domingo, 23 de mayo de 2010

Vino con gaseosa

Fuimos a visitar a mis padres y volví a disfrutar de su vitalidad y su sentido del humor. Sentado a la mesa los veía reír y, cómo explicarlo, sentí que todo encajaba suavemente en mi interior.

jueves, 20 de mayo de 2010

Guijarros

En medio de la noche caminas sobre la nieve, tus botas rellenas de paja hundiéndose hasta el tobillo en cada paso. Al amanecer el hielo se derrite y crecen los bosques, las ardillas son borrones cobrizos en la corteza de los árboles, las truchas iridiscentes se funden en la corriente del río. Por la tarde disminuye la espesura, se esconden los lagartos y se levanta la tormenta de arena. El anochecer te encuentra en una playa de guijarros, de pie frente al océano. Reúnes leña arrojada por el mar, enciendes una fogata, te acuestas junto al fuego, cierras los ojos, comienzas a caminar sobre la nieve.

lunes, 17 de mayo de 2010

Primavera

Lunes radiante, luminoso. Mientras conduzco de vuelta a casa contemplo el campo verde, las flores, los caminos, las nubes blancas. ¿Cómo es posible que cada año me entusiasme como si fuese la primera vez? No lo entiendo. Y al momento de escribir «no lo entiendo» pienso: ¿eres idiota? No hay nada que entender.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Salarios

A lo largo de una mañana de trabajo especialmente intensa varias personas me han informado, algunas con media sonrisa bailando en los labios, de que iban a rebajarme el salario para hacer frente al déficit de mi país, acuciado por la crisis económica mundial. Pero lo que yo me he traído a casa son las lágrimas de Adriana, la hija de M. A., una mujer rumana enferma terminal de cáncer. En su país era veterinaria y tenía a su cargo las granjas de una región montañosa; en España trabajaba de empleada de hogar hasta que cayó enferma. Estamos tramitando para ella una pensión de Incapacidad Permanente por Reglamentos Comunitarios, a la espera tan sólo de los informes laborales de Rumanía, que no llegan. Adriana, que como cada semana me traía los partes de confirmación de la baja laboral de su madre, rompe a llorar al darse cuenta de que ésta morirá antes de que su país de origen envíe la documentación. «Allí todo funciona muy despacio», afirma, «y mi madre no aguantará demasiado», y añade: «lo peor es que no puedo hacer nada». Tampoco yo puedo hacer nada. Pongo mi mano izquierda sobre sus manos y mirándola a los ojos le digo que lo siento mucho. Ella afirma con la cabeza varias veces, se seca las lágrimas, me pide perdón y se va. Otra persona se sienta delante de mí, una anciana que necesita un certificado para presentarlo en el Ayuntamiento. Pasarán varios minutos antes de que el dolor de Adriana se disuelva lentamente en mis pulmones.

viernes, 7 de mayo de 2010

Neandertales

Leo que en el ADN de los seres humanos modernos, exceptuando las poblaciones subsaharianas, existe entre un uno y un cuatro por ciento de información genética neandertal. Así pues nuestros antecesores tuvieron relaciones sexuales con los neandertales dando a luz híbridos fértiles. Es una información que, no sé por qué, me conmueve especialmente. Qué apropiada noticia hubiera sido para el Cuaderno de un hombre de cromañón.

lunes, 3 de mayo de 2010

Y llueve

Llueve sobre el tejado de mi casa, sobre la calle, sobre la chapa de los coches aparcados junto a la acera; llueve sobre el pueblo y el asfalto de las carreteras, llueve suavemente sobre la claraboya de la buhardilla donde duermo.

Llueve también sobre este lugar antes de que existiesen casas, calles y carreteras; antes de que desapareciesen los bosques y, más atrás, antes de que apareciesen; llueve antes de los grandes rebaños y antes del blanco meteorito.

