A veces me gusta pensar desde la estación espacial, como si yo estuviese allí entre sus habitantes, fantasma de mi imaginación. No os veo a nadie, ni siquiera a mí, que en realidad no estoy allí pero estoy aquí, tan lejos, una molécula invisible. Las imágenes de mi hogar son manifestaciones pictóricas en movimiento: continentes ocres, huracanes blancos, océanos azules. Sólo al llegar la noche, como sucede ahora, comienza a revelarse que existe vida y energía en mi planeta, y se hace presente a través de la luz que emiten las ciudades y pueblos. Zonas del planeta rebosantes de estrellas interconectadas entre sí y zonas del planeta oscuras como agujeros negros. Pero pronto daré la vuelta al planeta una vez más y volaré sobre la superficie iluminada por el sol, una superficie donde aparentemente no hay nadie, nadie matando y muriendo, nadie naciendo, nadie escribiendo nada.
sábado, 9 de marzo de 2019
viernes, 8 de marzo de 2019
Ocho de marzo
Escribo en la habitación de Zaragoza donde Maite pasó su adolescencia. Aquí estudiaba, aquí merendaba con sus amigas, aquí me hacía esperar mientras yo estaba abajo, en la calle. Ahora es el cuarto de Paula cuando viene a España -a Zaragoza- y está llena de cosas suyas: dibujos y recuerdos, fotografías de sus compañeros del laboratorio donde colaboró durante sus dos últimos años de carrera.
Me resulta enternecedor. Primero mi compañera, luego mi hija. Y pienso también en mi madre, en mis amigas, en las mujeres que atiendo cada día en el trabajo. Ellas mantienen el mundo en pie. En épocas de guerra y hambre las mujeres sacan adelante a sus hijos e hijas. Podría contaros historias increíbles sobre mujeres fuertes, generosas, mujeres con botas de goma viniendo de la granja de terneros, viudas que durante la crisis han mantenido a hijos y nietos haciendo de su magra pensión un milagro.
Siempre he pensado que si las decisiones políticas fuesen tomadas por más mujeres de lo que son ahora, copadas por los hombres y nuestra testosterona, las cosas irían mucho mejor. Ellas saben qué es crear vida y se lo pensarían dos veces antes de enviar a los jóvenes a luchar en guerras geoestratégicas.
Este planeta necesita más mujeres decidiendo en asuntos tan importantes como el cambio climático o la igualdad de género y entre continentes. Muchas más mujeres como la que dormía aquí hace treinta años, como la que duerme ahora mismo en Bergen, como la que duerme en su piso a sus casi ochenta años junto a mi padre de ochenta y tres, como mi hermana en mi pueblo, mis cuñadas, mis sobrinas preciosas, mis amigas del alma, nuestra vecina S. aquí en Zaragoza, que tiene llaves de nuestra casa heredada, una mujer maravillosa y valiente que, tras una relación de maltrato y violencia de género, ha logrado seguir adelante con su vida y sus dos hijos, que la quieren con locura. Maite y yo también la queremos mucho.
Lo mejor de la jornada de hoy es que la afluencia de mujeres y hombres a las convocatorias feministas en todas las ciudades de España han dejado en ridículo la que convocaron las derechas en Madrid. En ridículo. No suelo escribir de política en mi diario, intento preservarlo de eso y convertirlo en algo literario, poético, pero hoy no puedo. El veintiocho de abril debemos votar todos, todas, que no se quede en casa ni un solo voto progresista. Lo que tenemos enfrente es muy feo, muy garrulo, algo terrible. Hay que votar feminismo y justicia social. Sé que tal vez tengamos que taparnos un poco la nariz, pero existen elecciones históricas y ésta será una de ellas. Buenas noches y buena suerte.
jueves, 7 de marzo de 2019
Siete de marzo
Un día más con muchos rostros nuevos al otro lado de mi mesa de trabajo, y también algún que otro conocido. Por la tarde, después de la siesta, cociné estofado irlandés para mañana. Ahora es de noche. Tengo mucho sueño y una vida normal.
