miércoles, 10 de marzo de 2010

Décimo día

Hace veinte minutos atravesé la linea que separaba el martes del miércoles, dejando atrás el noveno día de este mes de marzo de dos mil diez y adentrándome en el décimo. Por increíble que parezca no sobrevino un tenue cambio de presión atmosférica, tampoco se escuchó un gong, no se levantó un repentino golpe de viento haciendo flamear la cortina de la terraza, mi corazón no se detuvo durante un instante, no se aceleró. Es así como algo puede morir y algo puede nacer.

martes, 9 de marzo de 2010

Noveno día

AÑOS TREINTA

Años treinta
Aún no estoy
Germina la hierba
Una niña come un helado de fresa
Alguien escucha a Schumann
(el loco Schumann,
el perdido)
Qué suerte,
Aún no estoy
Lo oigo todo

Adam Zagajewski.
Traducción de Xavier Farré.
Tierra de fuego, Acantilado, 2004.

lunes, 8 de marzo de 2010

Octavo día

Una mujer belga se sentó al otro lado de la mesa. Era muy bella. Me miró con sus ojos verdes e hizo algunas preguntas. Su acento extranjero me resultaba tan excitante que me hacía sentir ligeramente incómodo, pero eso era algo, pensé, que ella no podía saber. Una vez la hube informado de las cuestiones que la habían llevado hasta allí hicimos algunos comentarios sobre el tiempo. Me dijo que había nevado copiosamente en Graus, algo infrecuente a estas alturas de marzo. Mientras hablaba me sorprendió el tamaño y aspecto de sus manos, grandes y fuertes como las de un leñador. Hablamos de los almendros en flor, de los verdísimos campos de cebada, hablamos de las inminentes amapolas, que a ella le gustaban tanto como a mí, y me contó que en Bélgica echaban tal cantidad de pesticidas en los campos que casi se habían extinguido. Luego, al darse cuenta de que había otras personas esperando, se levantó, sonrió, me dio las gracias, se despidió y se fue.

domingo, 7 de marzo de 2010

Séptimo día

De pronto recordé aquellas verbenas, su atmósfera vagamente polvorienta, los altos vallados de madera levantados para los encierros.

sábado, 6 de marzo de 2010

Sexto día

Primero fueron Nati y Jesús, y de su unión llegaron a este mundo Jesús, Javier, Carlos y Susana; luego aparecieron Maite, Ana, Concha, Gustavo, y de aquellos gozosos revolcones bajo las sábanas o en la mesa de la cocina vinieron a este planeta Patricia, Paula, Carlos, Javier, Laura, Celia, Olivia, Sofía, Bruno en julio del año pasado y hoy, seis de marzo de dos mil diez, el último miembro del fruto de la aventura que iniciaron Nati y Jesús hace cuarenta y ocho años. Mi nuevo sobrino se llama Diego Miramón y, como quienes le precedieron, ha nacido para ser amado, amado por muchos.

jueves, 4 de marzo de 2010

Cuarto día

Por la mañana fui a pasar la revisión de la ITV al polígono industrial de Barbastro. Delante de mí sólo había un coche. Mientras esperaba mi turno contemplé los montes circundantes, un terreno pelado y sin demasiado interés. Recordé cuando mis padres nos llevaban a campos semejantes a pasar la mañana del domingo, cualquier sitio nos valía para correr y saltar. Una vez, y ahora me invade la duda sobre si sucedió en la realidad o es uno de esos sueños que acaban por ser idénticos a ella, encontramos el fósil de un pez grabado en una lasca de piedra, allí, en el suelo, y lo estuvimos examinando entre nuestras manos infantiles, y después ya no sé qué hicimos con él. Guardo un recuerdo gozoso de aquellos montes áridos donde sólo crecían ralos arbustos, iguales a los que esta mañana contemplaba desde el coche esperando mi turno detrás de un viejo Ford Escort. Tras pasar la inspección sin ningún problema me alejé del taller y me detuve en un apartado aparcamiento de camiones. Salí del coche, abandoné la zona asfaltada y ascendí por la colina. La tierra estaba blanda, cubierta de verdín. Caminé durante cinco o diez minutos hasta alcanzar una pequeña cima desde la que se veía la carretera Nacional 240, unos lejanos viñedos en el valle del río y más allá la ciudad de Barbastro. Respiré el aire húmedo y frío. Me sentí bien. Pensé: «estoy aquí». Luego regresé al polígono industrial, tan feo y posnuclear como cualquier otro, y conduje hasta el trabajo. Llevaba varias horas atendiendo al público cuando me di cuenta de que había barro en mis zapatos y en los bajos de los pantalones.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Tercer día

Anoche me acosté a las doce y diez con la lluvia repiqueteando en el cristal de la claraboya. Por la mañana desperté a las seis y once y estuve un rato con los ojos cerrados y el pensamiento en blanco, vacío, antes de ponerme en marcha. Esta tarde a las cuatro, después de comer, me he tumbado cubierto con una manta y he caído redondo en un pozo profundo. He dormido una hora y he tenido sueños malos, feos, tristes. Al despertar el cielo seguía siendo gris y llovía suavemente.

lunes, 1 de marzo de 2010

Primer día

Lunes y primer día de marzo. Los almendros han florecido de un día para otro como quien dice. Me gustan los silvestres, aquellos que han crecido, esmirriados, en las lindes de los caminos o en medio de un pedregal; sus flores son pequeñas pero laten con el mismo anhelo que las cultivadas. En el trabajo se habla del último terremoto en Chile, con el de Haití todavía tan reciente. ¿Es el fin del mundo? Una chica que ha venido de la montaña dice: «La tierra se está vengando por el maltrato al que la hemos sometido», y yo pienso: «Un momento, un momento, ¿nos estamos volviendo locos?». Me niego a aceptar ese discurso apocalíptico: los florecidos almendros lo niegan, y las cigüeñas, los gorriones, las nubes, la luna llena. Lamento muchísimo las dramáticas consecuencias de los terremotos y las inundaciones, son desastres que siembran dolor, desconcierto, miedo, pero en la corteza de las ramas de algunos árboles ya asoman las yemas nuevas y su deseo de viento y sol.