Llueve sobre el planeta desierto, un lugar en el que hace mucho tiempo que no habita la raza humana; llueve sobre sus mares poco profundos, llueve suavemente sobre la roca desnuda haciendo el mismo ruido que si pudiésemos escucharlo, llueve dentro de cien millones de años, y llueve.

viernes, 30 de abril de 2010

Oidio

Estoy podando de urgencia una de las dos enredaderas de la terraza cuando mi madre me llama por teléfono desde su hotel en O Grove. Tiene la voz alegre. Me cuenta que el viaje a Galicia, uno de esos que se organizan para los pensionistas y al que han acudido con sus amigos de toda la vida, les está gustando mucho. ¿Habéis comido marisco?, le pregunto. El martes hicimos una mariscada y esta noche haremos otra para despedirnos, me contesta. ¡Ya podéis hacer dieta cuando volváis!, le digo tomándole un poco el pelo. Qué va, dice ella, si no paramos de caminar en todo el día, mira, ayer fuimos a Santiago, dios mío qué ciudad más bonita, qué preciosidad. Recordando nuestro viaje a esos mismos lugares hace más de veinte años me muestro de acuerdo con ella y le digo que es una de las ciudades más hermosas de España. ¿Qué tal está el papá?, le pregunto. ¿Tu padre? ¡De maravilla! Cada mediodía él y A. se toman dos whiskys, y otros dos por la noche, ¿tú te crees que hay derecho? Bah, mamá, que estáis de vacaciones y, además, ¿tú no sabes que el whisky es bueno para la salud? Ya, ya, bueno, cariño, ¿Maite y los niños están bien? Todos muy bien, mamá, ¿a qué hora llegáis mañana a casa? ¿A qué hora llegamos mañana, Jesús?, escucho que le pregunta a mi padre, quien contesta que más pronto de las seis o las siete de la tarde seguro que no. Le pido que nos llamen cuando lleguen, aunque si no se acuerdan les llamaré yo. Nos enviamos besos y nos despedimos.

En el cielo el sol es un disco borroso. El tiempo ha cambiado. Va a llover. Me concentro en lo que estaba haciendo y continúo podando la madreselva, enferma de oidio. Las ramas secas y las frescas pero ya contagiadas van cayendo no sin ofrecer cierta resistencia, agarradas a la celosía. Mientras las desenredo procuro que no se agiten mucho para no esparcir el hongo, introduciéndolas enseguida en una bolsa grande de basura. Me da pena someter a la planta a semejante cirugía pero creo que es lo mejor, no quiero que la enfermedad pase a los hibiscos y el jazmín. Poco a poco la gran masa vegetal va desapareciendo hasta quedar reducida al cogollo. Durante unos segundos me planteo la posibilidad de arrancarlo pero, observando que los pequeños brotes que quedan están limpios, decido darle otra oportunidad. Antes de cerrar la gran bolsa de basura tomo en mis manos una rama infectada y observo la difusa blancura del hongo sobre las hojas. Pienso en Tolo Calafat, el alpinista mallorquín que murió ayer en el Annapurna, a siete mil seiscientos metros de altura, cubierto por la nevada nocturna.

lunes, 26 de abril de 2010

Veintisiete grados

Primeros calores de la temporada. Veintisiete grados en el termómetro del coche al salir del trabajo. Primeros ababoles, tan rojos sobre la cebada crecida. El color verde acaricia mi cerebro mientras las ruedas giran a toda velocidad sobre el asfalto. El aire acondicionado sopla suavemente a través de las rejillas de plástico. Cirros en el cielo azul.

jueves, 22 de abril de 2010

Edificios

1.

Hoy Carlos cumple trece años (oh, dios mío). ¡Y el próximo curso su hermana, de diecisiete, se va a Barcelona, a la Universidad! Claro que yo mismo cumpliré cuarenta y siete el mes que viene. ¡Cuarenta y siete! ¿Puedes creerlo?

2.

Regresaron los aviones comunes que anidan en el alero de mi casa, los pequeños vecinos que durante años confundí con vencejos. Todavía no hay muchos, son la vanguardia de los que vendrán. Sus chillidos aéreos se mezclan con los gritos de los niños que juegan en el parque de atrás, el eco aumentado por las sólidas fachadas de los edificios.

sábado, 17 de abril de 2010

Después del ensayo

Pido un gin-tonic en el Chanti. ¿Cuántos viernes hemos venido aquí después de cantar? Centenares. La música dando vueltas en la cabeza, el hielo tintineando en el vaso. Hablamos y hablamos. Miro a mis amigas y soy consciente del afecto que siento por ellas. Qué cosas. De no ser por el coro nunca nos hubiésemos conocido. Todo esto lo trajo la corriente.