miércoles, 17 de mayo de 2017

Corre, huye

Hoy ha sido el cumpleaños de Maite. Nunca celebramos nuestros cumpleaños en la intimidad salvo cuando, como sucede en Mayo, se reúnen muchos y hacemos alguna comida en el huerto de mis padres, si se tercia.

Somos sosos. Nunca nos regalamos nada ni hacemos nada especial. Nos damos un beso en la boca y nada más, como cada día, y ya está. Ni siquiera hay tartas con velas, no hacemos absolutamente nada especial, ya digo: somos muy sosos en estas cosas.

Ojo, nos parece maravilloso que existan personas que celebran sus cumpleaños con todo tipo de bonitos detalles, regalos y sorpresas como si ese día fuese el último del mundo -y en realidad nada indica que no pudiera serlo realmente, pues ni los meteoritos ni los zombis respetan nada. Pero no es nuestro rollo. En fin.

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Los vencejos han regresado de África. En Binéfar jamás, durante los quince años que viví allí, vi vencejos, la gente les llamaba así (o golondrinas) pero eran aviones comunes, más pequeños y de pecho blanco o amarillo pálido, en el alero de nuestra casa de entonces teníamos varios nidos que nunca quisimos destruir (vivían allí antes que nosotros).

Aquí en Barbastro sí hay vencejos de verdad, más grandes que los aviones y de alas aceitosas en forma de guadaña. Hace muchísimos años que no veo golondrinas. Los confundimos porque su aspecto y comportamiento es muy similar: al caer la tarde sobrevuelan los edificios y tejados de la ciudad cambiando de dirección en una milésima de segundo, haciendo quiebros y requiebros bajo el cielo chillándose unos a otros como en un vertiginoso juego aéreo, un comportamiento que comparten todas las aves pertenecientes al orden de las paseriformes y cuyas especies son un poco difíciles de distinguir salvo si te fijas con atención.

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La llegada de los vencejos y aviones comunes que chillan sobre el río al caer la tarde señalan el fin de las temperaturas ligeras que me gustan y la llegada de las altas temperaturas que odio. Pero tras casi cincuenta y cuatro años ya debería comenzar a aceptar la realidad, ¿no es verdad?

Suda sin quejarte. Mira: mejor: adelgaza y sudarás menos. No te arranques mechones de pelo porque se aproxima el verano, no golpees tu cabeza contra las paredes, no te encojas en la bañera llena de agua fría.

Mira: mejor: abandona tu vida en este país condenado a ser un desierto, toma de la mano a tu compañera y viaja hacia el Norte en dirección al círculo polar ártico. Corre, huye sin mirar atrás.

lunes, 15 de mayo de 2017

Una de esas personas

Soy una de esas personas que entran en un restaurante con su compañera, la mujer que ama, y cuando viene la camarera a ofrecer la carta imagina, sólo por imaginar, en cómo sería ser su pareja, tal vez el cocinero que trabaja en la cocina sudando pero disfrutando de hacer algo que le gusta; en cuántos hijos tendría con ella; el cansancio de la hora del cierre sólo aliviado por la escasa nieve de las altas montañas al otro lado de la carretera brillando bajo la luna.

Soy una de esas personas que al entrar en un bazar chino se pregunta cómo sería vivir con una mujer china, concretamente con la que vigila el pasillo del ajuar de cocina, pequeña y delgada. ¿Le gustaría la comida española que yo le cocinaría pensando en el sexo de después? ¿Qué me cocinaría ella después del sexo? ¿Iríamos a caminar por el campo o su trabajo intensivo se lo impediría? ¿Sería una historia de amor imposible?

jueves, 11 de mayo de 2017

Gelatina

El día comienza a difuminarse en el cansancio como si nunca hubiera existido. No es verdad. Existió y llovió mucho por la mañana, y en mi trabajo atendí a muchas personas, unas más interesantes que otras, y al volver a casa mi pareja y yo comimos bacalao con patatas y un poco de arroz (y azafrán, y pimentón, y caldo de pescado) que yo había preparado el día anterior, un plato caldoso y caliente ideal para un día de lluvia y nubes oscuras. Después los dos dormimos una pequeña siesta, tras la cual ella se fue a su estudio a corregir y corregir exámenes y trabajos y más exámenes y más trabajos propios de una profesora de Lengua y Literatura, y yo me quedé aquí en el salón con mi portátil y mis asuntos frikis y mis costumbres solitarias, costumbres de un soltero.

