Libro muchas batallas a la vez pero todas son pequeñas. Ahora envío una crema con corticoides hacia aquel valle, ahora detengo una columna tras las colinas con cortisona para tranquilizar las cosas en ese sector y permitirles descansar y, a continuación, vuelvo a mi tienda, como un pollo a l'ast con las manos (existen pocos placeres semejantes que puedan hacerse con las manos) y bebo vino directamente de mi cuerno de uro y ordeno a las tropas que no me molesten hasta el amanecer excepto circunstancias de mucha necesidad.
Ser un conquistador es duro, muy duro. Y lo más duro, lo que nadie sabe, es que en realidad me precipito hacia adelante empujado por las circunstancias, no por mi voluntad.
Si realmente fuese tan valiente como creen mis tropas, haría detener la horda y les diría: "Yo lo dejo aquí. Elegid un nuevo general y hacedlo bien, alguien con palabra que cumpla lo que dice". Me voy. No os deseo ni buena ni mala suerte, y ahora dejadme terminar con las manos grasientas mi pollo a l'ast y mi cuerno de uro lleno de vino y miel, dejadme ser feliz antes de desaparecer en las lejanas estepas donde asoman colmillos de mamut en la tierra helada".
Pero no soy realmente tan valiente como creen mis tropas, y los colmillos de mamut asomando de la tierra helada es el recuerdo de un sueño. Nunca viajé tan al norte. Me lo contaron viajeros extranjeros cuando era niño.
---
He dormido bien sobre las pieles de lobo. Despierto y salgo al exterior. A lo lejos, en el estuario del mar de plata, columbro el brillo de los mármoles de los templos. Antes de subir a mi caballo tomo mi antidepresivo y los ansiolíticos de cada mañana; un capuchino con pan tostado y aceite de oliva virgen extra: rutinas. Mi ejército me observa expectante. Hoy tengo que conquistar Roma. No puedo fallar.
miércoles, 10 de julio de 2019
Diez de julio
martes, 9 de julio de 2019
Nueve de julio
Finalmente por la noche llovió mucho, y al despertar entraba por el balcón la mezcla del aroma de la hierba húmeda que crece junto al río y el cemento y el asfalto de la calle mojados por la lluvia. No sabría decir si era un olor dulzón, antiguo, fresco o cálido, pero era claramente el eco que la lluvia había dejado en mi calle, y me asomé a ella en calzoncillos y lo inspiré con deleite porque lo echaba tanto de menos.
Por desgracia con la luz del sol ya no volvió a llover más, y poco a poco el calor regresó a sus dominios deseoso de vengarse sin piedad de quienes le habíamos traicionado.
lunes, 8 de julio de 2019
Ocho de julio
En los programas que predicen el tiempo meteorológico anunciaron tormentas para hoy y mañana. Todos lo esperábamos con anhelo, así que esta mañana, cuando el cielo se ha puesto negro al otro lado de los ventanales de la Agencia Comarcal de Información de la Seguridad Social de Barbastro, todos nos hemos empezado a ilusionar. Alguno -vale: yo- incluso se ha atrevido a decir: "¡Pero que no sea granizo!", pensando en las viñas esplendorosas y los campos de maíz creciendo centímetro a centímetro cada noche.
Pero, oh, vana ilusión, fueron cuatro gotas que, al contactar con el suelo caliente, convirtió la atmósfera de la calle en una especie de pequeña sauna, y nada más. Nada más. Volvió a salir el sol ante nuestras miradas estupefactas. Nada más. El verano siempre, siempre, siempre es cruel. Y más que lo será. "Que no sea granizo", ¿qué idiota dijo eso?
domingo, 7 de julio de 2019
Siete de julio
El domingo discurre tranquilamente bajo esa distorsión de la luz sobre las carreteras y los edificios que genera el calor extremo. Aunque en mi cubículo contaminador con el aire acondicionado a veintitrés grados me siento como un astronauta a salvo mientras exista energía en la nave.
