Hoy nuestro hijo pequeño ha cumplido veintidós años. Estábamos nosotros, sus padres, su novia Raquel y su hermana Paula. Ha sido bonito, porque en nuestra familia no somos de celebrar este tipo de cosas. Raquel había cocinado su primera tarta de queso con frutos del bosque, que estaba buenísima, y el horno se ocupó de un ternasco de la zona con patatas. Una comida y una celebración sencillas pero muy bonitas. Creo que él no se esperaba una ceremonia al uso. Mientras todo sucedía yo le observaba y me asombraba su belleza, su risa de reto al mundo presente y por venir, su energía agotadora. Pensaba en lo pequeño que era cuando por primera vez lo tuve en mis brazos, un gusanito como todos los recién nacidos. Cada día, en mi trabajo, atiendo a jóvenes parejas que acaban de tener un bebé y es de las cosas que más me gusta hacer: sus rostros cansados y al mismo tiempo estupefactos e ilusionados. A veces tengo ganas de decirles que esas gusanitas y gusanitos acabarán convirtiéndose en mujeres y hombres más altas y fuertes que ellos, pero no lo hago porque eso es algo que cada pareja merece la pena descubrir sin que nadie se lo anuncie.
Hoy Carlos Miramón Puértolas ha cumplido veintidós años. Es una buena persona, con sus defectos y sus virtudes, como sus padres, pero bueno como no se puede ser más bueno, en el sentido estricto de la palabra: igualitario, feminista, libre, alegre sin límite, amigo de sus amigos, amante de su amor.
Todo está bien, salvo que no llueve. Llevamos días con cielos de inminente lluvia que luego quedan en casi nada. Cuatro gotas. Cinco personas. Una tarta primeriza propia de una pastelería y mucho cariño compartido. Y el amor, el amor, siempre el amor. Feliz cumpleaños, mi príncipe.
lunes, 22 de abril de 2019
Veintidós de abril
domingo, 21 de abril de 2019
Veintiuno de abril
Ayer fuimos de excursión a la ruta de los azudes, en Pozán de Vero. Hoy hemos ido a Torres de Alcanadre para hacer una ruta que partía de una ermita y recorría un sendero hoy por hoy muy abandonado que en algunos tramos acompañaba al cauce del río Alcanadre. El paisaje era premonegrino, austero, cubierto de aliagas y y otras plantas que pinchaban, roca arenisca, pequeños pinos inferiores a nuestra estatura.
Soy de los que piensan que no hay lugar estrictamente feo sino la mirada que se deposita en él. Nuestra excursión de esta mañana ha sido muy bonita, pero nos hemos dado cuenta de que el sendero había sido invadido por la vegetación e incluso algunos de los postes de madera indicando la dirección habían caído al suelo sin que nadie se hubiera preocupado, en años, de ponerlos en su sitio. A menudo nos ha costado trabajo encontrar el camino, lo cual, tampoco voy a negarlo, nos ha hecho sentir exploradores de otro tiempo.
Paula echa de menos estos paisajes cambiantes. Al lado del río Alcanadre la vegetación de ribera crecía verde y maravillosa a pocos metros desde donde la admirábamos, terreno de matorral, romero en flor, zarzamoras, líquenes, musgo amarillo, malas hierbas y, como malas, protegidas por todas sus armas.
Hay una belleza antigua en los bosques de Noruega, quién podría negarlo. Árboles de diámetros inmensos y alturas épicas. Pudimos disfrutarlos el verano pasado. Agua, hierba, lagos, arroyos por todas partes. Hay una belleza antigua, es verdad, pero también monótona.
Paula, que ha venido a pasar unos días con nosotros, disfruta de la variedad de paisajes y, sobre todo, del disfrute de cambiar cada pocos kilómetros de naturaleza, incluso aunque ésta haya sido modificada por la humana. Me ha pedido que aparcara a un lado de la carretera junto a un campo de colza. El cielo era gris de lluvia y el campo amarillo intenso brillaba como un milagro alienígena.
