Me levanto más temprano de lo normal, me ducho y voy a la cocina. En la pequeña fiambrera de plástico dispongo unos trozos de pechuga de pollo empanada, y encima otros de tortilla de patatas, y sobre ellos una docena de tomates cherry cortados por la mitad. Es nuestro kit clásico para las excursiones del colegio. Más tarde llevo a Carlos a la estación de autobuses, donde ya esperan otros padres y otros niños. Me da un abrazo, da unos pasos, se detiene, regresa, me da un beso y se aleja corriendo hacia sus compañeros, hacia ese otro mundo suyo que no conozco, sin mirar atrás.
jueves, 29 de mayo de 2008
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6 comentarios:
Ese beso-faro(una referencia estable) debe de haber valido su peso en oro.
Buena señal.
Un abrazo.
La felicidad.
Su peso en oro, es verdad. Un abrazo.
Felicidad para él y cierta preocupación para mí, como debe de ser. Por otra parte, es inevitable preguntarse cómo de ha de ser ese mundo propio que ellos tienen en horarios ajenos, mientras nosotros trabajamos; cómo se desenvuelve en ese mundo de normas, costumbres y hábitos distintos a los que rigen en la familia; un mundo al que nunca tendremos acceso los adultos y que le pertenece únicamente a él.
Un saludo, G.
Raro es que nos preguntemos como será ese mundo de ellos sin nosotros cuando una vez estuvimos en uno similar sin los demás. Cuando en realidad no nos cuestionábamos tanto del mundo de nuestros padres sin nosotros. Supongo que es parte de un mecanismo de defensa para no vernos inmersos de repente en un mundo lleno de ausencias.
Hola, Luis, bienvenido. El mundo de los adultos, me doy perfecta cuenta ahora que soy uno de ellos, está fuera del alcance de la infancia. Como así ha de ser.
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