sábado, 18 de mayo de 2019

Dieciocho de mayo

Se ha quedado dormida a mi lado. Yo escribo en la mesa baja del salón con los cascos puestos. La televisión está apagada (Eurovisión nos importa lo mismo a ella y a mí). Ayer fue su cumpleaños. Es una ventaja que no lea este diario. Imagino que alguien pensará: "¿Es su pareja y no lee lo que escribe en internet?". Pues sí, no lo lee: lo vive. Estamos juntos desde los dieciocho o diecinueve años, y nunca la he querido tanto. Hemos madurado juntos. Es preciosa. Durante mis crisis depresivas y de ansiedad supo estar a mi lado sin decir nada, sólo ahí, amándome. Todavía no sé exactamente por qué me quiere porque, en muchos sentidos, soy un desastre, pero sé que, sin su amor, yo me habría perdido para siempre en un bosque muy oscuro. Ahora mismo me río en silencio porque está absolutamente dormida en la butaca. No le molesta el ruido de las teclas. La miro y pienso que soy el ser humano más afortunado de la tierra y del sistema solar y de la galaxia. Y eso es todo por hoy.

viernes, 17 de mayo de 2019

Diecisiete de mayo

Hemos llegado a Zaragoza a las diez y directamente hemos cenado. Como otras veces, he venido a la habitación de mi hija Paula a escribir este diario en la mesa que tenía en Binéfar, sentado en su pequeña silla de escritorio. Nunca hemos sentido el síndrome del nido vacío, tuvimos nuestros hijos para dejarles volar y vivir sus propias vidas, pero veo sus dibujos en el tablero de corcho y siento una punzada de nostalgia.

¡Fuera! ¡Fuera de mí, sentimiento inútil salvo para los malos poetas! El día, este día, hoy, se acerca a su fin. Me sucedieron muchas cosas, sobre todo en el trabajo, pero estoy muy cansado para contarlas. Conozco muchos rostros de la naturaleza humana.

Conduciendo entre Barbastro y Zaragoza el sol ya en retirada transformaba los campos de cereal y las islas de roca arenisca coronadas de encinas carrascas en paisajes irrepetibles, de una belleza aparentemente fugaz que, sin embargo, se repetirá mañana. Es mi mirada la que convierte todo en algo fugaz, acabo de darme cuenta. Yo soy lo fugaz.

jueves, 16 de mayo de 2019

Dieciséis de mayo

Ayer fui a la peluquería y ahora mismo tengo el pelo de la cabeza más corto que el de la barba. Me dan ganas de pintarme los ojos con ceniza mojada y salir medio desnudo a la calle a saquear iglesias y violar y asesinar a personas inocentes. Vagar por bosques que ya no existen. Si Guillermo, mi peluquero desde hace tantos años, supiera.

miércoles, 15 de mayo de 2019

Quince de mayo

Hoy he tramitado dos maternidades y dos paternidades, además de una viudedad y muchas cosas más. Una de las madres tenía ojeras, estaba deshecha, me ha dicho: "Sólo ha dormido una hora, de doce a una". Por supuesto, mientras estaba al otro lado de la mesa, Vera dormía como una santa gusanita (que es lo que son con quince o veinte días de existencia en este mundo raro).

Me encanta atender a madres y padres primerizos, es de las cosas que más me gustan entre todas las que hago en mi trabajo. Parejas tan jóvenes como Maite y yo lo fuimos una vez. Sin instrucciones pero con esa mezcla de maravilla, responsabilidad y confianza. A veces me preguntan: "¿Tú tienes hijos?", y yo les contesto. Creo que les ayudo un poco aunque todo da igual, porque cada experiencia es única en el universo. Básicamente les digo que pasen de las revistas y manuales y hagan lo que les diga el corazón. Nuestra hija durmió con nosotros, porque si no no dormía, hasta no sé qué edad, no lo recuerdo, y ahora es una brillante doctoranda en Noruega. No existen manuales, no hay que seguir a ningún gurú. No hay verdad más fuerte que la de nuestro instinto y nuestras necesidades básicas, que, en nuestro caso, eran poder dormir. ¡Poder dormir!

Cuando hemos terminado se levantan al otro lado de la mesa, me dan las gracias y se alejan empujando el cochecito donde duerme la gusanita que se convertirá en una mujer maravillosa, el gusanito que se convertirá en un hombre maravilloso. Yo lo contemplo todo desde mi atalaya de los cincuenta y seis años que cumpliré en pocos días, pero no puedo dejar de emocionarme. La minúscula llama de nuestra presencia en el universo continúa brillando.

martes, 14 de mayo de 2019

Catorce de mayo

Suena una moto en la calle. La ventana está abierta. Su ruido se aleja. Como cada noche, tengo sueño pero me da pena dar por acabada esta página. Una página absolutamente cotidiana y sin ninguna importancia por lo demás: ¿qué pena debería darle a nadie? Ninguna. Estoy cansado, eso es lo que me pasa. Muy cansado -los martes trabajamos hasta las siete de la tarde. Tantas voces, tantos rostros, tantas preguntas, tantas situaciones diferentes: esperanza, desesperación, asuntos sin peso aparente.