Cuando nuestra hija viene a visitarnos recupera los campos de cereal, las amapolas, la aliaga, los altísimos cielos azules, las encinas carrascas, los pinos y enebros, las zarzamoras, los lirios silvestres, las margaritas, el paisaje de su infancia. Es cierto: no son los bosques vikingos entre los que ahora vive y que, para una temporada, lo mismo te dejan con la boca abierta. Pero echa de menos la variedad de que todo cambie si conduces unos kilómetros hacia Benasque o Bielsa o si los conduces hacia Sariñena y Tardienta. Incluso si conduces, como hacemos tantas veces, hacia el desierto que rodea a Zaragoza. Ella conoce, desde su infancia, la variedad, y tras eso todo es pobre y escaso.
sábado, 20 de abril de 2019
Veinte de abril
La noche hizo su milagro y desperté bien, con apetito aunque con miedo de volver a vomitar, un miedo que poco a poco se mostró infundado.
Fuimos de excursión a Pozán de Vero, un pueblo muy cercano a Barbastro. La ruta de los azudes. Todo estaba señalizado. Bosque de ribera, pájaros cantando, sol. Nuestra hija era feliz y nosotros también.
Ahora es de noche. He cocinado albóndigas caseras para mañana.
Cuando uno es joven nunca piensa en estas cosas. Que creará una familia. Que cocinará para ella. Que escribirá sobre estas maravillas cotidianas de su devenir.
viernes, 19 de abril de 2019
Diecinueve de abril
Un día con dos caras opuestas: me he levantado mal, con mucha ansiedad, aunque he podido llegar al piso de Barbastro ya un poco tocado. No tenía nada de apetito y, tras tomarme un orphidal, me he ido a la cama para intentar relajarme, pero no he podido dormir. Poco a poco la pastilla ha ido haciendo su trabajo y, pensando que estaba mejor, como no había ingerido nada desde el capuchino de la mañana, he comido una manzana. Al cabo de dos horas la he vomitado toda, así que he ido a buscar a mi hija a la estación de autobuses en un estado de debilidad importante. Aunque todo se me ha pasado al verla venir hacia nosotros con una sonrisa de oreja a oreja.
Por la mañana despertó en Bergen, Noruega, y esta noche cenará en Barbastro, España. Qué extraño es viajar en estos tiempos. Espero que la noche me cure un poco.
jueves, 18 de abril de 2019
Dieciocho de abril
El segundo mesías vino a la tierra en Siria, no muy lejos de donde lo había hecho su antecesor dos mil años antes. Tenía seis años cuando un avión de guerra bombardeó el edificio donde vivía convirtiéndolo en escombros y matando a todos sus habitantes. Él, naturalmente, resucitó a los tres días, pero eran tantas las toneladas de cemento y hierro que presionaban su pequeño cuerpo destrozado cerca del de sus padres y sus hermanas y hermanos, que no pudo hacer otra cosa sino esperar. Al cabo de unas semanas, después de sufrir el proceso de corrupción de los cuerpos de su familia, alguien abrió una grieta de luz en los escombros que lo sepultaban. Cuando vieron su estado aparentemente vivo cerró los ojos y se hizo el muerto. Como mesías era capaz, sin siquiera saber cómo, de hacer muchas cosas: no sentir hambre, no sentir sed, detener los latidos de su corazón. Lo enterraron en una fosa común junto a los suyos. Allí yace en la verdadera muerte eterna, inocente como un cordero, sin saber que había venido al mundo a salvarnos por segunda vez.
miércoles, 17 de abril de 2019
Diecisiete de abril
Durante todo el día parece que va a llover pero no llueve. El cielo tiene la textura de un terciopelo gris sobre la ciudad. También mi organismo, especialmente sensible siempre a todo lo que pueda impedirme ser feliz, lo siente. Pero soy experto en llevarme a mí mismo la contraria. Que el clima no sea más fuerte que mi deseo: ese es mi reto. Tecleo en el portátil como un pianista tocando a Chopin.
martes, 16 de abril de 2019
Dieciséis de abril
Sigo a la NASA en Instagram porque me gustan mucho los lanzamientos de las naves que se alejan de la fuerza de la gravedad de la tierra. Cuando la cuenta atrás termina ves el descomunal gasto de energía que es necesario para que ese artefacto pueda vencerla y escapar de ella. Es algo de lo que no nos damos cuenta en el día a día. Que las cosas pesan, que se posan siempre en dirección al centro de nuestro planeta. Cuando contemplas despegar un cohete se hace visible la potencia de esa realidad, hacen falta millones y millones de kilos de combustible para lograr huir hacia la ingravidez del espacio. Son cosas que me hacen pensar, y también imaginar.