El día ha terminado y la noche cubre este hemisferio de nuestro planeta. Un día que existió, que existirá siempre hasta que la red mute y todos los blogs desaparezcan en el gran apagón previo a que las máquinas nos esclavicen.

Sigo adelante sabiendo que soy feliz, aunque alguna vez se me olvide. Bueno, a ver: feliz en plan normal, cotidiano, asumiendo enfermedades, edades, esta fase de lenta decadencia en la que siento que ya he penetrado como a través de una temblorosa pared de gelatina. Debo enfrentarla con el mismo valor que mis predecesores, que fueron todos los miles de millones de seres humanos que existieron antes que yo.

Confío en que todavía me queden algunas décadas de exploración, aunque por mi trabajo sé que la muerte acecha en todas las edades posibles. Si al sobrevolarme pasa de largo espero seguir navegando río abajo entre árboles inmensos y chillidos de monos y pájaros, luz y sombra sobre el agua, campos de cebada rodeando pequeñas islas de encinas carrascas, desiertas carreteras comarcales, viejas higueras creciendo junto a las acequias, viñedos, la antártida.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Decisiones

Fui cantante y presidente de la Coral de Binéfar durante muchos años. Hoy en mi pequeña y querida agencia comarcal de Barbastro ha entrado la única persona que durante todo ese tiempo expulsé del coro. Lo utilizaba para sus propios fines y era algo que yo no podía consentir. Nadie se opuso e incluso me lo agradecieron. Era un tumor en el grupo, por mucho que su tesitura vocal de tenor fuese una de las mejores que habían pasado por la coral.

El hecho es que hoy ha entrado en la oficina y le ha atendido una compañera. Yo no lo había visto y ha sido al final de su consulta cuando se ha acercado y nos hemos saludado fríamente, con la mínima cortesía de dos personas civilizadas. Seguía produciéndome tanta grima como entonces. En el fondo me ha dado lástima, no debe de ser agradable no ser agradable para los demás, pero ese sentimiento ha durado poco rato. He recordado las pequeñas cosas que hizo durante el tiempo que permaneció entre nosotros y, con una patada mental, lo he enviado a Plutón.

En cualquier caso nunca me he arrepentido de haberle dejado fuera de la coral en la que ya no estoy. Nos utilizaba para lograr contactar y tratar de dirigir a otros coros de adultos o de niños de los pueblos que visitábamos; incluso en algún momento brevísimo puso en duda la capacidad de nuestra fundadora y directora como si quisiera sustituirla: en fin, era un problema muy grave. Me siento orgulloso de haber estado a la altura de aquella situación.

No le he saludado con afecto, no he sido hipócrita; he sido frío, casi maleducado. ¡Lo expulsé de la coral! Me he dado cuenta de que fue una de las decisiones más afortunadas que tomé durante aquella época, porque esta mañana, durante el poco tiempo en el que hemos podido conversar, me ha producido las mismas malas sensaciones que hace diez años. Me he alegrado cuando ha salido por la puerta rumbo a Monzón y ha desaparecido.

Navegar siempre significa tomar decisiones. Elegir entre dos ramales de un río. Dejar de ser amigo de alguien o intentar serlo de otra persona que te atrae como una farola nocturna a las polillas. Vivir siempre significa acoger y discriminar, es una verdad inevitable de la que, no deberíamos olvidarlo, también nosotros somos víctimas. Siempre ha sido así.

Durante mi infancia leí muchas novelas de Historias-Selección de la editorial Bruguera, aquellos libros donde cada pocas páginas aparecía una con dibujos que mostraban el argumento, y fue entonces cuando desarrollé un arraigado y anticuado sentimiento de la justicia y el valor y la defensa de los desfavorecidos. Son sentimientos que mantengo con aquel mismo orgullo infantil, casi diría que todavía con más fuerza ahora, a punto de cumplir cincuenta y cuatro años.

