domingo, 9 de noviembre de 2008

Compras de ciudad

El sábado por la tarde, cerca de las ocho, sucede: en un centro comercial repleto de miles de congéneres mi sistema límbico se derrumba después de unas cuantas horas de intensa actividad adaptativa: de pronto todos los seres humanos que me rodean me parecen deformes, tarados, escoria de sus moldes, repugnantes monstruos ajenos a su fealdad. Me apoyo en un pilar de falso mármol travertino e intento recuperar la cordura. Mi familia se da cuenta de que no camino entre ellos y regresa a buscarme. Mi mujer me dice que tengo mal aspecto, ¿te encuentras bien? No pasa nada, le digo, me agobia tanta gente, no lo puedo evitar. Mi hija me dice que parezco un paranoico, que siempre me pasa lo mismo en esos sitios (cuando lo que está queriendo y consiguiendo decir es lo siguiente: me estás fastidiando mi día de compras, papá, por favor, compórtate como cualquier otro padre generoso y aguanta). Mi hijo también está harto, lo sé, pero calla con aparente indiferencia porque va detrás de una pieza mayor (que finalmente conseguirá). Vete a casa, me dice mi mujer, tienes mal aspecto, vete a casa y descansa, cuando terminemos te llamamos y vienes a buscarnos, ¿te parece bien? Oh, me parece maravilloso, casi me dan ganas de arrodillarme y besarle los pies. Me alejo de allí lo más rápidamente posible sin que parezca que me persigue la policía. Cuando salgo del aparcamiento subterráneo pulso el botón que baja la ventanilla del coche y dejo que el frescor de la noche de Zaragoza despeje poco a poco mi mente.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Planeta lejano

Desde hace unos días hay nieve en la cordillera. A las ocho de la mañana el sol ilumina las cimas frontalmente en algunos tramos de la carretera, convirtiendo el viaje a Barbastro en una experiencia estética. Sobre los campos de cebada cubiertos de brotes verdes como musgo se eleva un metro o metro y medio de tenue neblina. En los desmontes y barbechos los arbustos de aliaga, que este año crecieron más altos que nunca, se han secado y languidecido hasta transformarse en el decorado de una película de ciencia ficción, vegetación muerta de un planeta lejano. El termómetro del coche señala cinco grados.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Yo no soy bueno

Yo no soy bueno. Cuando se cruzan en mi camino personas que perdieron mi respeto, personas a las que en el pasado vi actuar miserablemente con quienes habían llamado amigas y amigos, personas bajo cuya aparente capa de exquisita educación esconden el cinismo y la arrogancia más despreciables, cuando se cruzan en mi camino ese tipo de personas cambio de acera, y si se empeñan en entrar en mi casa las expulso de ella. A estas alturas de mi vida no pediré perdón por elegir amistades y conocidos. Así de malo soy.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Un día histórico

Me levanto con la noticia de que Barack Obama se ha convertido en el primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos de América, y lo ha hecho, como sucedió en las primeras elecciones de José Luis Rodríguez Zapatero en España, con una afluencia masiva de votantes, entre ellos, significativamente, jóvenes y ciudadanos que en otras ocasiones no acudían a las urnas. Tal vez este miércoles otoñal sea una de esas fechas históricas que recordaremos cuando seamos muy mayores ("yo tenía cuarenta y cinco años el día que Obama ganó la elecciones"), sobre todo si cumple con sus promesas de cambio y regeneración en estos tiempos de crisis. El mundo necesita líderes carismáticos, líderes honestos que sean conscientes de los errores que se han cometido. Hoy siento un poco más de esperanza que ayer.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Deshoras

El sonido del agua en los canalones del tejado me despertó a las cinco y media de la madrugada. Fui al frigorífico y bebí zumo de naranja. Llovía furiosamente a la luz de las farolas de la calle. La casa estaba en silencio. Vine al salón y estuve leyendo. Dejó de llover y se levantó el viento. Cuando empezaba a amanecer regresé a la cama. He dormido hasta las once y media. El domingo es oscuro y frío.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Vacas flacas

En medio de la crisis
el frío regresó
con la indiferencia
de las vacas gordas.

Dentro de las casas
vuelan las últimas moscas
de este año veloz:
vivirán dos semanas.

