Ya han encendido los adornos luminosos de navidad en las calles de Barbastro. Afortunadamente son las mismas y modestas que en años pasados, no como en Vigo, Madrid o Málaga, donde han convertido la exhibición de bombillas en un espectáculo obsceno de malgasto de dinero y energía como no se había visto antes.
Las luces navideñas siempre me deprimen. La navidad en general me deprime, me entristece, tiene ese poder sobre mí. Absorbe el color de la vida y la transforma en una fiesta en blanco y negro, un acontecimiento de otras épocas. Bueno, no sé si esto le sucede a alguien más, no tiene importancia.
Hoy ha muerto una usuaria de nuestra agencia. Ángela. Le dieron tres meses de vida y ha aguantado un año. En la foto de la esquela que he leído en la plaza de la Diputación estaba más guapa y menos flaca que la última vez que la vimos. Era una mujer de carácter fuerte pero la enfermedad ha podido más que ella. Tenía cincuenta y siete años, uno más que yo.
Creo que hacerse mayor no consiste en madurar como ser humano, en ser más sabio o tener las ideas más claras, no, en realidad hacerse mayor es comenzar a ver por el rabillo del ojo cómo personas de tu edad van cayendo en la batalla, en el campo de minas, en el bombardeo invisible. La sensación de falsa inmortalidad de la juventud desapareció para siempre y, en cierto modo, no es malo que desapareciese. Es mejor la verdad que la mentira. Caminamos sobre los huesos de los muertos y cantamos sus canciones bajo la misma luna gélida que ayer contemplaban sus ojos.
martes, 3 de diciembre de 2019
Tres de diciembre
lunes, 2 de diciembre de 2019
Dos de diciembre
La semana pasada atendí a una madre que vino con una autorización y el DNI original de su hijo para que le cambiara el nombre en todas las bases de datos de la Seguridad Social. Desde hacía unos días se llamaba Andrés (nombre inventado), y antes Lucía (ídem). Diecinueve años recién cumplidos. En la fotografía del carnet de identidad aparecía un joven muy guapo y sonriente, y pensé en el largo camino que tuvo que atravesar hasta saber que en su cuerpo femenino había un chico. Pensé también en la suerte de ser hijo de unos progenitores abiertos, libres y llenos de amor hacia él, y estuve a punto de felicitar a su madre aunque, ahora me doy cuenta de que sabiamente, me contuve y simplemente, antes de que se levantara de la silla al otro lado de mi mesa de trabajo, le dije: "Ya está todo arreglado, ahora pasa al centro de salud con este documento que te doy y solicítale una nueva tarjeta sanitaria con los nuevos datos". Me miró un momento, casi emocionada, y antes de irse me dijo: "Muchísimas gracias, se va a poner muy contento". "De nada, un placer", le dije, y pensé que eso era más que suficiente para mí.
Anotado por Jesús Miramón a las 22:27 | 2019 , Diario , Vida laboral
domingo, 1 de diciembre de 2019
Uno de diciembre
Recuerdo el crujido de los peces comiendo en las rocas, mi cabeza dentro del agua respirando por el tubo unido a mis gafas de bucear este último verano, en agosto. Ese otro mundo de ingravidez mágica a pocos metros de la playa poblada de sombrillas y seres humanos como yo.
Hace mucho tiempo pude escuchar un archivo de audio en el que podía oírse el sonido de fondo del espacio profundo, y sonaba como una especie de crujido de baja frecuencia inaudible por el ser humano pero sí por las máquinas inventadas por él. Y una vez leí en alguna parte que el verdadero color del cosmos no era negro sino verde, un verde profundo y oscuro. Imagino que todas estas cosas andarán por internet, pero cuando escribo me da pereza ponerme a buscar porque eso significa dejar de escribir y no quiero.