Lo primigenio tiene la pureza del desconocimiento del futuro. Mantenerla es un esfuerzo diario a partir de cierta edad, pero tiene una recompensa diaria o, lo que es lo mismo, infinita.

lunes, 8 de mayo de 2017

A cual más bella

Lo más increíble de todo es que este día que termina, como todos los anteriores y los que acaso lleguen a partir de mañana, es mi vida, la vida de Jesús Miramón, no otra.

Me pregunto si será tan vibrante y sólida como la de las cuarenta o cincuenta personas que hoy pasaron ante mí al otro lado de mi mesa de trabajo, a cual más hermosa, a cual más interesante, a cual más misteriosa, a cual más carnal y bella en su fragilidad.

domingo, 7 de mayo de 2017

A través del campo

Quiero caminar a través del campo. Quiero cocinar comida sabrosa y buena. Quiero dormir la siesta en la butaca mirando una película malísima. Quiero despertar y confirmar que mi vida es un privilegio con el que nunca hubiera soñado. Quiero besar en la boca a mi compañera de tantos años, y aquí debo detenerme.

Compasión

Hubo un tiempo en el que a estas horas, en vez de terminar, comenzaba la noche. Era joven y escribía como si mis palabras fuesen nuevas en este mundo; joven como si dijesen algo que jamás se hubiese dicho antes.

Observo desde la distancia a aquel hombre y siento ternura. Me pregunto si cuando en el futuro observe al señor mayor que soy ahora, cuando sea un anciano, sentiré esta misma mezcla de sorpresa, amor y compasión.

jueves, 4 de mayo de 2017

Ida y vuelta

Por la tarde viaje relámpago de ida y vuelta a Zaragoza para una visita de Maite al dentista. Mientras ella se sometía a la amabilidad de los profesionales, yo daba un paseo por los alrededores de la clínica. Paseo de la Constitución, calle de León XIII, Plaza de los Sitios. Territorio de gente guapa, camisas largas y americanas a pesar del calor, mujeres hermosas y de perfumes flotantes y tal vez demasiado persistentes.

Me sentía como un granjero analfabeto entre las pequeñas tiendas de comida centroeuropea con su aroma a chucrut, boutiques de ropa a precios muy alejados de los de Decathlon y terrazas llenas de clientes bajo un cielo nublado y veintiocho grados de temperatura sin un atisbo de cierzo. De acuerdo, sé que a todos nosotros nos ha sucedido alguna vez y volverá a sucedernos, pero me sentía exactamente igual que un marciano disfrazado para pasar desapercibido.

Había también pequeñas y encantadoras tiendas de antigüedades, y coctelerías con inmensas pantallas de plasma en su interior abierto a la acera por un mostrador que invitaba a pedir lo más caro que tuvieran. Me he dado cuenta de cuánto había cambiado Zaragoza desde que me fui. Ha sonado mi teléfono móvil. Era ella, que ya había terminado. He ido a buscarla, hemos subido a la Picasso y hemos vuelto a Barbastro.

Los campos todavía están verdes, pero cada vez menos día a día, variando lentamente hacia el dorado que mostrarán cuando estén en sazón. Será otra belleza: no, algo más significativo aún, una metáfora sin fin: una belleza nacida de esta.

martes, 2 de mayo de 2017

Últimas migas

Siempre quedan unas últimas migas después del cansancio, cuando todo tu cuerpo te ruega que lo conduzcas en dirección a la cama, cuando tu cerebro te pide dormir y mezclarlo todo en los confusos sueños que lo limpiarán de lo innecesario. Siempre queda algo, y es esto: fui, soy. Nada más.

lunes, 1 de mayo de 2017

Pequeños divorcios

Llevo treinta y cinco o treinta seis años con Maite. Últimamente me cuesta escribir "mi mujer" porque no lo es, no es mía, nunca lo será, y a veces, como anteayer, escribo "mi pareja", algo que al mismo tiempo me parece impostado, una tontería. No sé. Escribo muchas tonterías, y una más supongo que no tiene demasiada importancia.