Por la mañana muy temprano, la única hora en la que se puede salir a caminar seis kilómetros, Maite y yo fuimos a pasear. Hoy no vimos ningún animal salvo las aves que siempre están ahí. Durante unos minutos pensé que volveríamos a ver otro jabalí en el agua huyendo hacia la vegetación de nuestra presencia, una repetición no prevista, un fallo de Matrix, pero no sucedió. Tal vez nuestras vidas son realmente improvisadas.
Ayer por la noche regresó mi hijo Carlos Miramón del campamento más allá de los Llanos del Hospital, en Benasque, una experiencia de montaña organizada desde hace muchísimo tiempo por un hombre extraordinario de Binéfar, Faustino Rami; unos campamentos a los que comenzó acudiendo de niño y ahora, con veintidós años, va para echar una mano si no trabaja. Me gusta que mi hijo ame la montaña y la naturaleza. Me gusta también que los niños y niñas que acuden a esos campamentos le quieran mientras camina montaña arriba con cinco o seis mochilas colgadas de su cuerpo.
El hecho es que anoche regresó de la montaña y quería comer mi comida. Ya sabemos lo que sucede en esos sitios donde comen niños, adolescentes y adultos: comida de rancho, que guste más o menos a todos y que tampoco sea muy cara: salchichas de frankfurt, arroz a la cubana, macarrones con tomate, pollo rebozado, etcétera (creo que por cualquiera de esta comidas moriría ahora mismo, pero ya me comprendéis). Así que hoy ha comido una crema de puerros fría que hice el otro día y un bacalao desalado a la vizcaína con su carne de pimiento choricero y su tomate y sus pimientos y su canesú que estaba para, como ha sucedido, fundirnos media barra de pan. En esta casa nos gusta comer comida de yaya, que decimos. Yo soy un experto cocinero de comida de yayas.
¿Que por qué he hablado de mi hijo y de lo que hemos comido? Porque ha formado parte de este domingo que, sí, lo sé, lo he repetido mil millones de veces y lo haré otra vez: no se repetirá nunca. A menos que exista un repetición extraña, un déjà vu, un fallo del software que rige toda esta experiencia maravillosa y extraña al mismo tiempo. Mañana es lunes. Me gusta tanto mi trabajo que no siento ninguna pena por eso. Pero lo que está sucediendo en el Mediterráneo sí, mucha. Y también indignación.
sábado, 6 de julio de 2019
Seis de julio
Como hace tanto calor esta mañana fuimos a dar nuestro paseo junto al canal a las siete y media de la mañana. A las ocho sorprendimos a un jabalí dándose un baño que, al vernos, salió corriendo y se escondió en la espesura. Estaba allí, a dos metros, y pensé en todas las veces que he visto huellas de jabalí en el barro de los charcos del invierno, y pensé que si estaba viendo a uno es porque hay cien, y los hay, y más de cien, tal vez miles, porque me lo dicen los agricultores, sobre todo los que cultivan maíz. "Si una piara se adueña de un campo cuando vayas a cosechar tendrás un montón de círculos sin una mazorca en condiciones". Porque son muy listos y van cambiando de ubicación. Listos y duros. Una mañana en el trabajo otro agricultor me decía: "Y no sabes lo duros que son, pueden comer todo, hasta veneno, y no les pasa nada. Hasta zapatos viejos tirados por ahí se comen, se lo comen todo y no les pasa nada. No hay animal más duro y resistente que el jabalí", decía.
Ha sido una experiencia bonita. Yo no soy cazador ni tengo una opinión especialmente favorable hacia la caza, aunque reconozco que al no existir depredadores naturales especies como el jabalí se están convirtiendo en una plaga, al menos en este territorio. Pero ha sido bonito ver a un animal verdaderamente salvaje en plenitud de facultades, no muerto, no atropellado, no enfermo, nadando en el canal y saliendo a toda velocidad de él al vernos. No era un ejemplar grande, parecía joven. Tal vez por eso se dejó llevar y siguió actuando a la luz del sol, sin esconderse al amanecer como hacen todos.
