Alguien, al otro lado de mi mesa de trabajo, me dijo a principios del mes pasado que si llovía el diez de mayo llovería hasta el diez de junio. Debió ser un agricultor como lo son gran parte de las personas que atiendo en mi trabajo. Hoy es diez de junio y ha llovido suavemente a pesar de los truenos lejanos.
Los vencejos de alas de guadaña cubiertas de grasa volaban sobre el río. Hace pocas semanas lo hacían sobre rebaños de cebras, sobre jirafas y acacias, sobre grupos de leones durmiendo a la sombra de los arbustos cerca de los restos de su presa más reciente.
Vencejos, aviones comunes, lavanderas, tórtolas turcas, gorriones -mis favoritos entre todos.
El tiempo, como el agua de color chocolate del río Vero, señal inequívoca de tormentas en las montañas más arriba; el tiempo, digo, me acompaña hasta el punto de sentir a veces que yo mismo soy su heraldo, su mensajero, su prueba carnal más evidente.
domingo, 10 de junio de 2018
Su heraldo
Anotado por Jesús Miramón a las 22:34 | Diario , Vida laboral
martes, 5 de junio de 2018
Existir en vez de no existir
Por la mañana mi hija volaba de regreso a Bergen mientras yo atendía a decenas de seres humanos al otro lado de mi mesa, unos detrás de otros sin parar.
Finalmente no llovió, aunque los esculturales y altísimos cúmulo nimbos navegaron amenazantes sobre Barbastro durante todo el día.
Una cosa sé: la vida continúa como la necesidad de cocinar para comer, los besos pequeños, la configuración del despertador para mañana, las más básicas necesidades corporales.
No ignoro, como tú, que todo este inmenso misterio que es existir en vez no existir es algo absolutamente extraño, algo totalmente incomprensible, pero si podemos compartir todo este asombro tal vez, después de leer estos mensajes náufragos, podamos tumbarnos sobre la cama a altas horas de la noche, cerrar los ojos y abandonarnos al incierto destino sabiendo que no estamos solos.
Anotado por Jesús Miramón a las 00:48 | Diario , Vida laboral
lunes, 28 de mayo de 2018
Pies empapados
Poco a poco voy aprendiendo a dejar ir. Cosas, recuerdos, personas. Esto es algo que todos sabemos: a veces alguien te gusta pero tú no le gustas y probablemente morirás sin saber el porqué. Esa desazón también hay que aprender a sobrellevarla, sobre todo cuando uno cumple, como me pasa a mí hoy, cincuenta y cinco años.
Volví a casa desde el trabajo bajo una tormenta bíblica, protegido apenas por un paraguas azul que alguien olvidó hace años en la agencia comarcal, pero también vestido con pantalones cortos y sandalias. El agua del río Vero fluía veloz al otro lado de la valla. Al llegar a nuestro apartamento me descalcé en la entrada porque tenía los pies empapados.
sábado, 26 de mayo de 2018
El vuelo es distinto
La casualidad ha querido que hoy, el mismo día, vinieran a casa mi hija desde Noruega y mi hijo desde Italia. Mi proverbial capacidad para perderme y despistarme ha hecho que hayamos equivocado la terminal de ella en el aeropuerto de Barcelona, pero al final se ha reunido con nosotros. El vuelo de mi hijo desde Roma ha llegado con hora y media de retraso, pero al fin, por primera vez en mucho tiempo, nos hemos reunido toda la familia (y Claudia, la encantadora compañera de la beca Erasmus de Carlos).
Debo decirlo: odio los aeropuertos. Sus múltiples accesos, sus terminales, sus ascensores, sus escaleras mecánicas, sus compañías aéreas. Yo iría en mi vieja Picasso a todas partes. A Roma. A Bergen. A la antártida. Lo que más odio de los aeropuertos es el tiempo que se pierde, los precios abusivos de las cafeterías y restaurantes, que los horarios previstos carezcan de importancia, la aglomeración de personas como nosotros esperando frente a la puerta de llegada, minuto a minuto, cada vez más impacientes.
Los odio y por eso lo digo: odio ese laberinto de señales luminosas, flechas, horarios en paneles electrónicos. Eso sí: el vuelo es distinto, viaja a través de miles de kilómetros en poco tiempo y te deposita en lugares lejanos. Pero los aeropuertos no, los aeropuertos no me gustan nada. Aunque estoy dándome cuenta de que las estaciones de autobuses tampoco, ni los andenes de las estaciones del tren.
