domingo, 3 de febrero de 2008

Días de radio

Durante una temporada, en dos mil dos o tal vez en dos mil tres, tuve un programa semanal en Radio Barbastro. Era la época en la que había obtenido un premio literario, había publicado un libro de poemas y era miembro del jurado de aquel mismo concurso. El programa duraba aproximadamente media hora y versaba sobre poesía y literatura. Yo escribía el guión, seleccionaba los textos, buscaba la música y leía y recitaba en el micrófono. Excepto por la presencia de la chica que se ocupaba de la mesa de control yo me lo guisaba y yo me lo comía. Era una tarea que requería trabajo, siempre he sido muy meticuloso y obsesivo para estas cosas y quería hacer un programa con un mínimo nivel de exigencia y de calidad. Eso sí, no cobraba: lo hacía absolutamente gratis, por amor al arte, como suele decirse. Hasta que me cansé y decidí que la emisora debía pagar algo, siquiera fuese simbólico, por el esfuerzo. Me reuní con el director y no hubo manera, me dijo que no pagaba a ninguno de sus colaboradores y que no podía hacer una excepción conmigo -aunque él ganaba dinero en forma de publicidad con el trabajo de esos colaboradores. Claro que, por supuesto, no se trataba de dinero, sólo de reconocimiento: cien u ochenta euros al mes hubiesen bastado, incluso menos, qué se yo; no se trataba de dinero sino de romper la puta costumbre de que la poesía siempre salga gratis ¡y suerte que tienes! A pesar de lo mucho que me gustaba hacerlo, abandoné la radio. Ah, por cierto, el programa llevaba como título LAS CINCO ESTACIONES.

viernes, 1 de febrero de 2008

Sin título

Me he tendido en la cama y he dormido una siesta de casi dos horas, a pesar de que ayer me acosté temprano. Persisten los mareos y me duelen las muñecas y las piernas. Tal vez lo que sucede en realidad es que las nuevas gafas han coincidido con otra cosa.

Tarde fría, de lluvia. En días así el pueblo parece un lugar triste para vivir, y el espíritu se siente tentado a dejarse llevar mansamente por la corriente de la aflicción. El único modo de escapar es dejar de escribir y leer un poco, tomar un café, mirar una película.

miércoles, 30 de enero de 2008

Ojo de pez

La presbicia ha hecho aparición en mi existencia, y con ella unos cristales progresivos que me hacen vivir en un estado permanente de psicodelia. Como las gafas son las mismas que utilizaba antes, aparentemente todo sigue igual, pero la realidad es que deambulo por los sitios como si estuviese drogado, la visión distorsionada. Los ópticos hablan de inevitables aberraciones de las lentes, e insisten en que con el tiempo los ojos y el cerebro acaban acostumbrándose y buscan automáticamente, de modo inconsciente, las zonas precisas del cristal. A mí, después de cuatro días de dolor de cabeza y visión de ojo de pez, me cuesta creerlo.

lunes, 28 de enero de 2008

Una escena doméstica

Vienes a la cama y te tumbas detrás de mí,
el pecho contra mi espalda,
las ingles contra mi culo.
Luego pones la mano en mi paquete
y empiezas a tocarme,
me das la vuelta,
te sientas encima,
flexiono las piernas para apoyarme mejor,
me pongo a tu servicio.
En pocos minutos ya has llegado,
me dices al oído: “¿Vamos a por ti?”.
Yo digo: “Sí”. Oh, rápido placer
del amor conocido, del húmedo
amor sin ceremonias. Y ahora

sé lo que pasará: te sentirás
inquieta y nerviosa,
te levantarás y después de ducharte
encenderás la radio en la cocina,
te servirás un café con leche,
te pondrás en movimiento.
Sé lo que pasará ahora:
cuando te hayas marchado
volveré a girarme en la cama y,
empapado del olor de tu cuerpo,
dormiré como un tronco,
ajeno al amanecer y su lenta
reconstrucción del mundo.

sábado, 26 de enero de 2008

Una mota de polvo

Después del ensayo

Cuando voy a pagar me siento un poco culpable al ver a las camareras del Chanti apoyadas en la barra con gesto cansado y aburrido, esperando. Les pido disculpas por cerrar el bar un viernes más y ellas, que ya nos conocen después de tantos años, me sonríen y me dicen que no pasa nada. Claro, qué van a decir.

Antes de ese instante hemos estado charlando sobre esto y sobre lo otro, sobre la necesidad o no de los viajes de estudios en los institutos, sobre nuestra dependencia actual de la tecnología, sobre si el oído musical es algo con lo que se nace o se puede aprender, sobre la dificultad del repertorio que estamos preparando.

Y antes estábamos cantando en el local de ensayo: todos juntos, por cuerdas, ahora sólo mujeres, ahora hombres, ahora tenores y contraltos, ahora bajos y tenores, ahora sopranos y contraltos repitiendo los nuevos pentagramas una y otra vez hasta aprenderlos y hacerlos nuestros.