Estuvimos a punto de separarnos meses después de que naciera Carlos, nuestro hijo de veinte años. Vivíamos en Zaragoza, en un piso antiguo que habíamos reformado. Recuerdo que incluso comenté con mis padres aquella crisis, les dije que me iba a divorciar. Fue una época difícil. Finalmente tuvimos una conversación a corazón abierto, lloramos, supimos que nos amábamos, y seguimos adelante con un cambio, desde mi orilla, muy importante: ella dejó de querer cambiarme, comenzó a aceptarme con mis defectos. Porque yo no quería ni podía cambiar. Yo necesitaba y necesito mi espacio, mis noches sin horarios, mis whiskys, mi independencia. Desde entonces, y a pesar de todas las vicisitudes, hemos sido muy felices juntos, y aunque nunca pueda nadie estar seguro de nada, creo que ella y yo acabaremos caminando de la mano junto a una playa del Norte cuando seamos muy mayores.

Luego están los pequeños divorcios que sí se alejan definitivamente de uno. Amigos, amigas, conocidos. Duelen menos pero también dejan su huella. En este a menudo proceloso mundo de la red he tenido muchos. Y también a este otro lado de la pantalla, en este mundo de aire respirable en el que estoy sentado frente al portátil. Apostaría a que la mayor parte de las veces sucedió por mi culpa, pero cumplir años ayuda a hacer frente a ello. Soy lo que soy. Si alguna vez causé dolor juro que nunca fue mi intención. Sé que tengo muchos prejuicios y defectos, catalogo a las personas, soy un poco misántropo, un poco gilipollas, un poco náufrago en una isla desierta que me invento cada día con sus palmeras, sus cabras salvajes, su cueva protegida por una empalizada y un silencio que nunca conoceré.

domingo, 30 de abril de 2017

Confirmación

No cayó ningún meteorito gigantesco; no implosionó nuestro planeta convirtiéndose en un agujero negro, tampoco explotó por un colapso de su núcleo rotatorio enviando al espacio miles de millones de moléculas de todo lo que alguna vez existió sobre su superficie, incluyéndonos a ti y a mí.

El Ossobuco a la milanesa que cociné ayer, hoy estaba riquísimo acompañado de unas patatas fritas caseras. Mi optimismo fue holgadamente satisfecho.

Ahora bebo un whisky con hielo y escribo estas palabras mientras llueve poco, muy poco, en el exterior del camarote.

sábado, 29 de abril de 2017

Optimismo

Mi pareja ha ido a la peluquería mientras yo dormía la siesta. Cuando ha vuelto le he dicho que estaba muy guapa. Yo cocinaba Ossobuco a la milanesa para comer mañana. Hay muchas recetas que están más ricas de un día para otro, lo cual, y acabo de darme cuenta ahora, al escribirlo, supone creer con absoluta naturalidad que verdaderamente existirá un mañana.

martes, 25 de abril de 2017

Congo

He salido del trabajo a las siete de la tarde y Barbastro olía como el Irún de mis veranos de infancia, como aquellas vacaciones en Asturias, como Irlanda. Era el olor que deja la lluvia al entrar en contacto con las superficies de alquitrán y hormigón de calles y aceras, pero, sobre todo, era el aroma del despertar de la hierba de parques, pequeños parterres y las orillas del río; era el perfume de tanta vegetación salvaje e improbable. Caminando hacia casa me sentí tan extrañamente feliz como un viejo explorador del Congo.

lunes, 24 de abril de 2017

Tiovivo

Antes de ayer nuestra hija nos envió por washtap un breve vídeo donde se veía nevar en Bergen, y lo acompañaba con un emoticón llorando a mares. Nosotros lo vimos al regresar de uno de nuestros paseos de fin de semana por el campo, cuando aquí en Barbastro el termómetro señalaba unos terribles veintitrés grados.

