Con el calor llega mi declive. Me transformo en un viejo comanche barrigudo sentado en el porche de su vivienda prefabricada de la reserva india, bebiendo agua de fuego mientras atardece en Monumental Valley. Un hombre a quien arrebataron su pasado y su futuro, pero no el terrible clima de su país de tierra roja.
Con la llegada del calor comienza la prueba de amor más exigente de mi familia: soportarme. Porque juro que me convierto en un quejica permanente e insoportable, un odioso esquimal incapaz de comprender la realidad climática; un odiador profesional de lo que, sorprendentemente, otros seres humanos normales adoran: tener calor, sudar incluso desnudos, ducharse varias veces al día en agua fría... ¿Semejante experiencia es o no es lo más parecido al infierno? Si el calor fuese algo bueno, existiría en el cielo, ¿no es verdad?
Esta tarde he puesto en marcha por primera vez el aire acondicionado del salón. Ahora ya no, lo apagué hace un buen rato y abrí la puerta de la pequeña terraza. Escucho el croar de una rana en algún charco cerca del río Vero, y también el intermitente sonido de los coches circulando más allá, en la Avenida al otro lado. Esto no es Monumental Valley y yo no soy un viejo comanche (lo de barrigudo lo dejaremos aparcado) bebiendo whisky (esto también lo dejaremos aparte) mientras se hace de noche, pero de alguna manera el verano, incluso ahora que apenas ha comenzado a asomar sus dientes, me convierte en un indígena, un aborigen, un hombre medio desnudo yendo de aquí para allá odiando las altas temperaturas sin poder huir al ártico o la antártida.
Con el calor llega mi declive. Mi primitivo organismo se protege de él entrando en un reposo animal, disminuyendo mi actividad física y mental. No es algo extraño en mi especie: los mal llamados bosquimanos del desierto del Kalahari, durante las épocas más secas y cálidas, hacen lo mismo y dejan pasar el tiempo jadeando a la sombra de arbustos y acacias, tratando de evitar sin mucho éxito el mal humor.
Nada como el calor me recuerda el animal que soy. El frío tiene la virtud de revelar nuestros avances tecnológicos para combatirlo, ya sea en forma de calefacción o en las infinitas capas de ropa con las que podemos cubrir nuestros cuerpos; el calor, dejando fuera el reciente aire acondicionado del interior de los edificios, revela que somos poco más que aquellos homínidos asustados por nuestras posibilidades de supervivencia, pues ninguna desnudez puede protegernos de él.
lunes, 22 de mayo de 2017
Comanches, esquimales y bosquimanos
jueves, 18 de mayo de 2017
Precede a lo que precede
Ayer terminé huyendo hacia el Ártico sin mirar atrás, pero hoy ha llovido durante toda la mañana y la temperatura ha descendido más de diez grados, así que los perros esquimales, el trineo y nosotros nos hemos dado la vuelta temporalmente. Yo había acudido a trabajar con una camisa de manga corta, bermudas y mis sandalias de franciscano -bienvenidos al Congo- y me he sentido feliz de no tener calor, incluso de que la lluvia mojara los desnudos y feos dedos de mis pies cuando he salido a almorzar. Generosa y voluble primavera, que cruelmente y entre risas nos hace olvidar que precede a lo que precede.
miércoles, 17 de mayo de 2017
Corre, huye
Hoy ha sido el cumpleaños de Maite. Nunca celebramos nuestros cumpleaños en la intimidad salvo cuando, como sucede en Mayo, se reúnen muchos y hacemos alguna comida en el huerto de mis padres, si se tercia.
Somos sosos. Nunca nos regalamos nada ni hacemos nada especial. Nos damos un beso en la boca y nada más, como cada día, y ya está. Ni siquiera hay tartas con velas, no hacemos absolutamente nada especial, ya digo: somos muy sosos en estas cosas.
Ojo, nos parece maravilloso que existan personas que celebran sus cumpleaños con todo tipo de bonitos detalles, regalos y sorpresas como si ese día fuese el último del mundo -y en realidad nada indica que no pudiera serlo realmente, pues ni los meteoritos ni los zombis respetan nada. Pero no es nuestro rollo. En fin.
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Los vencejos han regresado de África. En Binéfar jamás, durante los quince años que viví allí, vi vencejos, la gente les llamaba así (o golondrinas) pero eran aviones comunes, más pequeños y de pecho blanco o amarillo pálido, en el alero de nuestra casa de entonces teníamos varios nidos que nunca quisimos destruir (vivían allí antes que nosotros).
Aquí en Barbastro sí hay vencejos de verdad, más grandes que los aviones y de alas aceitosas en forma de guadaña. Hace muchísimos años que no veo golondrinas. Los confundimos porque su aspecto y comportamiento es muy similar: al caer la tarde sobrevuelan los edificios y tejados de la ciudad cambiando de dirección en una milésima de segundo, haciendo quiebros y requiebros bajo el cielo chillándose unos a otros como en un vertiginoso juego aéreo, un comportamiento que comparten todas las aves pertenecientes al orden de las paseriformes y cuyas especies son un poco difíciles de distinguir salvo si te fijas con atención.