La desaparición del ruido de la moto ha dejado el barrio en silencio. Suele pasar. El ruido nos recuerda lo que teníamos y perdimos temporalmente, como sucede con la salud. Me tumbaré en la cama, cerraré los ojos, respiraré profundamente tres o cuatro veces y me dejaré arrastrar por lo que venga, sin miedo. Nací muerto.

lunes, 13 de mayo de 2019

Trece de mayo

Ha llegado el calor y, con él, los insectos. Vuelan hipnotizados alrededor de las farolas encendidas de la calle nocturna, una nube que se acerca y se aleja. Luego vendrán los pequeños murciélagos de alas de amapola para ponerse las botas. Todo es tan extraño.

domingo, 12 de mayo de 2019

Doce de mayo

En el piso que quedó vacío hace unas semanas frente a mi dormitorio se ha instalado una nueva familia. Un hombre se asoma a la calle y se pone a silbar. No son canciones que yo conozca, tengo la impresión de que improvisa. Mezcla música celta, clásica y jazz, yo diría. Silba muy bien. He estado a punto de asomarme yo también a la ventana y ponerme a aplaudir, como en un concierto.

sábado, 11 de mayo de 2019

Once de mayo

El viento agitaba las ramas de los árboles y convertía los campos de cereal en estanques de olas vegetales. Ahora es tarde. Había olvidado esta tarea. La he recordado poco antes de irme a dormir. Deberes. Pensé que al hacerme mayor no los tendría, pero los tengo. Y me los pongo yo. Hay que ser idiota.

viernes, 10 de mayo de 2019

Diez de mayo

Hoy está siendo un día de muertes. Como todo el mundo sabe, ha fallecido el político español Alfredo Pérez Rubalcaba, del Partido Socialista. Lo he sentido porque el gesto de que al retirarse de la política decidiese regresar a dar clases en la Universidad en ver de sentarse en Consejos de Administración de empresas eléctricas, etcétera, le convierte a mis ojos en un hombre bueno y honesto.

Pero hay otra muerte que en esta casa ha dolido más. Anoche una alumna de Maite de treinta y tantos años se mató en un accidente de coche. Lo ha sabido, ahora que trabaja en Barbastro, por la llamada telefónica de una compañera del departamento de Lengua y Literatura del Instituto de Binéfar.

La recordaba perfectamente, incluso a su marido, que también fue alumno suyo y ahora ha quedado viudo con una niña de un año y medio de edad. Me decía: "Veo sus rostros".

Pasan muchos rostros ante los ojos de una profesora con más de treinta y dos años de profesión, pero me asombra su memoria. Recordaba sus nombres y apellidos, a pesar de que les dio clase hace muchos muchos años. Me ha hablado de ella, de que hizo biología, de que trabajó en la clínica Quirón de Zaragoza y ahora se estaba preparando para reconvertirse en docente. Precisamente regresaba de esa ciudad cuando tuvo el accidente anoche. A su antigua profesora le ha afectado mucho.

Todos lo sabemos: detrás de cada accidente de tráfico, después de cada muerte inesperada, hay personas y ondas concéntricas. La de esta casa está muy lejos del núcleo. No podemos imaginar el dolor de los padres, hermanos, amigos. El dolor de ese padre joven que de pronto se ha quedado sin su compañía y con un bebé en los brazos. Pero son cosas que suceden. Lo sé yo en mi trabajo, lo saben en las ambulancias y lo saben en los hospitales.

La muerte nos rodea constantemente. Viaja a nuestro lado. Forma parte del contrato. "Te permití nacer, pero vivirás hasta que yo quiera". Ictus, infartos fulminantes, cáncer, accidentes de tráfico. Vivamos hoy, vivamos ahora. Y no olvidemos nunca que sufrir y llorar también es vivir.

jueves, 9 de mayo de 2019

Nueve de mayo

Hace años escribí aquí mismo que la vida era como una cerilla que se apaga. Un lector a quien le he perdido la pista, un hombre maravilloso, Luis Rivera, me contestó y me dijo: "No, la vida no es una cerilla que se apaga; la vida es una antorcha que pasa de generación en generación, de mano en mano". Nunca lo olvidé.

Mientras escribo escucho el Agnus Dei de Mozart. Mi hijo estuvo en Viena hace algunas semanas y me envió unas imágenes de la casa donde vivió uno de mis músicos preferidos. Todo se entreteje. La luz viaja de mano en mano. El caos es sólo una apariencia: basta con visualizar las imágenes de nuestro planeta desde la Estación Espacial para saber que, en realidad, a esa distancia, no existe.

Pronto cumpliré cincuenta y seis años. Soy como un cohete alejándose lentamente del principio, impulsado por el combustible no infinito de mi curiosidad.