Hoy nevaban aquí las algodonosas semillas de chopo. Miles, millones flotando en el aire. Habíamos abierto la ventana de la cocina y las puertas de la terraza del salón y muchas se habían colado dentro de casa. Durante unos segundos he estado tentado de salir y grabar un vídeo para contestar a Paula: allí copos de nieve, aquí semillas de chopo. Pero luego he recordado que en mi viejo teléfono lo que mis ojos ven y lo que él es capaz de grabar raramente se parecen a la realidad como yo querría, así que he dejado pasar la ocasión.

Cada año lo mismo: una estación tras otra apareciendo y desapareciendo cada vez a más velocidad como aquellos tiovivos, ¿te acuerdas? Había que empujarlos corriendo cada vez más y más rápido antes de saltar a su interior.

viernes, 21 de abril de 2017

Submarino

He abierto los ojos y enseguida he caído en la cuenta de que me había quedado dormido e iba a llegar muy tarde al trabajo, no solamente tarde: terriblemente tarde, horas después, con la agencia llena de gente esperando ser atendida y yo entrando en el local con el pelo aplastado en un lado de la cabeza, casi sin terminar de vestir, el corazón palpitando a mil por hora.

Pero acababa de despertar de la siesta de un viernes de abril, ¡y qué alivio y felicidad he sentido al darme cuenta! He salido al pasillo del submarino y al alcanzar el puente me he asomado al cristal. Los árboles de la otra orilla ya están cubiertos de hojas y los pájaros entraban y salían de su espesura como si no supieran que volaban bajo el mar.

jueves, 20 de abril de 2017

Barbas

Debería ir a la peluquería y recortarme también la barba de náufrago. He acabado alcanzando, como tantas veces, la fase "vagabundo", pero siendo precisamente fiel a fase tan gloriosa, no tengo excesiva prisa por hacer algo al respecto.

Esta mañana he atendido a una mujer muy simpática que trabajó con Maite en el Instituto de Binéfar y quería que le hiciese un estudio de jubilación. Me ha dicho que había engordado y yo le he dicho, en broma, que esa no era la mejor manera de comenzar nuestra relación profesional. Ella se ha reído y me ha dicho que seguía (?) siendo muy guapo (pero más gordo). Con mi aspecto capilar no sé siquiera cómo no ha salido corriendo.

Y no tengo excusa, porque después de un par de maquinillas baratas finalmente me compré en Amazon la misma recortadora de barbas que, según la publicidad de la caja, utilizaba el imberbe portero Iker Casillas, una herramienta que funciona muy bien y permite escoger la longitud exacta de los pelos de mi rostro de hombre de Cromañon.

Lo que sucede es que yo llevo barba por comodidad, para no tener que afeitarme, así que la dejo crecer, digamos, a su aire. Veo a mi alrededor y en la televisión y en revistas barbas que requieren más trabajo que el sencillo acto de afeitarse; barbas hidratadas, peinadas, barbas cuidadosa y trabajosamente recortadas, y la verdad es que yo no me veo capaz de perder tanto tiempo. Prefiero sentarme en mi sofá favorito a mirar la pared dándome cuenta de nada mientras el tiempo avanza segundo a segundo, milímetro a milímetro.

lunes, 17 de abril de 2017

Sobre la esperanza

El pasado viernes santo casi toda mi familia y mis primos de Irún y una de sus hijas con su pareja y sus dos hijos nos reunimos en el huerto de mis padres para hacer una comida. Mi hermano Javier preparó una riquísima paella de pescado y marisco, yo llevé longanizas de Graus e hicimos también cordero a la brasa, panceta, en fin: pecados veniales.

Cuando le tocó el turno a la paella fui al interior de la caseta para sacar el vino del frigorífico. Con el optimismo que me caracteriza pensé que no habría problema en sacar a la vez tres botellas de vino blanco y una de tinto, y allí que atravesé la cortina de la puerta en dirección a la gran mesa rodeada de gente y... ¿qué sucedió? Pues que una de las botellas de Viña Sol resbaló de mis manos y se precipitó hacia el suelo como a cámara lenta. Yo, posiblemente el jugador de fútbol más torpe de la historia universal del fútbol de cualquier categoría y edad, instintivamente estiré mi pierna izquierda para tratar de controlar aquel objeto antes de que se estrellara, y juro que llegué a rozarla, lo cual no impidió que se rompiera y el suelo se cubriera de cristales y vino.