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La llegada de los vencejos y aviones comunes que chillan sobre el río al caer la tarde señalan el fin de las temperaturas ligeras que me gustan y la llegada de las altas temperaturas que odio. Pero tras casi cincuenta y cuatro años ya debería comenzar a aceptar la realidad, ¿no es verdad?
Suda sin quejarte. Mira: mejor: adelgaza y sudarás menos. No te arranques mechones de pelo porque se aproxima el verano, no golpees tu cabeza contra las paredes, no te encojas en la bañera llena de agua fría.
Mira: mejor: abandona tu vida en este país condenado a ser un desierto, toma de la mano a tu compañera y viaja hacia el Norte en dirección al círculo polar ártico. Corre, huye sin mirar atrás.
lunes, 15 de mayo de 2017
Una de esas personas
Soy una de esas personas que entran en un restaurante con su compañera, la mujer que ama, y cuando viene la camarera a ofrecer la carta imagina, sólo por imaginar, en cómo sería ser su pareja, tal vez el cocinero que trabaja en la cocina sudando pero disfrutando de hacer algo que le gusta; en cuántos hijos tendría con ella; el cansancio de la hora del cierre sólo aliviado por la escasa nieve de las altas montañas al otro lado de la carretera brillando bajo la luna.
Soy una de esas personas que al entrar en un bazar chino se pregunta cómo sería vivir con una mujer china, concretamente con la que vigila el pasillo del ajuar de cocina, pequeña y delgada. ¿Le gustaría la comida española que yo le cocinaría pensando en el sexo de después? ¿Qué me cocinaría ella después del sexo? ¿Iríamos a caminar por el campo o su trabajo intensivo se lo impediría? ¿Sería una historia de amor imposible?
jueves, 11 de mayo de 2017
Gelatina
El día comienza a difuminarse en el cansancio como si nunca hubiera existido. No es verdad. Existió y llovió mucho por la mañana, y en mi trabajo atendí a muchas personas, unas más interesantes que otras, y al volver a casa mi pareja y yo comimos bacalao con patatas y un poco de arroz (y azafrán, y pimentón, y caldo de pescado) que yo había preparado el día anterior, un plato caldoso y caliente ideal para un día de lluvia y nubes oscuras. Después los dos dormimos una pequeña siesta, tras la cual ella se fue a su estudio a corregir y corregir exámenes y trabajos y más exámenes y más trabajos propios de una profesora de Lengua y Literatura, y yo me quedé aquí en el salón con mi portátil y mis asuntos frikis y mis costumbres solitarias, costumbres de un soltero.
El día ha terminado y la noche cubre este hemisferio de nuestro planeta. Un día que existió, que existirá siempre hasta que la red mute y todos los blogs desaparezcan en el gran apagón previo a que las máquinas nos esclavicen.
Sigo adelante sabiendo que soy feliz, aunque alguna vez se me olvide. Bueno, a ver: feliz en plan normal, cotidiano, asumiendo enfermedades, edades, esta fase de lenta decadencia en la que siento que ya he penetrado como a través de una temblorosa pared de gelatina. Debo enfrentarla con el mismo valor que mis predecesores, que fueron todos los miles de millones de seres humanos que existieron antes que yo.
Confío en que todavía me queden algunas décadas de exploración, aunque por mi trabajo sé que la muerte acecha en todas las edades posibles. Si al sobrevolarme pasa de largo espero seguir navegando río abajo entre árboles inmensos y chillidos de monos y pájaros, luz y sombra sobre el agua, campos de cebada rodeando pequeñas islas de encinas carrascas, desiertas carreteras comarcales, viejas higueras creciendo junto a las acequias, viñedos, la antártida.
miércoles, 10 de mayo de 2017
Decisiones
Fui cantante y presidente de la Coral de Binéfar durante muchos años. Hoy en mi pequeña y querida agencia comarcal de Barbastro ha entrado la única persona que durante todo ese tiempo expulsé del coro. Lo utilizaba para sus propios fines y era algo que yo no podía consentir. Nadie se opuso e incluso me lo agradecieron. Era un tumor en el grupo, por mucho que su tesitura vocal de tenor fuese una de las mejores que habían pasado por la coral.
El hecho es que hoy ha entrado en la oficina y le ha atendido una compañera. Yo no lo había visto y ha sido al final de su consulta cuando se ha acercado y nos hemos saludado fríamente, con la mínima cortesía de dos personas civilizadas. Seguía produciéndome tanta grima como entonces. En el fondo me ha dado lástima, no debe de ser agradable no ser agradable para los demás, pero ese sentimiento ha durado poco rato. He recordado las pequeñas cosas que hizo durante el tiempo que permaneció entre nosotros y, con una patada mental, lo he enviado a Plutón.