Anotado por Jesús Miramón a las 22:28 | 2019 , Diario , Vida laboral
miércoles, 6 de marzo de 2019
Seis de marzo
Acaba de tronar y granizar como si estuviésemos en verano. He pensado en los almendros en flor. Todas las flores al suelo. El cielo se ha vuelto de color naranja, como si fuésemos una colonia humana en Marte. La pequeña diferencia es que allí hoy no llueve a mares como si hubiera llegado el apocalipsis. Me alegro de que nuestro viejo coche esté en el garaje. Tormenta de verano antes de la primavera. Todo está cambiando. Esta noche dormiré bien.
martes, 5 de marzo de 2019
Cinco de marzo
Siempre o casi siempre escribo por la noche, cuando el día termina. Al fin y al cabo esto es un diario. Hoy no me sucedió nada fuera de lo común salvo saber de seres humanos que no conocía antes y dejaron una huella en mí. Personas de las altas montañas cubiertas de nieve, personas del llano de almendros en flor, vecinos de nuestra pequeña ciudad. Ese es el punto en el que siempre debo estar con los oídos bien abiertos y toda mi profesionalidad al servicio de quien se sentó al otro lado de mi mesa.
Sí, lo sé, soy un privilegiado. Poder ayudar y resolver dudas de personas como yo. No existe un día en el que no sea consciente de esa suerte y esa oportunidad.
Ladra un perro. El tiempo pasa. Hoy trabajé, como todos los martes, por la mañana y por la tarde, hasta las siete. Estoy muy cansado mentalmente y voy a acostarme a pesar de la hora tan temprana. Bona nit a tothom. Buenas noches a todas y todos. El perro sigue ladrando, pero sé que en cuanto ponga mi cabeza en la almohada despertaré en otro mundo.
lunes, 4 de marzo de 2019
Cuatro de marzo
El río continúa fluyendo hacia el mar frente a mi casa. La noche ha llegado. Mira las estrellas lejanas, tan lejanas que hace millones de años murieron y contemplas su luz viajando a través de distancias casi incomprensibles. Cena tranquilamente con tu familia o con tu gata, cena solo o no cenes nada antes de irte a dormir. Somos criaturas de un día.
domingo, 3 de marzo de 2019
Tres de marzo
Me desperté de la siesta
helado, encogido de frío. Si
al levantarme de la cama
me hubiese encontrado
en una colonia marciana
azotada por una tormenta de arena
no me hubiese extrañado
mucho más que
encontrarme en este piso de Barbastro,
Huesca,
Aragón,
España,
Europa,
la Tierra.
Vivimos un sueño y,
en ese sueño,
dormimos y
vivimos
más sueños.
sábado, 2 de marzo de 2019
Dos de marzo
Por la mañana fuimos a pasear por el campo como cada fin de semana. Costumbres. Al cabo de uno o dos kilómetros vimos a un lado del camino los cuerpos de dos raposas, dos zorros. Por el entorno y la anchura de la vía yo diría que era imposible que hubiesen muerto atropellados: campo a un lado, un canal de agua al otro, así que sospecho que fueron víctimas de cazadores que, camino de su coto, vieron a los animales y les dispararon. No, no me detuve a hacerles una autopsia, pero en cualquier caso ha salido en las noticias que un cazador de Huesca, un psicópata, mató a golpes a un zorro delante de la cámara del móvil de un compañero cazador. La sentencia ha sido absolutoria porque la ley considera maltrato sólo a los animales domésticos, a los que dependen de nosotros, no a los silvestres. Es una sentencia que ha causado revuelo pero ahí está. Me he acordado de ella al contemplar los dos zorros muertos a la derecha del camino. Piel preciosa de cuerpos muertos agitada suavemente por la brisa.