Enseguida mi hermano Carlos, que estaba cerca, se levantó y empezó a retirar los restos del pequeño desastre. Yo dejé las botellas supervivientes en la mesa y fui a por un escobón y un recogedor. Buscábamos especialmente despejar el suelo de los cristales rotos porque había niños jugando y corriendo por allí. Finalmente mi hermano pasó una fregona y, salvo la pérdida de un poco de vino, el suceso hubiese pasado a la historia sin pena ni gloria de no ser porque Joseba me dijo: "¿Has intentado controlarla, eh, Jesúsmari? Te he visto ahí tratando de detenerla como si fuese un balón de fútbol". Yo le contesté: "¿Te das cuenta de qué especie somos? Mi reacción ha sido instintiva, no la he pensado racionalmente y, contra cualquier posibilidad, sobre todo teniendo en cuenta mis antecedentes deportivos, he tenido, durante una milésima de segundo, la esperanza absoluta de que podría detener esa botella con mi pierna izquierda como si fuese Neymar o Iniesta, o, al menos, aunque golpease el suelo, impedir que se rompiera y se perdiera el vino". Él dijo sonriendo: "Ya te he visto, ya". Yo le dije: "Lo mejor es que no podemos evitarlo, Joseba. Llevamos la esperanza inscrita en nuestros genes, nacemos con ella de serie".

No le conté la anécdota del noble francés que fue condenado a la guillotina tras la revolución francesa y, esperando su turno en el calabozo, leía un libro, y al ser llamado al cadalso, antes de dirigirse hacia la muerte, marcó la esquina de la página que estaba leyendo.

domingo, 16 de abril de 2017

Me gusta conducir

Al mediodía, regresando desde Zaragoza hacia Barbastro, el otro carril de la carretera soportaba una cantidad de tráfico muy superior a la habitual, de hecho en algunos tramos, en vez de una carretera, parecía casi la calle de una gran ciudad. Nuestro carril, sin embargo, estaba muy despejado. Conducíamos, como tantas veces, al revés.

Durante la época en la que yo vivía en Gerona y Maite en Zaragoza, después del año de excedencia que tomé para cuidar a nuestra hija, cada fin de semana conducía entre las dos ciudades todos los viernes y domingos por la tarde. A pesar de la tristeza de las despedidas guardo, en cierto sentido, un buen recuerdo de aquellos largos trayectos. Siempre me ha gustado mucho conducir. Aquellos domingos en los que conducía entre Zaragoza y Gerona mis viajes coincidían con los de la mayoría excepto a partir de Barcelona, donde todo el tráfico, como esta mañana, estaba el otro lado regresando de la Costa Brava como hoy del Pirineo. Tuve que poner a prueba mi paciencia en múltiples atascos escuchando música en el radiocasete o simplemente estando en silencio dentro del coche dejando que el tiempo se posara como ceniza en mi cerebro para que esta noche, tantos y tantos años después, lo pudiera resucitar difuso, imperfecto y hambriento como un zombi.

Ahora, cuando la gente huye de Zaragoza, nosotros viajamos hacia la ciudad mientras todos conducen en dirección a las montañas en cuyas cimas, a pesar del calor de estos días, todavía podrán esquiar. Y cuando regresamos a nuestra pequeña ciudad del Somontano ellos regresan en largas colas de vehículos con los que me solidarizo en homenaje al tiempo en el que me tocó a mí estar en su situación.

Me gusta conducir, lo he escrito muchas veces. Es, de todas las experiencias que he tenido a lo largo de mi vida, la más parecida a viajar a través del tiempo. Todavía no se ha extinguido en mí esa intensa sensación: kilómetro a kilómetro devoro algo más que espacio. Basta con contemplar cómo se aleja el pasado en el espejo retrovisor para saberlo.

A través del bosque

Yo, como tú, sé perfectamente qué he de cambiar íntimamente para, en cierto sentido, ser mejor. Yo, como tú, sé en lo más profundo de mi corazón qué esfuerzos debería enfrentar sin mirar atrás afrontando el hecho de no volver a ser quien fui.