En cualquier caso nunca me he arrepentido de haberle dejado fuera de la coral en la que ya no estoy. Nos utilizaba para lograr contactar y tratar de dirigir a otros coros de adultos o de niños de los pueblos que visitábamos; incluso en algún momento brevísimo puso en duda la capacidad de nuestra fundadora y directora como si quisiera sustituirla: en fin, era un problema muy grave. Me siento orgulloso de haber estado a la altura de aquella situación.
No le he saludado con afecto, no he sido hipócrita; he sido frío, casi maleducado. ¡Lo expulsé de la coral! Me he dado cuenta de que fue una de las decisiones más afortunadas que tomé durante aquella época, porque esta mañana, durante el poco tiempo en el que hemos podido conversar, me ha producido las mismas malas sensaciones que hace diez años. Me he alegrado cuando ha salido por la puerta rumbo a Monzón y ha desaparecido.
Navegar siempre significa tomar decisiones. Elegir entre dos ramales de un río. Dejar de ser amigo de alguien o intentar serlo de otra persona que te atrae como una farola nocturna a las polillas. Vivir siempre significa acoger y discriminar, es una verdad inevitable de la que, no deberíamos olvidarlo, también nosotros somos víctimas. Siempre ha sido así.
Durante mi infancia leí muchas novelas de Historias-Selección de la editorial Bruguera, aquellos libros donde cada pocas páginas aparecía una con dibujos que mostraban el argumento, y fue entonces cuando desarrollé un arraigado y anticuado sentimiento de la justicia y el valor y la defensa de los desfavorecidos. Son sentimientos que mantengo con aquel mismo orgullo infantil, casi diría que todavía con más fuerza ahora, a punto de cumplir cincuenta y cuatro años.
Lo primigenio tiene la pureza del desconocimiento del futuro. Mantenerla es un esfuerzo diario a partir de cierta edad, pero tiene una recompensa diaria o, lo que es lo mismo, infinita.
lunes, 8 de mayo de 2017
A cual más bella
Lo más increíble de todo es que este día que termina, como todos los anteriores y los que acaso lleguen a partir de mañana, es mi vida, la vida de Jesús Miramón, no otra.
Me pregunto si será tan vibrante y sólida como la de las cuarenta o cincuenta personas que hoy pasaron ante mí al otro lado de mi mesa de trabajo, a cual más hermosa, a cual más interesante, a cual más misteriosa, a cual más carnal y bella en su fragilidad.
Anotado por Jesús Miramón a las 23:08 | Diario , Vida laboral
domingo, 7 de mayo de 2017
A través del campo
Quiero caminar a través del campo. Quiero cocinar comida sabrosa y buena. Quiero dormir la siesta en la butaca mirando una película malísima. Quiero despertar y confirmar que mi vida es un privilegio con el que nunca hubiera soñado. Quiero besar en la boca a mi compañera de tantos años, y aquí debo detenerme.
Compasión
Hubo un tiempo en el que a estas horas, en vez de terminar, comenzaba la noche. Era joven y escribía como si mis palabras fuesen nuevas en este mundo; joven como si dijesen algo que jamás se hubiese dicho antes.
Observo desde la distancia a aquel hombre y siento ternura. Me pregunto si cuando en el futuro observe al señor mayor que soy ahora, cuando sea un anciano, sentiré esta misma mezcla de sorpresa, amor y compasión.
jueves, 4 de mayo de 2017
Ida y vuelta
Por la tarde viaje relámpago de ida y vuelta a Zaragoza para una visita de Maite al dentista. Mientras ella se sometía a la amabilidad de los profesionales, yo daba un paseo por los alrededores de la clínica. Paseo de la Constitución, calle de León XIII, Plaza de los Sitios. Territorio de gente guapa, camisas largas y americanas a pesar del calor, mujeres hermosas y de perfumes flotantes y tal vez demasiado persistentes.
Me sentía como un granjero analfabeto entre las pequeñas tiendas de comida centroeuropea con su aroma a chucrut, boutiques de ropa a precios muy alejados de los de Decathlon y terrazas llenas de clientes bajo un cielo nublado y veintiocho grados de temperatura sin un atisbo de cierzo. De acuerdo, sé que a todos nosotros nos ha sucedido alguna vez y volverá a sucedernos, pero me sentía exactamente igual que un marciano disfrazado para pasar desapercibido.
Había también pequeñas y encantadoras tiendas de antigüedades, y coctelerías con inmensas pantallas de plasma en su interior abierto a la acera por un mostrador que invitaba a pedir lo más caro que tuvieran. Me he dado cuenta de cuánto había cambiado Zaragoza desde que me fui. Ha sonado mi teléfono móvil. Era ella, que ya había terminado. He ido a buscarla, hemos subido a la Picasso y hemos vuelto a Barbastro.
Los campos todavía están verdes, pero cada vez menos día a día, variando lentamente hacia el dorado que mostrarán cuando estén en sazón. Será otra belleza: no, algo más significativo aún, una metáfora sin fin: una belleza nacida de esta.