Es fácil imaginar que así como en la playa basta con sacar la cabeza del agua para sentir el sol, el aire y el ruido de las personas como si el mundo de los peces y las algas estuviese a kilómetros de distancia de mis ojos, de modo semejante allí arriba pudiera suceder algo parecido. Al otro lado de un agujero negro, al final del viaje más largo del mundo. Otros sonidos, un universo entero de color melocotón poblado de estrellas negras.
sábado, 30 de noviembre de 2019
Treinta de noviembre
Sábado de recados. He ido a comprar a tres supermercados distintos, además de la panadería y la farmacia. Y antes de esos recados he cumplido disciplinadamente con mi sesión terapéutica de rayos UVA, diez minutos un día sí y otro no. De por medio he pillado capazos con varias personas, alguno de considerable duración. El cielo estaba nublado, casi turbio, y desde el actual Alcampo de la carretera, antes Sabeco, no se veían las montañas nevadas, sólo los edificios de la ciudad y la torre de la Catedral emergiendo en el centro. Como otras veces, he sentido con fuerza lo profundamente extraño que era estar allí de pie junto a la vieja Picasso observando mi pequeño mundo. Qué misterio es este.
viernes, 29 de noviembre de 2019
Veintinueve de noviembre
Finalmente este otoño ha terminado teniendo su tiempo para durar y satisfacerme. Es, de las cinco, mi estación favorita, y no deja de sorprenderme su belleza melancólica e insensible. Porque a la naturaleza no le importa nuestra sensibilidad o ausencia de ella, no le importan las fotografías tan previsibles que suelo hacer, no le importa nada. Si acaso, y lo escribo sabiendo que es mentira, la lenta retirada de la savia, la progresiva muerte de la fotosíntesis que termina con las hojas cayendo delicadamente al suelo. A veces me resulta agradable pensar y escribir mentiras así. Me parece que es como un tratamiento personal ante la dificultad de aceptar que nada tiene importancia. Por ejemplo: los árboles comienzan a dormir hasta la próxima primavera, desnudándose y dejando al descubierto los nidos vacíos. ¿En qué sueñan? Por ejemplo.
jueves, 28 de noviembre de 2019
Veintiocho de noviembre
Los días fluyen cada vez a más velocidad. Es algo imperceptible pero lo noto, lo siento a mi alrededor. Duermo, despierto, duermo, despierto. Y en medio la vida visible, la que huele y está poblada de otros cuerpos y otras mentes con las que interactúo. Duermo, despierto, y en medio las jornadas cada vez más rápidas precipitándose sin remedio hacia el futuro.
miércoles, 27 de noviembre de 2019
Veintisiete de noviembre
Esa mañana he tramitado la paternidad de un joven senegalés. El hecho no tendría nada de extraordinario porque prácticamente cada día hago paternidades y maternidades entre otras muchas cosas, pero este chico fue el protagonista, hace años, de un conmovedor acontecimiento en nuestra pequeña agencia comarcal. En aquellos tiempos los trabajadores del campo pagaban unas cuotas mensuales a la Seguridad Social, y S., apenas un chaval, extranjero con pocos rudimentos del idioma español, se había olvidado de pagar dos o tres recibos. La consecuencia de ese olvido era que en Extranjería no le renovaban la tarjeta de residencia y trabajo si en un plazo de unos pocos días no hacía frente a la deuda. Por aquella época él no tenía dinero y vivía en un piso junto a varios compañeros que le daban de comer y le ofrecían un colchón donde dormir. En un momento dado, presa de la desesperación de quedarse sin permiso de trabajo, se echó a llorar. Mi compañera le dio ánimos, le dijo que hablara con Cáritas, con los Servicios Sociales. Él se limpió el rostro con un pañuelo de tela y después salió a la calle.