Y aquí estoy ahora, de pie frente a la encrucijada que he decidido levantar esta noche, y ante ella me siento tan joven y sin experiencia, tan ingenuo, tan ignorante, tan absolutamente desnudo, que durante un instante, antes de divisar a través de la niebla la verdad, me pregunto de qué han servido todos estos años. Tantos años sabiéndolo e ignorándolo al mismo tiempo.

Debo encontrar el valor, la fuerza, aceptar lo que me sucede. Volver a caminar a través del bosque.

viernes, 14 de abril de 2017

Playas

Nunca he vivido junto al mar. Sólo en vacaciones, durante algunos días. Sólo en sueños nocturnos de inmensas y abandonadas ciudades casi enterradas en la arena de playas azotadas por mareas apocalípticas.

A estas horas, pocos minutos antes de irme a dormir, el sonido del tráfico de Zaragoza me recuerda a las olas llegando y alejándose pacíficamente de la orilla al ritmo del color de los semáforos.

jueves, 13 de abril de 2017

Bajo sus alas

Cuando ella llega todo lo cubre con su capa de nubes, estrellas y la luna.  Nunca mira hacia abajo, se limita a volar a sesenta minutos por hora sobre el desierto de yeso y tiza que rodea la gran ciudad y sus basílicas y catedrales y barrios periféricos y sus centenares de parques arbolados. En las copas de las palmeras y pinos anidan grupos familiares de cotorritas argentinas que convierten el barrio donde vivo en un lugar tropical, aunque eso a ella le da igual, porque voló sobre este mismo lugar apenas ayer, cuando a los soldados veteranos de tres legiones que habían luchado duramente por el imperio de Roma les fueron concedidas estas tierras junto a un río salvaje, y voló un poco antes sobre bosques oscuros y pequeños campamentos de tribus que ya no existen, humanos que bajo sus alas contemplaban en el cielo las lejanas fogatas de otras familias que bailaban como ellos alrededor de las llamas narrando su historia al silencio eterno.

lunes, 10 de abril de 2017

Tan verdes que resultan difíciles de creer

1.

Para la felicidad de mi hijo de casi veinte años he tomado toda la semana de vacaciones y hemos venido a Zaragoza dejándolo solo en Barbastro con la vivienda entera a su disposición (todavía no me he olvidado a mí mismo a su edad).

2.

He vivido gran parte de mi vida en esta antigua ciudad junto a un río en medio del desierto. La ciudad de dos mil diecisiete no tiene, evidentemente, nada que ver con la de mi niñez, cuando su personalidad era calladamente provinciana, gris, un centro administrativo de militares y curas.

También es cierto que después, durante la juventud, aparecieron, al margen del antiguo tubo -el barrio más canalla y casi portuario de una ciudad sin mar- algunas zonas de "movida moderna": recuerdo sus calles, los bares, los cuartos de baño absolutamente inmundos a los que enseguida nos acostumbramos, los amaneceres regresando a casa mientras los servicios de limpieza lavaban las calles con mangueras.

Hoy Zaragoza es una ciudad muy distinta. Los niños ya no se vuelven a mirar, como cuando yo era pequeño, al soldado negro de la Base Aérea norteamericana que existía entonces. Como en el resto del país la inmigración ha modificado el paisaje y la Exposición Internacional de dos mil ocho, al coste de una deuda inmensa, nos devolvió un río olvidado por los vecinos y convirtió aquella Vetusta en una pequeña capital europea con pasarelas, tranvías eléctricos y decenas de zonas peatonales y parques. Hoy las estrechas calles del tubo se llenan, además de zaragozanos, de turistas ansiosos de probar -y fotografiar- las exquisitas tapas que se sirven hasta alargar el vermú hasta las cuatro o las cinco de la tarde.

Zaragoza es hoy una ciudad poblada por decenas de nacionalidades y culturas a la que poder invitar a cualquier amigo de España o del extranjero sin complejo alguno. Es una gran ciudad bonita de la que poder sentirse orgullo, si uno se considera zaragozano.