Siempre que vamos a caminar por el campo lo hago con los ojos bien abiertos. Normalmente sólo hay aves. Una zona de abejarucos, otra de aviones comunes como los que anidaban en el alero de nuestra casa en Binéfar. Y verderoles, jilgueros (cardelinas las llamamos en Navarra y Aragón), pequeños gorriones moros en pequeñas bandadas jugando con nosotros volando de arbusto en arbusto al ritmo de nuestro paso. Y me gustan mucho los pájaros, sobre todo los pequeños y alegres cuyo canto siempre es superior a su aspecto, pero me ha gustado ver a un gran mamífero. Una vez vimos un zorro que se detuvo, se nos quedó mirando y después siguió su camino al trote, sin correr ni nada.
Este mundo no es nuestro. Lo compartimos. Sólo, como el resto de especies que nos rodean, desde los insectos a las ballenas azules, podemos vivir aquí de modo natural. Respirar el venenoso oxígeno que nos oxida. Soportar los rayos ultravioleta del sol. La gravedad que ha conformado nuestras columnas vertebrales y la presión arterial de la sangre en nuestras venas. Tal vez deberíamos ser conscientes de algo tan simple: cada animal y cada planta, desde el más pequeño a la más grande, son nuestros hermanos. Nosotros somos caníbales y ellos también. Pero somos hermanos. Pertenecemos a este pequeño lugar del universo y, por ahora, sólo aquí podemos vivir y morir en condiciones naturales.
viernes, 5 de julio de 2019
Cinco de julio
Es un poco extraño vivir en una zona relativamente céntrica de la pequeña ciudad y oír el croar de las ranas a través del balcón abierto. La ilusión de vivir en el campo si cierro los ojos.
Hoy he jubilado a una señora que tiene una yegua. La montaba su hija hasta que se emancipó y se fue de casa. Yo sé que los caballos, si no se montan a diario o cada semana, además de engordar se asilvestran, no se dejan domar con facilidad después. Lo hemos comentado. Me ha dicho, "no, la yegua ya es muy vieja y se ha amansado por la edad".
Se ha amansado por la edad. ¿Será cierto eso? Yo siento que me he calmado, a pesar de la ansiedad crónica y la depresión, etcétera. Apenas ya no entro en discusiones porque he aprendido que no se convence a casi nadie de nada. Pero, ¿amansarme? Puede ser. Tendría que preguntárselo a Maite: "Cariño, ¿me he amansado con la edad?". Voy a preguntárselo y ahora vengo.
Ya he vuelto. Se lo he preguntado y me ha dicho que sí. Pregunta resuelta. La señora de Pozán de Vero tenía razón.
Croan las ranas junto al hilo de río que viaja estos días muy lentamente hacia el mar frente a mi casa, y también brilla la luna.
jueves, 4 de julio de 2019
Cuatro de julio
Al otro lado de la línea
está el suave susurro del
aire acondicionado y
mi inminente acercamiento a la cama
para dormir todo lo posible,
lo mejor posible y
lo más lejos posible.
Esta noche me apetece
la expedición que
desde hace años
viaja hacia un planeta
con posibilidades de
convertirse en un nuevo hogar.
Cierro los ojos.
Soñaré con eso.
miércoles, 3 de julio de 2019
Tres de julio
La línea que separa
los días se aproxima
y yo todavía no
he escrito nada. Pero
ahora eso
ya es mentira.
martes, 2 de julio de 2019
Dos de julio
Día raramente tranquilo en el trabajo. Incluso hemos podido hablar entre nosotros y yo salir a la calle para sacar dinero de un cajero automático. La temperatura ha descendido pero no lo suficiente para mí. Ahora, exactamente a las diez veintidós de la noche, hay veintiocho grados. No lo suficiente para mí, que soy feliz cuando todo el mundo tiene frío. Pero lo acepto, lo acepto como acepto mis taras, mis defectos, mis muchos defectos, aunque últimamente intento mejorar algunos de ellos, los más graves que, por vergüenza, no mencionaré aquí.