lunes, 15 de abril de 2019
Quince de abril
Contemplo perplejo el feroz incendio de la Catedral de Notre Dame, en París. La aguja ya ha caído y el fuego arrasa con todo. Las mangueras de los bomberos no tienen la potencia necesaria para alcanzar el tejado desde la calle, y ya se habla de utilizar agua desde el aire, a pesar de le inmensa nube de humo que se ve desde cualquier punto de la capital francesa. Voy a estudiar su antigüedad y descubro que su edificación comenzó en el año 1163 y se terminó en 1345. Tal vez estoy contemplando ahora, en 2021, una época de ciencia ficción para quienes la construyeron, un hecho tan histórico como triste. Todo apunta a que el incendio se inició en los andamios que estaban retirando las estatuas de bronce para restaurarlas.
Después de la perplejidad ha asomado en mi alma la natural tendencia al estoicismo que me caracteriza. La Catedral de Notre Dame hubiese podido arder en los últimos siglos como en los siguientes y está sucediendo ahora, frente a mis ojos observando una pantalla que los constructores medievales ni siquiera pudieron imaginar.
¿Qué importancia tiene en realidad? Todo avanza hacia la entropía: el desorden, la mutación y degradación de nuestros órganos vitales, el universo y también las catedrales, las ciudades, los bosques.
Sí, lo sé: soy la alegría de la huerta.
domingo, 14 de abril de 2019
Catorce de abril
Como cada fin de semana que pasamos aquí, en Barbastro, fuimos a caminar junto al canal. Los pájaros se llamaban de árbol en árbol. Los campos de cebada regalaban el verde esmeralda que pronto se apagará, igual que las amapolas y las aliagas amarillas. El cielo estaba nublado, con lo cual cualquier fotografía que hiciera sería maravillosa, pero habíamos venido a caminar vigorosamente nuestros seis kilómetros en algo menos de una hora ida y vuelta y sólo pude hacer una. Nos cruzamos con una pareja de ciclistas a quienes saludamos y nos saludaron amablemente. A veces la vida es algo sencillo.
Anotado por Jesús Miramón a las 23:52 | 2019 , Diario , Fotografías
sábado, 13 de abril de 2019
Trece de abril
Hoy por la tarde he conducido a través de los Monegros en dirección al pequeño pueblo de Robres, donde se ofrecía una misa funeral por la prima de Maite que murió el viernes de la semana pasada.
Los Monegros siempre me han fascinado, aunque hacía muchos años que no los recorría y he descubierto que el regadío ha modificado el paisaje anteriormente seco y yermo en grandes campos de cereal. Pero la carretera seguía siendo la de siempre, estrecha, sin señalizar muchas veces, y con rectas de kilómetros y kilómetros entre un paisaje casi plano salpicado aquí y allá de peñas de arenisca moldeadas por el viento y pequeños bosquecillos junto a acequias y canales.
La misa ha sido larga, monótona y triste. Nos poníamos de pie. Nos sentábamos. Volvíamos a ponernos de pie, a menudo con dudas de unos y otros; volvíamos a sentarnos. El sacerdote, un hombre más joven que yo y que sabía leer, ha convertido el vino en la sangre de un judío que vivió en la Palestina de hace dos mil años y el pan en su carne, para proceder posteriormente a su deglución.
Vale: me eduqué en un colegio religioso. De Dominicos concretamente. Sé de qué va. Todos los martes teníamos misa. Y los domingos también, claro. Pero ahora que soy mayor, ahora que he podido asombrarme ante la imagen de un agujero negro en el espacio profundo, ahora que me fascinan la paleontología y la arqueología y la ciencia ficción, sólo puedo asistir a misa en esos términos.
Me ha gustado un detalle que ha dicho el cura: "Y Jesús resucitó y se presentó ante los suyos con los agujeros de los clavos en las manos -o en las muñecas- y en los pies". Lo ha dicho así, literalmente: "o en las muñecas", y mientras me levantaba y me sentaba he pensado: este hombre ve documentales. Y sin embargo cree en la resurrección, en la virginidad de la madre de aquel judío y en todo lo que vendría después y nos trajo esta tarde hasta esta pequeña iglesia de un pueblo perdido en medio de los Monegros.
Respeto las creencias de cada cual a mi manera, es decir, no diciéndoles en voz alta lo que pienso de ellas. Creo que más no se me puede pedir.