A ver, voy a ser muy claro: un cazador de verdad no mata zorros. No me agrada ninguno, pero un poco más los que cazan perdices, faisanes y animales que se comen. Un cazador que mata, seguramente desde el coche, a dos zorros para dejarlos ahí tirados, pasto de los gusanos, es un miserable cabrón que debería plantearse seriamente sus conceptos morales.
Hice fotografías a los cuerpos de los animales muertos. Maite me dijo que qué pensaba hacer con ellas, (en mi imaginación pensaba publicar una de ellas en Instagram). Hablamos y me convenció. Las borré del móvil. Hace años publiqué alguna semejante, pero hoy no. No tengo derecho. Eran fotografías tristes. Podéis imaginarlas. Dos zorros muertos por disparos en el margen del camino. Esas imágenes no eran necesarias. Tengo mucha suerte de vivir con una persona tan sensible e inteligente.
viernes, 1 de marzo de 2019
Uno de marzo
Por la tarde fui al supermercado a comprar víveres. Me gusta escribir víveres en vez de comida porque así es como si viviese en lo más profundo de Alaska. Pero era comida, lo admito. Y no vivo en Alaska, eso también lo admito. Mierda.
Qué gracia me han hecho los niños disfrazados. En un carro, de pie junto a la compra, había una niña preciosa con gafitas redondas vestida de princesa de Disney, y más allá, en otro pasillo, un niño con su rostro pintado de rojo y un disfraz de demonio, con sus blanditos cuernos de diablo en la cabeza. Y otro, un poco más mayor, con una especie de mono con cremallera delantera y barriga blanca representando un animal que ni entonces ni ahora mismo me siento capaz de identificar.
También había muchos adolescentes comprando alcohol. Chicas y chicos haciendo acopio de ron, vodka, refrescos y hielo. Me han inspirado ternura. Yo no he perdido repentinamente la memoria al hacerme mayor. En un momento dado una de las chicas le ha dicho a otra: "Llama a Yago para que entre con el carro". Yago era, evidentemente, el mayor de dieciocho años que les iba a sacar la bebida de la tienda.
Yo he seguido con mis cosas (entre las que se encontraba, por cierto, comprar alcohol), pensando en el carnaval. Nunca me gustó. No, no me gusta. Soy tan soso que lo encuentro innecesario e impostado, aunque sé que las personas que lo viven de verdad están en las antípodas de lo que yo pienso. El carnaval de Tenerife con esos trajes grotescos y gigantescos sobre una joven que se piensa afortunada por el privilegio, las chirigotas de Cádiz cantando todos a la vez cosas sobre la actualidad política vestidos para la ocasión y haciendo caras y extravagancias... No sé. Es que ni siquiera siento indiferencia: no me gustan. Cambio de canal en la televisión.
Pero lo respeto, sólo faltaría. Y conozco más o menos los antiguos orígenes del carnaval, cuando los esclavos se convertían en amos y los amos en esclavos, cuando todo se subvertía temporalmente en alegre chanza y orgías y comilonas; y luego, durante el cristianismo, como una especia de despedida de la alegría y la desvergüenza antes de los tristes días de la Semana Santa.
Lo respeto pero no me alcanza. Esa es la palabra: no me alcanza. No me dice nada. Sé que parezco un abuelo de noventa años no demasiado alegre pero así es: no me alcanza.
Eso sí, los niños disfrazados en el supermercado, inocentes, pequeños, me han enternecido de un modo inversamente proporcional a los sentimientos que me producen los hombres adultos disfrazados de putas.
jueves, 28 de febrero de 2019
Veintiocho de febrero
Febrero termina como si nunca hubiera existido, como si en vez de llamarse febrero se llamase enero o marzo a pesar de esa pequeña característica, casi invisible, de durar menos. Porque febrero no sabe, nunca lo ha sabido, que es raro.
Con el calor han regresado los insectos, que no conocen de estaciones ni de cambios climáticos ni de máquinas rodantes en Marte dirigidas por control remoto a través del espacio.
Pienso: "todo es raro", y a continuación caigo en la cuenta de que ya lo era antes, mucho antes, de que yo lo escribiera.