Es puente y no queda nadie. Unos esquían y otros duermen en las salas de espera de los aeropuertos (a mil años luz de lo que existe a mil años luz de aquí). Las olas lamen las playas del norte y del sur. Nieva en las montañas del este y el oeste. Silencio. Es puente y no queda nadie. Sólo tú, a un millón de años luz de lo que existe a un millón de años luz de aquí.
jueves, 2 de diciembre de 2010
Una liebre en el jardín
Anteayer por la mañana había una liebre en el jardín que rodea el pequeño edificio donde trabajo. Al principio pensamos que era un conejo común pero no, era una liebre con las características manchas oscuras en la punta de las orejas, una verdadera y esbelta liebre de ojos como uvas de moscatel. Tras los primeros instantes de perplejidad imaginé que alguien la habría encontrado en el campo en primavera, cuando era un adorable lebrato, y al hacerse adulta en la casa, sin ánimo para matarla y comérsela, pensó, por absurdo que parezca, que sería una buena idea dejarla en nuestro jardín antes del amanecer. Esas cosas suceden. Ahora, mientras algunos peatones la señalaban con asombro, la liebre corría de un lado a otro tratando de esconderse bajo los arbustos, detrás de las escaleras contra incendios, entre el contenedor de basura y la pared. Dejé de mirar un instante y cuando volví a hacerlo el animal se había esfumado como si nunca hubiera existido. Todo el día estuve atento a los ventanales por si acaso volvía a aparecer, también ayer de vez en cuando, y hoy también ya un poco menos, ya casi nada.
domingo, 28 de noviembre de 2010
Para Teresa
Pasad, nubes, pasad
ingrávidas y veloces sobre mí,
no llegaréis a tiempo
al sitio del que vengo.
Cantad la canción,
hojas del bosque,
sobre la tierra que
eternamente rueda.
Cruje, nieve, buscando el atajo.
Brilla, sol, antes de tu hora.
Navega, nube, sobre la sombra de mi alma
y sigue tu camino, pues yo
encontré lo que buscaba.
sábado, 27 de noviembre de 2010
Después del ensayo
Después del ensayo salimos a la calle y hace mucho frío. En las cálidas capillas de nuestros cráneos suena todavía la música, las partituras de una navidad que ahí se acerca con la misma inocencia con la que nosotros nos precipitamos cada día hacia la noche oscura.
Anotado por Jesús Miramón a las 02:29 | Después del ensayo
domingo, 21 de noviembre de 2010
A chimenea
Mientras subimos al coche ella me dice que le encanta el olor de Binéfar en esta época del año, que sólo huele así aquí. Yo, que carezco de olfato por culpa de la rinitis, le pregunto a qué huele y ella me contesta que huele a chimenea, a leña ardiendo en una chimenea. La llevo a la estación y me quedo en el andén hasta que el autobús, que tiene los cristales tintados, maniobra y se aleja en dirección a Barcelona.
viernes, 19 de noviembre de 2010
Zarzas y enredaderas
Las noticias sobre la crisis económica en Irlanda, una de las últimas víctimas del robo del siglo, me hacen recordar la amabilidad de sus habitantes, la belleza de Connemara, el olor de sus playas invadidas por las algas, las casas abandonadas cubiertas de zarzas y enredaderas.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Lunes por la noche
Sopla un viento frío,
vanguardia del invierno,
exploradores a cuyos ojos
nada escapa.
jueves, 11 de noviembre de 2010
lunes, 8 de noviembre de 2010
Borrador
Sueño con una almazara cerca de la playa. En alguna parte hay un campamento de jóvenes. Conozco a unas chicas, hablamos junto al mar. Yo también soy mucho más joven, tal vez adolescente. La Playa. La costa. Casas de pescadores. Una plaza. La prensa comprime las olivas. El aceite virgen cae en un depósito de plástico. Una voz adulta dice detrás de mí: «¡Es extraordinario!».
viernes, 5 de noviembre de 2010
La primera estación
Se encontraba en medio de un pequeño bosque. El viento agitaba las copas de hojas amarillas convirtiéndolas en un gran sonajero y haciendo que algunas de ellas se desprendiesen y cayesen sobre él. Podía sentir el olor del suelo de hierba cubierto de hojarasca. Cantó un pájaro.
Despertó. Abrió los ojos a la tenue oscuridad de la cabina e inmediatamente volvió a cerrarlos tratando de recuperar el sueño durante unos segundos más, siquiera un instante, pero ya era demasiado tarde, los árboles y el viento se habían desvanecido. Se irguió en la cama y contempló el cosmos a través del ojo de buey. Ni él ni sus padres habían conocido los viejos bosques de la tierra, ¿de dónde provenían aquellos sueños, unas imágenes tan vívidas? Consultó la hora. Pronto entraría de guardia en uno de los puentes de proa. Qué destino tan amargo era el suyo, haber nacido y estar condenado a morir en una de las arcas, prisionero y esperanza al mismo tiempo. Serían sus tataranietos quienes tuviesen el privilegio de llegar a un mundo nuevo en el que les esperaban los descendientes de los colonos exploradores que habían partido antes que ellos, dos siglos atrás. Por lo que sabía no se encontrarían con bosques de hojas amarillas agitadas por el viento, aunque sí con inmensos océanos de un azul que no podía imaginar pero sí soñar. Se puso en pie, se dio una ducha seca y, dando la espalda a la oscuridad y las estrellas, salió del camarote rumbo a sus obligaciones.