El día del Pilar Zaragoza se inunda de personas vestidas con el traje regional de Aragón caminando por la acera con rostro serio. No me gustan los trajes regionales. Sí me gustan las gambas a la plancha, la sopa de cocido y el pollo asado en casa de mis padres, quienes nos cuentan que se van de viaje una vez más, en esta ocasión a Peñíscola.
El sábado por la tarde regresamos a Binéfar. En el coche todos duermen. Para no molestar su descanso hace rato que apagué la música y ahora sólo se escucha el ronroneo del motor. Devoro el tiempo kilómetro a kilómetro. El sol poniente ilumina la carretera con su luz rasante.
domingo, 14 de octubre de 2007
Luz rasante
domingo, 7 de octubre de 2007
Domingo de octubre
Después de comer se ha quedado dormida tumbada en el sofá, desfallecida en una postura extraña que distorsiona un poco su apariencia y le hace pensar a él, durante unos segundos, en la muerte (la boca ligeramente entreabierta, la mandíbula alzada hacia atrás, el precioso cuello blanco expuesto). Si estuvieran solos sabe perfectamente qué haría: besar ese cuello, acariciar sus caderas, despertar su húmeda y palpitante ternura. Late sin prisa el domingo. El deseo. La vida.
jueves, 4 de octubre de 2007
Que no existen
Camino por la ribera de un estrecho río de la jungla. El suelo está cubierto de barro y en el aire flota una humedad fétida e irrespirable. Sudo por todos los poros. Enjambres de diminutos insectos acosan mi cabeza, mis ojos, mis oídos. Formas furtivas huyen a mi paso escabulléndose en la espesura, chapoteando en el agua. Estoy soñando, sé que estoy soñando y acelero el paso, corro sin sentir el esfuerzo tratando de elevarme como un pájaro y lo logro, ya estoy volando sobre el río, flanqueado por los oscuros muros de una selva que, sin transición, se transforma en una ciudad moderna abandonada tras un terrible desastre, una ciudad que dolorosamente reconozco. Sobrevuelo sus calles y siento en los huesos el eco de cientos de años de olvido. Es de noche. Sólo la luna ilumina las viejas fachadas cubiertas de liquen, los escaparates rotos, las aceras desiertas. No hay nadie, ya no queda nadie, hace mucho tiempo que todos nosotros morimos. Estoy soñando, sé que estoy soñando y decido despertar. Lo hago secándome unas lágrimas que no existen.
lunes, 1 de octubre de 2007
miércoles, 26 de septiembre de 2007
Ha regresado
La cortina exterior de la terraza, empujada por el viento, golpea de vez en cuando el cristal. Parece que hubiese alguien ahí fuera llamando y escondiéndose al mismo tiempo en la oscuridad. El frío ha regresado.
lunes, 24 de septiembre de 2007
Una gineta
Allí estaba, en medio de la carretera:
una cola amarillenta con anillos oscuros
emergiendo de la carcasa de un cuerpo
aplastado por una rueda.
Estoy acostumbrado a ver perros, gatos,
zorros, alguna vez un jabalí y hasta un tejón
una mañana de lluvia, pero nunca
había visto una gineta muerta.
Resulta difícil creer que un animal tan bello
pueda vivir en este territorio de granjas
y campos de cultivo, cruzado por caminos
y carreteras, saturado de nosotros,
sin embargo las aves insectívoras cazan
en los canales de hormigón armado,
lo mismo que los murciélagos sobrevuelan
mi terraza estas primeras noches de otoño.
La luna brilla en el cielo. En las praderas
de la sierra de San Quílez
serpentean las culebras, vigila la lechuza,
late impaciente el corazón de la raposa.
sábado, 22 de septiembre de 2007
Tres sugerencias
Un amigo me invita a participar en una cadena y yo acepto. He aquí mis tres sugerencias para un blog: la primera es tratar de no cometer faltas de ortografía, uno podrá escribir mejor o peor, pero las faltas ortográficas son imperdonables (sobre todo desde que existen herramientas automáticas para corregirlas); la segunda es hacer de la página un lugar bonito, agradable a la vista, cuidar el diseño, los detalles, el tipo de letra, los colores, las imágenes, etc.; la tercera y más importante sería escribir para explorar, escribir sin pensar en el número de personas que nos leen o los comentarios que podemos suscitar, escribir desde la verdad, desde la consciencia, escribir para dar cuenta de nuestra expedición.
