martes, 22 de enero de 2019

Veintidós de enero

Esta tarde he atendido a una mujer maltratada y con sentencia judicial de alejamiento. Le he dicho que guardase esa sentencia, que he leído y describe sucesos terribles que no puedo revelar, y le he dicho, decía, que la guardase como oro en paño porque si su exmarido muere algún día antes que ella, ese documento le asegura una pensión de viudedad al cien por cien, independientemente de cualquier circunstancia. Algo así como una reparación.

Mientras me hablaba con los ojos húmedos y las canas asomando en las raíces de su cabello teñido, he sentido lo que tantas otras veces: el dolor, la desgracia y la pobreza huelen. Es un olor mental, no físico, pero lo reconozco enseguida. Es algo que uno aprende sin darse cuenta tras muchos años atendiendo al público.

Sobrevive con un subsidio de 430 euros mensuales, y no lo hace sola, sino con un hijo de veinticinco años que no trabaja. Creo que podéis imaginar el paisaje.

La he derivado a la comarca del Somontano, y mañana llamaré a algunas de las trabajadoras sociales amigas mías para que exploren de qué modo pueden ayudar a esta mujer valiente que un día dijo basta.

Antes de irse me ha dicho que su ex había quebrantado muchas veces la orden de alejamiento. Le he preguntado si la guardia civil y la policía local estaban al tanto (en las ciudades pequeñas no tenemos policía nacional), y me ha dicho que sí. "Sobre todo, a la menor sensación de inseguridad llámales, por favor", le he rogado.

Cuando se ha ido he sentido mucha tristeza, pero otras personas esperaban su turno. De hecho lo siguiente que he hecho ha sido tramitar la prestación de paternidad de un niño que nació el dos de enero. Este es mi trabajo. Lo amo aunque a veces me duela.

lunes, 21 de enero de 2019

Veintiuno de enero

Vengo de la cocina. Después de la siesta me he puesto a cocinar para mañana y pasado mañana. Fabada asturiana y lo que en casa de mis padres, y también en la mía, siempre se ha llamado "pebre". Pebre significa pimiento en catalán, pero yo lo aprendí antes de saber catalán e incluso antes, mucho antes, de vivir en Cataluña, e ignoro por qué en la ribera de Navarra existe un plato que tiene un nombre catalán. Se trata de un guiso de cabezada de cerdo con ajos, tomate y pimientos de piquillo cortados en tiras. Está buenísimo y es muy fácil de hacer. De la fabada qué puedo decir: después de la imprenta es uno de los mejores inventos de la humanidad.

Cuando mi hija Paula viene a España le gusta que le cocine estas cosas: comida casera, comida de yaya (abuela), como solemos decir en casa con cariño. Rica, sencilla, sustanciosa y sana. A mí me gusta mucho cocinar, pero cocinar para ella es ya el no va más, porque sé que allí arriba se alimenta regular y porque en Noruega no existe la variedad de alimentos que tenemos aquí, algo que pude averiguar el verano pasado.

Siempre he pensado que cocinar es un acto de amor. Si cocinas para ti, porque vives solo o lo que sea, es algo similar a la masturbación; si cocinas para quienes viven contigo o, sobre todo, para tus invitados, es un acto de amor o... bueno, ahora que lo pienso, y siguiendo la analogía, ¡una orgía! (Y sin haberlo deseado me ha salido un pareado).

Imagino que ya lo habré escrito más de una vez, es lo que tiene escribir desde hace tanto tanto tiempo, es imposible no repetirse, pero a mí dos de las tres cosas que más me relajan y tranquilizan son conducir y cocinar. La tercera no es difícil de adivinar. Sí, justamente es esa, la que estás pensando.

domingo, 20 de enero de 2019

Veinte de enero

Noche cerrada. Son las siete menos cuarto de la tarde. Amo el invierno.

sábado, 19 de enero de 2019

Diecinueve de enero

El nuevo año, que perfectamente podría ser el que pasó, el que vendrá o el de hace cinco estaciones, fluye invisible entre la hierba.

viernes, 18 de enero de 2019

Dieciocho de enero

Último día laborable de mi semana de vacaciones pertenecientes al año pasado y, sin embargo, tengo la sensación de que dos mil dieciocho sucedió hace mucho, mucho tiempo. Tanto que casi no lo puedo recordar. Esta velocidad enloquecida.

jueves, 17 de enero de 2019

Diecisiete de enero

Pensamos que no nos pasa nada porque no somos socialmente importantes, porque no hemos logrado triunfos deportivos, industriales, culturales o políticos, o porque aparentemente no influimos en el curso del mundo. Pensamos que nuestra vida es insignificante pero, tras tantos años atendiendo a ciudadanos y escribiendo estos cuadernos puedo afirmar con absoluta certeza que ninguna vida lo es, ningún instante. Lo cual, he de añadir, no significa nada más que lo que significa.