Qué hermoso es el latido
de la arteria en tu cuello.
No quieras saber nada,
no ahora, y bésame.

sábado, 25 de octubre de 2008

Después del ensayo

La navidad comienza muy pronto para los ciudadanos que cantan en un coro: todavía no han guardado las camisas de manga corta cuando ya están entonando Adeste Fideles, Panis Angelicus o White Christmas. En el mío andamos ensayando una misa concierto para el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos, y el concierto extraordinario de navidad que este año cantaremos junto a la coral Barbitanya de Barbastro y la coral de Graus, acompañados por la Orquesta de Cámara de Huesca dirigida por Antonio Viñuales. Hay dos o tres piezas nuevas que debemos aprender, algo que me entusiasma porque existen pocas cosas más prodigiosas que asistir al proceso mediante el cual un grupo de personas que desconocían una obra musical la trabajan y estudian y ensayan, bajo la batuta de su directora, hasta hacerla suya, suya para poder compartirla.

Después del ensayo vamos al Chanti a tomar una copa. Bebo un gin-tonic traicionando mi habitual cerveza Voll Damm y el chupito de whisky. Hablamos de religión, de sexo, de internet, de películas, de música. Cuando salimos del bar ha refrescado un poco y subo la cremallera de mi chaqueta de lana. Conduzco de regreso a casa a través de calles estrechas, la luz de los faros del coche iluminando las paredes del laberinto.

jueves, 23 de octubre de 2008

Dientes y uñas

Viaje a Lérida para una visita rutinaria al ortodoncista uruguayo de mi hijo. Nos llevamos una sorpresa cuando nos comunican que Alejandro ya no está porque se ha trasladado a trabajar y vivir en Barcelona. Hace años que le conocemos, también trató la boca de Paula, y su marcha nos disgusta porque era muy simpático, siempre de buen humor, cariñoso con los niños. Resulta extraño que tu médico desaparezca así, de un día para otro, sin despedirse ni nada. En su lugar han contratado a una doctora de aspecto mucho más serio, amable y correcta pero sólo lo justo, sin alegrías ni confianzas. Es catalana. Al revisar la boca de Carlos toca una de sus muelas de leche, que se mueve desde hace días, y sin preguntar ni dar explicaciones rocía la zona con un spray anestésico y la arranca. El paciente de once años, tumbado en la camilla con la boca inmovilizada y abierta de par en par, sólo puede cerrar los ojos y disimular que casi no le ha dolido. Nada grave, aunque Alejandro hubiera hecho alguna broma, hubiera convertido la extracción en una aventura, hubiera dicho con su acento cantarín: "¿Viste? Ya está, fuiste muy valiente, Carlos, jó, qué tío". Su sustituta se levanta, se vuelve hacia mí y en un catalán casi tan cerrado como el que conozco de los años en Gerona me dice que todo va bien, que la auxiliar va a extraerle el aparato del paladar y que nos veremos dentro de un mes. Se va.

"Qué, Carlos, ¿cómo ha ido?", pregunta Yolanda, "¿te ha tratado bien la doctora?". El chico encoge los hombros. Ella sonríe y me guiña un ojo. Al terminar dice: "Carlos, ¿quieres quedarte con la muela?". Él mira la pequeña pieza sanguinolenta y dice que no. Yo le pregunto a Yolanda: "¿Hay quien se las queda?". "Oh, sí, mucha gente guarda los dientes, supongo que les hace gracia, mira, igual por tener un recuerdo o algo". Es entonces cuando de repente, con total claridad, resucita en mi memoria el cajoncito de un reloj de latón de esos adornados de angelotes y rosetones donde mi madre guardaba dientes diminutos. Estaba, todavía está, en la entrada del piso de Zaragoza, a la derecha. Diminutos dientes de sus hijos, algunos míos. El olor del ascensor, el olor de la escalera, de la casa. Los instantes en los que yo, cada vez más mayor, abro ese cajón y miro con fugaz curiosidad las amarillentas cuentas, esos restos paleontológicos. Yolanda tira al cubo de desperdicios la muela de Carlos. Nos despedimos, pagamos en recepción, nos vamos.

Por la noche termino de limpiar en la cocina dos lomos de melva, les arranco con cuidado las espinas de la ventresca, los despego minuciosamente de la piel, mis uñas se ennegrecen de sangre. En la perola ya casi están cocidas las patatas con el sofrito de cebolla, ajos, pimientos verdes, vino blanco y agua. Corto el pescado en dados medianos, apago el fuego y los echo: el marmitako se acabará de hacer él solo en un momento. Mientras mi familia pone la mesa en la cocina yo en el lavabo peleo con la negra sangre de pescado infiltrada en mis uñas. Las cepillo, las cepillo una y otra vez.