Como decía, hoy tuvimos un día relativamente tranquilo en la Agencia Comarcal de la Seguridad Social de Barbastro. Tres informadores y una ordenanza (subcontratada, qué vergüenza que la Administración recurra a estas malas prácticas). Se llama María, tiene la edad de mi hijo y es maravillosa, trabajadora, una mirada azul, limpia y sonriente, siempre de buen humor, buena, generosa, un ser humano de los que merece la pena que se crucen en tu camino. Y portera de fútbol, por cierto, en el equipo de Peña Ferranca de Barbastro. Y muy buena portera, según me han dicho. Un amor. Los tres funcionarios que quedamos en el fuerte la queremos mucho. Ojalá esté con nosotros mucho tiempo.
Al final la vida es esto, navegar conociendo paisajes, experiencias vitales, personas, situaciones concretas, cruces de vidas ajenas que dejan un eco y te enseñan o, a veces, desaprenden; cruces de vidas que iluminan la tuya con una luz que nunca hubieras imaginado.
En mi empresa, el Instituto Nacional de la Seguridad Social, hay compañeros que odian la atención al público, que la probaron y no pudieron con ella. Yo no podría hacer otra cosa, y no les critico. Te tiene que gustar, tienes que estudiar constantemente los cambios legislativos vertiginosos que últimamente se nos vienen encima (somos informadores, somos la primera línea), pero, sobre todo, lo más importante de todo para mí: tienes que sentir curiosidad por la naturaleza humana y querer ayudar. Querer ayudar es lo más importante, y, en mi caso concreto, querer conocer y aprender de las experiencias y presencias vitales de quienes se sientan al otro lado de mi mesa.
He tenido problemas derivados de mi trabajo. Estrés. Ansiedad. Gustosamente pago el precio por lo que me devuelve: conocimiento directo y sin filtros de mi propia naturaleza, compasión, paciencia, amor sin sujeto concreto, amor a mi especie, a quienes caminan tranquilamente por la calle sin saber que, con sus pequeños actos cotidianos, que yo conozco porque me los cuentan, son héroes y heroínas de las de verdad. Cuando mañana me levante y vaya a trabajar lo haré agradeciéndolo. Quién sabe qué seres humanos extraordinarios se sentarán frente a mí.
lunes, 1 de julio de 2019
Uno de julio
Suenan petardos. O cohetes, no sé. El barrio donde vivo es el de San Fermín (también es casualidad) y creo que esta semana o la que viene son, lógicamente, las fiestas. Una calle ya la han cerrado para instalar unas ferias de niños con tiovivos y esas cosas.
Quien me conoce sabe que odio las fiestas colectivas, las patronales, las de navidad, las del barrio, las del Pilar: todas. Forma parte de mi carácter, que ya se veía venir en la adolescencia, de viejo gruñón.
Odio las fiestas colectivas, incluidos los festivales de música, etcétera, y nunca entenderé por qué siempre se celebran en verano, cuando más calor hace y la aglomeración de personas intensifica ese calor y convierte la realidad en un infierno de sudor y empujones. Las fiestas deberían celebrarse en invierno. El verano en estas latitudes es incompatible con cualquier actividad que no sea pasiva, solitaria y, mejor que a la sombra, bajo el aire acondicionado.
A menos que estés de vacaciones y junto al mar o en la alta montaña, claro, que actualmente no es mi caso. Y otro petardo, venga. Odio los petardos, asustan a los animales y no sirven más que para molestar a todo el mundo. Sé muy bien dónde metería con un palo los petardos y cohetes de quienes los tiran, incluso podría hacer un dibujo. Oh, misericordia.