El presente del mundo es la ingente suma de sucesos diminutos y, en muy escasas ocasiones, descomunales (pienso en Bach, pienso en Nelson Mandela, pienso, por ejemplo, en el equipo de ingenieros que diseñaron el primer viaje a la luna).

Ya lo he escrito alguna vez, pero nada me conmueve tanto como entrar, por ejemplo, en una ermita románica y contemplar la piedra del suelo de la puerta del pequeño templo hendida y gastada por miles y miles de pasos humanos a lo largo de los siglos. O las siluetas de prehistóricas manos anónimas fijadas en la roca de las paredes de cuevas recónditas descubiertas por pura casualidad.

Ninguna vida, ningún momento, es insignificante, lo cual no quiere decir que nuestras vidas o siquiera nuestro mundo sean la cima, el final o el principio de lo más importante en la historia del universo, este universo vastísimo, inmensurable y todavía inexplorado.

Hemos de saber esto, incluso si no tiene sentido alguno: formamos parte de esta aventura. Sin nosotros, sin cada uno de nuestros cotidianos días, por aburridos que sean, el mundo no sería como es. Somos creadores.

miércoles, 16 de enero de 2019

Dieciséis de enero

Vivo en un edificio en el que todos los vecinos tienen perros. O eso parece a partir de las seis de la mañana a juzgar por los ladridos. A mí me encantan los perros, me chiflan, los adoro: perros, gatos... fin (no comprendo que insectos y reptiles sean mascotas pero igual es culpa mía, no sería la primera vez que no comprendo algo).

Doy gracias a la legislación española que impide el acceso fácil a las armas porque ya estaría en la cárcel. Esta semana, como todo el orbe sabe, estoy de vacaciones, unos días que quedaron pendientes del año pasado, y no hay mañana en la que los preciosos perros de todo mi edificio no empiecen a ladrar, reñir, llorar y dar, básicamente, por el culo.

Pero con la bondad inconmensurable que el universo concedió a mi corazón seguiré soportando semejante atentado a mi derecho a dormir hasta cuando yo quiera y nada más: sólo queda joderse. Es una bondad que compartimos toda la familia. Si muriésemos mañana, los tres iríamos al cielo con la velocidad de un misil tierra aire, envueltos en el eco de los ladridos histéricos de decenas de perretes. Qué bonicos.

martes, 15 de enero de 2019

Quince de enero

Hoy, aprovechando las vacaciones, he ido a la peluquería. Voy cada dos o tres meses, me rapan al uno o al dos y así aguanto un montón de tiempo sin tener que ir, porque no hay nada, salvo comprarme ropa, que me aburra y odie más. Es gracioso, porque a veces llevo la barba más larga que el cabello de mi cabeza, y entonces parezco un viejo vikingo con cara de mala hostia y cuerpo de siesta. O eso me gusta creer.

Niebla todo el día sobre Barbastro. No tan cerrada como las que teníamos en Binéfar pero persistente, quieta y ajena a nuestro ir y venir y las teorías científicas y los últimos descubrimientos paleontológicos.

Algo que siempre me ha fascinado de la naturaleza es que, para empezar, no sabe que se llama naturaleza. Sí, ya sé, parezco idiota o tonto, y no descarto en absoluto que lo sea (hablo absolutamente en serio). Pero esas cosas siempre me han llamado la atención. Un tiburón jamás sabrá que los humanos le llamamos tiburón. ¿Cómo nos llamarán a nosotros los animales que han contactado con los humanos? ¿Qué opina la lluvia de que los niños salten con sus botas de agua en los charcos?

lunes, 14 de enero de 2019

Catorce de enero

Regresamos de Huesca atravesando la oscuridad. Hay personas que odian conducir de noche: yo lo amo. En mi imaginación infantil es lo que más se parece a la ciencia ficción, lo más similar a navegar a través del espacio. Y sobre nosotros las estrellas de invierno, que son las mejores: las más lejanas, las más nítidas, las que más se parecen a las estrellas heladas del cosmos que yo iba a explorar cuando fuese mayor.

domingo, 13 de enero de 2019

Trece de enero

Me levanto de la siesta. Me cruzo con mi hijo de veintiún años con el abrigo puesto, a punto de salir a la calle. Creo que ya supera mi estatura. Me da un beso.

Nuestros hijos adultos no saben el tesoro que son sus besos para nosotros. Todavía lo guardo en la mejilla. La vida tiene sentido por estas pequeñas cosas.