Y antes me ponía la chaqueta y el abrigo delante de la puerta de mi casa, me despedía de mi familia, bajaba las escaleras de dos en dos, salía a la calle con las carpetas debajo del brazo y me dirigía a cantar, a cantar.

viernes, 25 de enero de 2008

Paisaje

Entra un hombrecillo pequeño, de no más de metro y medio de estatura, y se acerca titubeante a mi mesa. Habla de un modo tan extraño que apenas logro comprender lo que quiere decir: algo referente a la injusticia social y la tuberculosis. Sobre su rostro arrugado tiemblan ligeramente unos rizos engominados.

Llega una señora elegante que camina apoyándose en un bastón. Tiene sesenta y cinco años y es de una belleza imposible de ignorar. Tras la consulta se aleja dejando tras de sí un tenue aroma a perfume bueno.

Se acerca un hombretón de casi metro noventa, jersey de lana y pantalón de tergal un poco corto. Habla gritando y cuando le pido por favor que baje un poco la voz me dice que le disculpe, que no se da cuenta de que habla fuerte porque lleva viviendo toda la vida con su madre sorda, que murió hace pocos días. Me cuenta que mientras sus hermanos se casaban y se iban a Barcelona y Zaragoza él se quedó en el pueblo a cargo de la madre, las tierras y el ganado. El cuello de su camisa de franela está tan rozado que ha perdido el color.

Entra una joven negra con tres niños pequeños. Es muy guapa, viste ropa de dibujos brillantes y huele a mantequilla de canela. Mientras hablamos no puedo evitar fijarme disimuladamente en sus dedos largos y estilizados, a pesar de que sus hijos no me quitan los blanquísimos ojos de encima.

Viene un hombre que padece obesidad mórbida. Se sienta jadeando en la silla y me mira con ojos sufrientes y diminutos. Vive de subsidios sociales y está enfermo del corazón. En una pulcra carpeta azul de cartón trae su historial médico, compuesto por unas setenta o noventa páginas, que procede a mostrarme.

Se acercan dos adolescentes de larga melena, rostros resplandecientes y mirada atolondrada. Vienen porque van a presentar sus datos en la oferta de trabajo del próximo supermercado Mercadona que van a abrir en Barbastro. Ríen y hacen comentarios mientras les facilito sus números de la Seguridad Social. La frescura que inconscientemente transmiten hace que el aire continúe vibrando incluso cuando se han ido.

martes, 22 de enero de 2008

Resignación

La casa se cae a trozos, el agua desciende a raudales por las paredes y en el suelo de algunas habitaciones hay agujeros a través de los cuales puede verse la planta inferior. Ignoro por qué vivimos en un lugar así, pero flota en el aire una resignación antigua, doméstica, sufrida durante generaciones. El sentimiento de infortunio es tan intenso que me ahogo, estoy a punto de asfixiarme cuando, salvándome, suena el despertador y el sueño se disuelve y desaparece.

lunes, 21 de enero de 2008

Bienvenidas

1.

El sábado fui a visitar a mi mejor amigo. En Binéfar había mucha niebla y el termómetro del coche señalaba cuatro grados, pero en Gerona marcaba dieciocho y un sol radiante brillaba en el cielo cuando C. vino a buscarme en su moto a la salida de la autopista.

Después de comer estuvimos paseando por el Call, el viejo barrio judío. Al contrario que la periferia, que ha crecido desmesuradamente, la ciudad medieval estaba igual que aquellos lejanos y lluviosos días de diciembre en los que la recorrí por primera vez, recién llegado y solo.

Tras tomar un café en un bar junto a las escaleras de la catedral nos fuimos a la preciosa casa que F., la amiga de C., tiene en Canet d'Adri, el lugar donde íbamos a preparar una cena para dieciocho personas.

2.

A pesar de que nos habíamos acostado pasadas las cuatro de la madrugada no pude evitar despertarme a las ocho y media de la mañana del domingo. Una luz clara y verdosa entraba a raudales a través del cristal, iluminando el suelo de la habitación.

Antes de mi partida fuimos los tres a caminar un rato por un bosque cercano. El olor de los robles, la hierba y los helechos me hizo casi tan feliz como la compañía. A la vuelta nos despedimos en la calle, subí al coche y regresé a la autopista.

Persistía la niebla cuando entré en Binéfar, pero al abrir la puerta de mi casa el frío y la humedad de la calle quedaron inmediatamente atrás. Aunque sólo había estado fuera una noche el calor de la bienvenida fue el mismo que si hubiese faltado durante mucho tiempo.

jueves, 17 de enero de 2008

Enero

Diciembre se precipitó y precipitó
hasta desaparecer
en el ojo de una aguja.

Mañanas frías de enero,
lentas, esperanzadas, ignorantes.
Pequeñas garzas blancas
buscan comida en los campos labrados.
Un tren rompe el silencio
sin espantarlas.