viernes, 21 de septiembre de 2007
Una historia
Conozco a esta mujer ecuatoriana de baja estatura y rostro redondo, la he atendido otras veces, trabaja de empleada de hogar. Se acerca a mi mesa y me solicita unos datos relativos a su hijo. Le digo que no puedo dárselos sin una autorización de él. Ella se pone nerviosa, extrae de una carpeta azul de cartón una fotocopia de la tarjeta de residencia de su hijo, un certificado de nacimiento, otros papeles. Los esparce sobre la mesa con sus manos regordetas y dice: “Por favor, señor, ayúdeme, de veras necesito esos documentos, por favor, no es ningún capricho”. Rompe a llorar. Le digo: “Tranquilícese, señora, no se disguste, solo necesito una autorización de su hijo, nada más”. “¡Ay, señor!”, dice, “¡pero es que él está en Holanda, ay, dios mío, dios mío, está allí preso porque le pusieron droga en la maleta! ¡Mi hijo en la cárcel, ay!”. La mujer se desmorona, llora desconsoladamente. “¡Usted sabe que somos una familia honrada! ¡Aquí mucha gente nos conoce, yo trabajo, él trabaja también! ¿Por qué iba a meterse en algo así? ¡Le han engañado, le han engañado!”, dice.
Me cuenta toda la historia. Su hijo se fue de vacaciones dos semanas, era la primera vez que regresaba a su país en ocho años. Tras pasar unos días con sus tíos y primos regresó a España. En Quito perdió de vista su equipaje para volver a verlo en Ámsterdam, en el departamento de la policía del aeropuerto. Nada menos que diez kilos de cocaína pura. Le interrogaron. Él aseguró no saber nada. Ahora está en la cárcel, pendiente de juicio. Sus padres, que no son precisamente ricos, le envían dinero para sus gastos, hablan con él por teléfono todos los días. Son conscientes de que, dentro de la desgracia, ha tenido suerte al ser detenido en Europa: cuando sus padres fueron a verle les dejaron abrazarle (“estaba muy blanco de piel, muy asustado”). En Holanda se respetan los derechos de los detenidos. “Imagínese si le pasa esto en el mismo Ecuador, ahí me lo matan nada más entrar en prisión, ¿sabe usted? Porque ellos son asesinos, no tienen piedad ninguna”. De hecho “ellos” se han puesto en contacto con la familia amenazándoles de muerte si su hijo dice algo, si da alguna pista a la policía (“¿Pero, señor, qué pista va a dar si él no sabía nada?”).
Miro la fotografía de su hijo. También lo conozco, se ha sentado un par de veces donde ahora está su madre. Tiene su misma cara redonda, los mismos rasgos indígenas y unos ojos despiertos, sonrientes. A estas alturas puedo imaginar lo sucedido. ¿Cuántos miles de euros le prometieron? ¿Cien mil? ¿Doscientos mil? Diez kilos de cocaína pura. Con razón los traficantes temen que les delate. Probablemente incluso en Ámsterdam corre peligro.
Ayudo en lo que puedo a esta señora. Vinieron aquí en busca de una vida mejor, de más oportunidades, y ahora todo se ha torcido. El abogado holandés les ha advertido de que su hijo puede cumplir doce años de cárcel; también, gracias a Dios, les ha prometido hacer todo lo posible para que cumpla la condena en Europa. Cuando ella se levanta yo me levanto también y la acompaño a la puerta. Su estatura queda debajo de mis hombros. Me da mucha pena verla partir por la acera camino de tiempos tan duros y difíciles.
Anotado por Jesús Miramón a las 21:13 | Cuentos , Diario , Vida laboral
jueves, 20 de septiembre de 2007
Jueves de septiembre
En Monzón, por la mañana temprano, detenido frente a un semáforo en rojo, contemplo a los jóvenes que salen de las carpas donde han pasado la noche bailando. Un mozo lleva sobre los hombros a una chica morena, balanceándose peligrosamente de un lado a otro hasta caer con estrépito sobre la acera. Por un momento me asusto y empiezo a girar el volante para acercarme a ellos, pero veo que se levantan como si nada, riendo alucinados. La mayor parte de los que deambulan por la avenida están borrachos. No puedo dejar de darme cuenta de lo grotescas que somos las personas en ese estado. Hay grupos tambaleantes que piden a los conductores que accionen el claxon de sus coches. Algunos lo hacen. A mí no me apetece. Siento alivio cuando dejo atrás el pueblo en fiestas y vuelvo a conducir a través del campo camino del trabajo.