3.

Me pregunto si yo me lo considero. Navarro de nacimiento, aragonés de Zaragoza de crianza, catalán de Gerona de maduración vital, aragonés de Huesca de regreso a este inevitable alejamiento del presente hacia el futuro, el agua corriendo cada vez más deprisa, precipitándose y precipitándonos con ella, todos mezclados unos con otros, juntos en la única certeza.

4.

Me desconcierta caminar entre tantos rostros desconocidos sin ser saludado o saludar cada dos por tres, sin reconocer uno de cada tres o cuatro rostros como me sucede en Barbastro; me desconciertan las continuas sirenas de las ambulancias y los chillidos de los frenos de los autobuses urbanos de Zaragoza en las marquesinas de las paradas. Me doy cuenta, no sin cierto asombro, de que he terminado acostumbrándome a otro ritmo donde las cosas suceden más lentamente.

Es normal: Barbastro, Binéfar sobre todo -dieciséis años viviendo y cantando allí- ocupan veinte años de mis cincuenta y tres. Ahora mismo Zaragoza me queda grande. Las aglomeraciones comerciales me producen ansiedad, todos esos miles de rostros desconocidos, el ritmo que transmiten, los inmensos aparcamientos subterráneos. Echo de menos la lejanía de las montañas en cuyas cumbres todavía queda nieve, los prados intensamente verdes en este precisa época de la primavera, tan verdes que resultan difíciles de creer.

sábado, 8 de abril de 2017

Seda china

Durante nuestro paseo matinal hemos descubierto las primeras amapolas de la estación. Entre las flores que más me gustan están las amapolas silvestres de frágiles y efímeros pétalos de seda china. Catorce grados de temperatura y una suave brisa: ojalá el verano se plantara aquí.

Maite y yo conversamos y callamos mientras caminamos. A mí me gusta mucho cuando no nos decimos nada durante algunos minutos, sentirla a mi lado mientras avanzamos hacia adelante entre el canal y los campos de cebada y las encinas. Todavía hay nieve en las montañas, algo imposible de creer cuando de regreso al coche comienzo a sudar un poco. Y en las lindes de los campos las primeras amapolas de un color rojo tan puro y ajeno a la inteligencia humana también resultan difíciles de creer. Qué planeta tan extraño es nuestro hogar.

jueves, 6 de abril de 2017

Afinación

Había olvidado la felicidad de escribir casi cada día. Este acto sencillo de sentarme delante del portátil, abrir la página y teclear palabras. Su poder. Su consuelo. Su revelación.

Escribir me obliga a articular mi pensamiento, algo que me hace mucho bien porque el mero hecho de escribir me otorga el poder de discriminar, ordenar y determinar qué es lo importante. Escribir me hace mucho bien porque casi siempre es un acto de pura voluntad contra mi cerebro desafinado.

Si dijera: "Mi cerebro desafinado no podrá más que yo, ganaré esta batalla", mentiría claramente, porque mi cerebro es todo lo que soy y él mismo me permite darme cuenta de algo tan evidente.

Pero nunca me rendiré. Sé afinar una guitarra. Sé cantar la nota exacta de una partitura, y está mal que yo lo diga pero tengo ese don, del cual no puedo atribuirme mérito alguno más allá de los genes heredados.

Algún día lograré que mi cerebro esté afinado. Lo estuvo durante los muchos años en los que desconocía que podía no estarlo. La infancia, la juventud.

Nunca me rendiré. Reduzco el campo de batalla al mínimo espacio posible que me rodea. Sólo quiero que mi existencia sea una experiencia afinada, nada más.

miércoles, 5 de abril de 2017

Normal

Qué día más normal ha sido el de hoy, este miércoles cinco de abril de dos mil diecisiete. Ha sido tan normal que si tuviera que dejar algún resto para los futuros excavadores arqueológicos del pasado escogería el día de hoy. Ojalá se dieran cuenta de que los días normales fueron los extraordinarios ladrillos de la felicidad normal de los seres humanos normales de principios del siglo veintiuno igual que hace dos mil, cuatro mil, diez mil, treinta mil años.