Primera tarde de piscina en esta temporada. Escojo una tumbona de plástico blanco milagrosamente libre en la zona de sombra, junto a la pequeña tapia que linda con el campo de fútbol, y me tiendo en ella como una morsa. Las instalaciones rebosan de niños, adolescentes y madres. En los altavoces, como cada verano, atronan los éxitos de la Cadena Dial. Carlos y su amigo desaparecen rápidamente rumbo al agua y yo intento leer, esforzándome por abstraerme de la música, los gritos y los cercanos chapuzones. Entre página y página levanto la vista y pienso con qué naturalidad perdemos la vergüenza de la desnudez: durante todo el año cubrimos nuestra ropa interior pero en verano la enseñamos sin ningún pudor. Me acerco al bar, pido una cerveza y regreso a mi tumbona, cuidadosamente señalizada con mi toalla y el libro sobre ella. Pasan los minutos, una hora, dos horas, la gente comienza a levantar sus campamentos y marcharse. Yo todavía no me he bañado, y caigo en la cuenta de que ése es sin duda un síntoma de que me estoy haciendo viejo: ¡sería la primera vez en toda mi vida que paso una tarde en la piscina sin tirarme al agua! Me levanto de la hamaca, me mojo superficialmente bajo la ducha, me aproximo al borde de azulejos azules y me zambullo de cabeza. El agua está deliciosamente fresca y me envuelve mientras desciendo hacia el fondo, luego me dejo reflotar al exterior, hacia el cielo de nubes marrones, y regreso nadando muy despacio hasta la orilla.
lunes, 23 de junio de 2008
miércoles, 18 de junio de 2008
Sedimentos
Salgo a la terraza de arriba vestido con un pantalón corto. Por la tarde hacía calor pero ahora la brisa nocturna estremece la piel de mi espalda con su frescor vivificante. Son las doce: un día termina, otro comienza. No hice gran cosa hoy, nada que cambiase el mundo. Sin embargo respiro bajo el espacio estelar, piso el mismo escenario que acogió a grandes y pequeños hombres. En el idioma natal, en el color de mi piel y mi cabello, en los aromas a los que estoy acostumbrado, en la estructura de mis huesos y los gestos que hago sin darme cuenta me acompañan los muertos, miles, millones de muertos que no son fantasmas sino estratos, sedimentos que me empujan hacia adelante con un afán ajeno a la inteligencia. Bebo un sorbo de whisky y contemplo la pequeña plaza ajardinada junto a la residencia de ancianos. Las farolas revelan en contraluz la orfebrería de las ramas de los árboles. La luna llena se traslada en el cielo negro sobre mi hombro izquierdo.
martes, 17 de junio de 2008
Una pesadilla
Anoche soñé una pesadilla terrible, innombrable. En ella el dolor de la tristeza y la desesperación era tan grande, tan sólido, que casi no podía respirar. Desperté. Me levanté de la cama. Fui a los otros dormitorios. Ellos dormían plácidamente. La angustia comenzó a disolverse mucho más despacio de lo que deseaba.
viernes, 13 de junio de 2008
Vida laboral
Estoy embaraza de mellizos, ¿existe alguna ayuda especial para mí? Tengo las cervicales destrozadas y no puedo trabajar. Mañana comienzo en mi primer empleo y necesito un número de la Seguridad Social. Mi mujer y yo nos vamos de crucero por el Mediterráneo, imagínese, ¡nosotros, que en la vida hemos salido del pueblo! Es un regalo de la hija por las bodas de plata, ¿sabe? Amigo quiere tarjeta médico, sólo pasaporte, no papeles. Con mi pensión no me alcanza ni para comer. Fíjese qué fatalidad, le encontraron el bulto en diciembre y se murió en abril. ¡Niño, deja de tocar los papeles que este señor te va a reñir! Se me ha terminado el paro y no encuentro trabajo. ¿Mi empresa puede negarse a concederme el permiso de paternidad? Ha muerto mi padre y vengo a tramitar la viudedad de mi madre. He recibido una carta donde me reclaman una deuda. Me gustaría saber cuánto cobraría si me jubilase este año. Trabajo en campo muy malo, cuatro euros hora y si llueve no trabajo no cobras. Vengo a asegurarme de que la empresa me ha dado de alta. Voy a abrir un negocio, ¿qué pasos tengo que dar? Doy a luz el mes que viene y me gustaría saber qué trámites debo hacer para cobrar el permiso de maternidad. No entiendo esta carta. Nos vamos a Dublín, ¿tenemos que llevar alguna tarjeta sanitaria especial? Ha llovido mucho pero mis abejas se mueren de hambre. Siempre supe que si tenía una hija se llamaría Violeta.
Anotado por Jesús Miramón a las 19:00 | Diario , Vida laboral
martes, 10 de junio de 2008
Cantinela
El ruido de la lluvia acaricia mi cerebro. La lluvia que cae sabia, ignorante de la noche y de nosotros. Cantinela del agua estrellándose contra la superficie de las cosas que esperan en la oscuridad. Ventanas encendidas. Coches aparcados en la acera bajo las farolas.