Y aquí empieza la historia de esperanza en nuestra especie. Sentada en la zona de espera había una señora mayor, viuda desde no hacía mucho tiempo. Yo la conocía bien y sabía que su pensión no era ninguna fortuna, más bien lo contrario, pero al ser llamada a la misma mesa de la cual se había levantado el chico senegalés, le preguntó a la funcionaria si podía decirle el motivo de que aquel joven se hubiese ido llorando de la oficina. Mi compañera se lo explicó por encima, sin entrar en detalles, y la señora dijo: “Entonces, si no le he entendido mal, pagando esa deuda el chico podría seguir viviendo y trabajando en España, ¿verdad?”. “Sí, así es”. Fue en ese momento cuando la señora preguntó el importe, creo recordar que algo menos de trescientos euros, y nos pidió el recibo para poder pagarle la deuda a un joven extranjero a quien no conocía de nada. “Eso sí”, nos dijo, “les pido por favor que no le digan quién lo ha hecho, por favor, no quiero que se sienta en deuda conmigo ni con nadie”. Se lo prometimos, la señora fue al banco más cercano y nos trajo el resguardo del pago que nosotros, a su vez, enviamos a la Tesorería para que ésta emitiera un certificado de estar al corriente.
Llamamos por teléfono a S. y le dijimos que todo estaba resuelto, que una persona anónima había pagado su deuda para que pudiera seguir viviendo y trabajando entre nosotros, que pasase por la oficina para recoger el certificado y presentarlo en Huesca. Cuando vino intentó sacarnos información sobre el ángel que le había ayudado, pero nosotros cumplimos nuestra promesa y no se lo dijimos.
Después vi a esta señora algunas veces por Barbastro, una mujer como cualquier otra, una viuda de autónomo como cualquier otra, y siempre le sonreí, todavía lo hago. Si vuelvo a encontrármela acaso me atreva a decirle que gracias a su gesto este chico pudo quedarse en España y prosperar y casarse y tener una niña preciosa que se llama Mariama Siré, una niña que podrá ir al colegio, al instituto y, si le gusta estudiar y tiene vocación, podrá ser médico, arquitecta, lo que ella quiera.
Los actos siempre tienen consecuencias a largo plazo, y a veces, sobre todo cuando provienen como en este caso de la bondad más pura, son maravillosas.
Anotado por Jesús Miramón a las 19:27 | 2019 , Diario , Vida laboral
martes, 26 de noviembre de 2019
Veintiséis de noviembre
Después de tantos años trabajando en Barbastro en contacto con la gente, conozco a decenas, a cientos de personas de la ciudad y también de las comarcas. Los veo caminar por la calle, nos saludamos, y no puedo evitar recordar sus historias, sus vicisitudes, las cosas que me contaron. Es algo que convierte a Zaragoza en un lugar extraño para mí, ya estoy acostumbrado a conocer a una de cada diez personas con las que me cruzo, y en la gran ciudad ese mar de rostros anónimos me desconcierta mucho. Jamás lo hubiera pensado.
lunes, 25 de noviembre de 2019
Veinticinco de noviembre
Hoy no me apetece escribir nada y eso es todo.
domingo, 24 de noviembre de 2019
Veinticuatro de noviembre
Si ni siquiera fuesen todavía las nueve me iría a dormir ahora mismo, pero no puedo hacerlo porque sé que a las tres de la madrugada me despertaría como si fuesen las siete de la mañana. Así que aquí estoy, haciendo hora para acostarme y sin saber muy bien por qué estoy tan cansado. He cocinado mucho, para dos o tres días, pero eso es algo que hago casi todos los domingos. ¡Y he dormido casi una hora de siesta después de comer!
Otro domingo que se apaga suavemente en este planeta. Tras las lluvias de estos días el río Vero fluye con fuerza y buen caudal de agua hacia el lejano mar. Creo que voy a ducharme y así no tendré que hacerlo mañana por la mañana. Y me voy a arreglar un poco la barba, que ya le toca. Primero barba y luego ducha, ese es el orden correcto. Ojalá tuviera tan claro el orden correcto de casi todo lo demás.