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Por primera vez en muchos meses toda mi pequeña familia está reunida. Es bonito, insólito e improbable (aterrizaban hoy, el mismo día, de pura casualidad, no estaba planificado). Soy feliz.
miércoles, 23 de mayo de 2018
Sirenas de Ulises
Ayer me dormí en el sofá a las diez de la noche, algo insólito en mí. Mi compañera me dijo: "Anda, cariño, vete a la cama y descansa en condiciones", y le hice caso y, nada más depositar mi cabeza sobre la almohada, caí en un sueño profundo.
Hoy creo que también me acostaré temprano, noto el peso de los años en que mi trabajo cada vez me agota más a nivel mental. Es como si el lugar donde despierto al dormir profundamente me llamara cada vez con más fuerza, como las sirenas a Ulises.
Aquí, en este lado, a estas horas de la noche, llueve. Quién sabe qué sucederá cuando cierre los ojos, pero me gustaría regresar a casa.
sábado, 19 de mayo de 2018
Pianos desafinados y rocas lunares
Cuando por la mañana fuimos a pasear junto al canal éste bajaba hasta arriba de agua. En las lindes de la estrecha carretera las diminutas flores amarillas parecían flotar sobre el suelo.
Hoy nuestro camino habitualmente solitario estaba muy concurrido: nos hemos cruzado con una familia con niños en bicicleta, con otra con dos perros muy alegres, uno de ellos un poco asustadizo, y con dos o tres ciclistas solitarios más.
Desde la copa de una encina, con gran ruido de alas batiendo el aire, huyeron dos palomas torcaces. Vimos el primer abejaruco de la temporada, y también dos pequeñas lagartijas que huyeron a nuestro paso.
Por la tarde, mientras dormía la siesta, se desató una tormenta con granizo que me despertó. Me acosté en el otro lugar, me asomé a la ventana de éste y disfruté de las vistas desde mi refugio seguro, asombrado y a salvo. El cielo se desmoronaba como si dejase caer, no sé, excavadoras gigantes, pianos desafinados, rocas lunares.
viernes, 18 de mayo de 2018
Llegamos a casa de noche
Arribem a casa de nit,
la lluna groga i plena i grossa
alçant-se
entre núvols negres.
Tristos dies
d'esllavissada i neguit,
el món trencant-se
per l'orgull i la supèrbia
i el fum d'il·lusionistes.
Vinc invocant
la indifèrencia de les vaques
i una alegría infantil,
que se m'escapa,
de ser viva i prou.
A mi m'importa
el benestar i la pau,
la meva pàtria es allà
on oneja la bandera blanca.
6.10.17
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Llegamos a casa de noche,
la luna amarilla y llena y grande
alzándose
entre nubes negras.
Tristes días
de desmoronamiento y angustia,
el mundo rompiéndose
por culpa del orgullo y la soberbia
y el humo de los ilusionistas.
Vengo invocando
la indiferencia de las vacas
y una alegría infantil,
que se me escapa,
de estar viva y nada más.
A mí me importa
el bienestar y la paz,
mi patria reside
donde ondea la bandera blanca.
6/10/2017
Silvia Castelló Masip
Quadern de la bauma (inédito)
(Más poemas de Silvia)
Anotado por Jesús Miramón a las 23:33 | Nombres propios
martes, 15 de mayo de 2018
Tanatorio
Hacerse mayor es saber que acudir a un tanatorio a abrazar a alguien a quien quieres es muy importante. Sentir su tristeza contra tu pecho y, a la vez, el efecto de tu modesto consuelo a través de la ropa, la piel, el cariño. Es una experiencia única. Amistad o, lo que es lo mismo: amor.
miércoles, 9 de mayo de 2018
Riendas
Esta noche voy a irme a la cama temprano, justo cuando termine de escribir este testimonio no solicitado.
Estoy muy cansado y necesito dormir. A veces, como hoy, siento que transporto el mundo entero sobre mis espaldas. Otras veces, ojalá mañana, siento que cabalgo sobre él con las riendas en mi mano izquierda como aprendí hace tantos años en Tudela.
Me acostaré, cerraré los ojos y quién sabe lo que me espera al otro lado, a dónde iré, de dónde volveré. Todo es posible.
martes, 8 de mayo de 2018
Rodadas
Son más de las doce. Me dispongo a acostarme sabiendo acaso un poco menos que ayer. Comienzo a desistir de mis lejanos objetivos juveniles, aunque no de los caminos: me gustan mucho los caminos del campo, sobre todo después de la lluvia, las rodadas convertidas en charcos pasajeros reflejando nubes navegando a kilómetros de altura, más cerca del espacio que de mi corazón.