sábado, 7 de junio de 2008
Junio
Vuelvo a recorrer los doscientos cincuenta kilómetros que separan el huerto de mis padres y mi casa. Los campos que a principios del mes pasado exhibían su verdor de esmeralda son ahora amarillos, y plagados algunos de ellos de amapolas retan con su belleza a nuestra inteligencia: ¿tiene algún significado la emoción que me produce contemplarlos desde el coche? ¿por qué me asombro de su aparición pura y casual si es algo que sucede cada año? No hay demasiado tráfico en la carretera nacional 240. Son las nueve de la tarde y todavía hay luz. También esto ha sucedido muchas veces: Paula y Carlos, tan mayores ya, duermen en los asientos de atrás, puedo contemplarlos en el espejo retrovisor. Maite corrige exámenes a mi lado para aprovechar el tiempo que le falta en la recta final del curso. ¿Cómo es posible que no se maree? Pero siempre ha podido hacerlo, no sé cuántos suspensos y sobresalientes habrá puesto mientras yo conducía a su lado. Espero que la verdura que nos ha dado mi padre no esté dando vueltas en el maletero: acelgas, cogollos de lechuga, cebollas tiernas, calabacines, todo recolectado hace un par de horas. Tres bolsas iguales, una para cada uno de los hijos que viven fuera del pueblo. Mi padre fue encargado de obra hasta su jubilación, profesión evidente al observar su huerto: no creo que exista otro con las calles y ringleras más rectamente trazadas, más pulcro y ordenado, más planificado: da gusto verlo (y comer sus frutos, por supuesto). Hasta su retiro él nunca había trabajado la tierra, y al principio no confiaba demasiado en sus posibilidades, sin embargo, ayudado por hermanos y cuñados que sí sabían, pronto descubrió que en su interior se escondía un hortelano trabajador y cuidadoso. Tal vez en el corazón de todos los hombres buenos duerme un labrador. Conecto las luces del coche aunque todavía se ve bien. Estos son los días más largos del año. Me fijo en el cuentakilómetros: nuestra Picasso ya ha recorrido ciento doce mil kilómetros en cuatro años. Junio. Dentro de nada todos los de mi casa estarán de vacaciones, y aunque yo tenga que ir a trabajar me sentiré un poco como si estuviese también de fiesta. Más tarde sí, en agosto iremos a Normandía y ya me empieza a preocupar la distancia: qué será mejor, ¿salir a las dos o las tres de la madrugada y hacer todo el trayecto de una vez o ir más tranquilos y hacer noche en un hotel por el camino? Ardo en deseos de partir. Incluso ahora, de regreso de una comida familiar, cansado y con el estómago más lleno que de costumbre, me siento feliz conduciendo. Carretera y manta, eso me gusta mucho. Dejamos atrás Barbastro. Hace nada estaban podando las viñas desnudas y mira cómo crecen ahora colmadas de hojas. Qué guapas estaban mis sobrinas pequeñas, ellas son nuestros pámpanos. Y mis hermanos, mi hermana, cada uno con su vida y sus proyectos, mi sangre, mi infancia, mi clan. Viñas, pámpanos, uva, vino, conversación, risas, besos de despedida. Blancos molinos de viento girando a un ritmo constante y poderoso. La gran ciudad de Zaragoza quedando atrás. Campos amarillos de cebada salpicada de amapolas. Los semáforos de Monzón. El canal de Zaidín. Entro en Binéfar, enfilo mi calle. ¿Por qué me asombro? ¿De qué estoy hablando exactamente?
miércoles, 4 de junio de 2008
Algarabía
Duermo con la puerta de la terraza abierta, y a las seis de la mañana, cuando aparecen los primeros rayos de luz, me despierta la caótica algarabía de los pájaros: palomas, tórtolas, vencejos, gorriones, estorninos... ¡todos se ponen a gritar y armar jaleo a la vez como si se hubiesen vuelto locos! Me levanto a cerrar la puerta y vuelvo a acostarme, pero ya no puedo recuperar el sueño.
Es primavera y mi cerebro todavía no ha aprendido a ignorar ese ruido. Cuando llegue el verano y duerma igualmente con la puerta abierta ya no escucharé la bienvenida de los pájaros al nuevo día, mi mente se habrá acostumbrado y, por increíble que parezca en este momento, hará caso omiso a semejante milagro.
domingo, 1 de junio de 2008
Después del concierto
He cantado en Barbastro y mis compañeras de trabajo han venido al concierto, algo que me ha hecho una enorme ilusión (las quiero mucho). Horas antes, en casa, estaba tan nervioso que no podía dormir la siesta. Sólo al vestirme con la ropa de cantar -camisa negra, traje negro, calcetines negros, zapatos negros- he empezado a serenarme: para eso sirven las liturgias. Actuábamos invitados por la coral Barbitanya, magnífica musicalmente y, en lo personal, hospitalaria y generosa como pocas. Tras el concierto nos han invitado a una merienda, y en ella, después de comer y beber, hemos seguido cantando: Gobbo so pare, Tourdion, Rossinyol.
sábado, 31 de mayo de 2008
Cuenta nueva
Cerraré la tapa del ordenador y me levantaré de esta mesa. Iré a la cocina. Beberé un vaso de agua. Iré a mi dormitorio. Me desnudaré. Me meteré en la cama. Cerraré los ojos. Se apagará la noche, las estrellas se apagarán. El universo entero quedará en suspenso. Las olas dejarán de golpear las costas. El tráfico de las grandes ciudades, las unidades de urgencias en los hospitales, los grandes rebaños de ñus, los cocodrilos del río, la estación espacial: todo se detendrá durante unas cuantas horas. Borrón. Frescura de la mañana. Cuenta nueva.
jueves, 29 de mayo de 2008
Sin mirar atrás
Me levanto más temprano de lo normal, me ducho y voy a la cocina. En la pequeña fiambrera de plástico dispongo unos trozos de pechuga de pollo empanada, y encima otros de tortilla de patatas, y sobre ellos una docena de tomates cherry cortados por la mitad. Es nuestro kit clásico para las excursiones del colegio. Más tarde llevo a Carlos a la estación de autobuses, donde ya esperan otros padres y otros niños. Me da un abrazo, da unos pasos, se detiene, regresa, me da un beso y se aleja corriendo hacia sus compañeros, hacia ese otro mundo suyo que no conozco, sin mirar atrás.