en un parque cerca de Roma.  Poco a poco todo va llegando.

Hoy Paula nos ha enviado unas fotografías de Bergen nevada, tomadas, creo, desde el laboratorio.

Maite y yo tenemos muchas ganas de que nuestro hijo menor se emancipe e inicie su propio vuelo. Nunca hemos sentido el síndrome del nido vacío. En realidad tenemos muchas ganas de estar solos y disponer de todo nuestro dinero para nosotros y nuestras causas perdidas. Es posible que esto que acabo de escribir suene horrible pero es la verdad.

Los tambores lejanos (qué gran película, qué indios semínolas más postizos, qué escenas de interior de los pantanos de Florida tan enternecedoras) han cesado. Mañana volverán a sonar. Leí una vez que aquí en Aragón, y supongo que también en otros lugares, se celebra la Semana Santa con tambores y bombos, con sonidos ensordecedores, para recrear la leyenda de que cuando Jesucristo exhaló su último aliento en la cruz los cielos se abrieron y hubo terremotos y no sé cuántas cosas más. Sobre el Jesús palestino nunca he tenido una opinión clara, y eso que he leído algunos libros sobre su posible existencia real en este planeta. Últimamente mi mermada inteligencia me empuja a creer que es el constructo de dos mil años de la férrea voluntad de miles de personas; el constructo, el fruto, de una vertiente del judaísmo arcaico que triunfó en el mundo de un modo inimaginable incluso para sus creadores. Pero mi imaginación de antiguo alumno de Dominicos de Zaragoza me hace no dudar de la existencia de aquel ser humano, y lo imagino como cuando tenía diez años y quería ser sacerdote y todavía no sabía del placer sexual y el aspecto y sabor de los genitales femeninos: un hombre de pelo largo, barba y ojos bondadosos que había venido al mundo (a través de la vagina de una mujer virgen, ahí ya debí haber dudado) para salvar a la humanidad de su pecado original (existir, ir tirando).

Hará un año o así leí un libro muy interesante de Emmanuel Carrère titulado "El reino". Me interesó mucho. Analiza los evangelios para explorar lo que sucedió "de verdad", escenas nimias que no aportan nada al texto y sin embargo se repiten en todos, incluso, sino más, en los apócrifos. Él sostiene que ello da testimonio de la existencia de un Jesús verdadero, de carne y hueso. Y mi corazón de niño educado en Dominicos se expande como unos pulmones sanos y agradece que eso sea así, más allá de que al hacerse mayor y descubrir que había otras religiones reveladas tan potentes como la suya, se convirtiese en ateo. Si los pies del ser humano que acabó haciendo que las cofradías de Barbastro me den la tabarra con sus ensayos de tambores pisaron efectivamente, carnalmente, el suelo polvoriento de este mundo, les perdono.

Aunque no se puede ser hijo de Dios como no se puede ser hijo de un pulsar o de un agujero negro que engulle materia y tiempo sin límite. Prefiero pensar en un hombre que saca adelante a su familia en Bangladesh, un voluntario musulmán que arriesga su vida internándose en un colegio bombardeado para salvar a los posibles supervivientes, el matrimonio de pensionistas que ayuda a sus hijos y nietos quitándose de comer carne y pescado sin decirles nada.

Mi puesto de trabajo se parece a una iglesia más que muchas iglesias, así lo siento y lo vivo día a día.

Finalmente aquel niño que estudiaba en dominicos e incluso se planteó ser sacerdote hasta que descubrió el milagro maravilloso de la masturbación y la belleza de las mujeres, ha encontrado su sitio: escribir en medio del espacio vacío donde se cruzan ondas wifi, microondas, rayos gamma, neutrinos y bosones de higins.

7 comentarios:

Mayte dijo...

Yo también leí el libro de Carrère (que disfruté) y creo en un Jesús humano, en un revolucionario de su tiempo que intentó mejorar las cosas de su tiempo, de su pueblo, de su gente.

Su divinidad...me gustaría creerla, no te digo que no, pero soy demasiado racional y veo demasiadas contradicciones entre su supuesto mensaje y lo que hace su iglesia como para no pensar que ya tendría que haber aparecido con un látigo, otra vez, volviendo a expulsar a los mercaderes del templo.


A pesar de todo no dejo de sentir una extraña fascinación por los rituales de Semana Santa y por la fe de tanta gente.

Tuve de pequeña una profesora de matemáticas, monja, que cuando, ya de adulta, le pregunté cómo podía combinar la lógica matemática con una creencia tan intensa en algo no probado me contestó que la fe es justo eso: creer sin certezas, confiando.

Jesús Miramón dijo...

Hola Mayte, me gusta volver a verte por aquí. Yo estudié hasta los catorce años con sacerdotes Dominicos y, por lo que intuyo, también tú estudiaste en un colegio religioso. En mi caso no todo fue malo: el Padre Villa me contagió su amor por la poesía, era bueno; otros colegas suyos se arremangaban las mangas blancas antes de darnos una bofetada. Pero no les guardo ningún rencor. ¡Pero si hasta pensé en ser como el Padre Villa! Luego llegaron las hormonas, las lecturas adolescentes, los vistazos al mundo exterior, la exploración, y todo aquello se disolvió como azúcar en el agua.

¿Qué es lo peor de la fe? Justo lo que te dijo la monja que te enseñó matemáticas: creer sin certezas, confiando. Aunque no terminó la frase: Confiando en que lo que creo es sin duda alguna la verdad. LA VERDAD.

A mí también me interesan mucho, como aficionado a la antropología, las manifestaciones de mis congéneres en Sevilla, en Papúa Nueva Guinea o en las Navidades de Nueva York. Y sí, me fascinan. Pero mi exploración aún no ha terminado, como no ha terminado la tuya.

Eso sí, no creo en la fe: se la dejo a la religión y al nacionalismo. En lo que sí creo es en la esperanza.

Un beso.

andandos dijo...

Me gusta esta entrada, como todas. Cuando hemos ido a buscar vino a Salas Altas, o Bajas, algún sábado de estos tan anodinos meses de invierno, hemos visto que ensayaban unos cinco o seis miembros de alguna cofradía. Es un país extraño este , pero interesante, qué te voy a decir si estoy leyendo "El periodista deportivo".

Un abrazo

Jesús Miramón dijo...

Ese libro marcó mi vida para siempre. Así te lo digo. Frank Bascombe nunca te abandonará. Por suerte podrás seguir sus vicisitudes en libros posteriores. Richard Ford es uno de mis novelistas norteamericanos preferidos. Ojalá pudiera volver a leer ese libro sin haberlo leído antes.

Un abrazo.

andandos dijo...

Es como Bach: envidio a los que nunca lo han escuchado. Mi compañera de clases toca Bach muy bien, aunque ella no hace ostentación de eso.

Un abrazo

andandos dijo...

Estoy con el segundo libro, "El día de la Independencia" y sí, puede que haya un antes y un después.

Un abrazo

Jesús Miramón dijo...

Bienvenido a la secta de los lectores de los avatares de Frank Bascombe. Bueno, a los lectores de Richard Ford. Es un mundo.